DiócesisHomilías Mons. Dorado

La familia, fuente de vida

Publicado: 29/12/2003: 1629

Fiesta de la Sda. Familia


1.- “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos”.

Estas palabras tomadas del Salmo responsorial se cumplen en vosotros, queridas familias cristianas. Veo a los niños alrededor de la mesa del altar, a los abuelos sentados plácidamente y a los padres disfrutando, y me digo con el salmista: “Esta es la bendición del hombre que teme al Señor”.

Sabemos que no todos los días son domingo; que existen las enfermedades, el paro, la muerte de los seres queridos, las dificultades de fin de mes para quienes tenéis varios hijos y la dificultad de profundizar en la convivencia y de encontrar respuestas nuevas a los problemas que se presentan cada día. Todo eso también es verdad, pero cuando lo vivís en la presencia de Dios y sostenidos por el sacramento del matrimonio, descubrís en vuestra unión y en vuestra ayuda mutua una fuerza que os sostiene en los momentos más duros y una luz que os ilumina cuando se espesa la niebla. Que precisamente en eso consiste la gracia del sacramento que habéis recibido y que os mantiene unidos de por vida.

Para que la ayuda divina se experimente de veras, hay que vivir el sacramento del matrimonio de una manera consciente: reavivando la presencia de Jesucristo en la oración de cada día y renovando vuestro sí mutuo al ofrecer vuestra vida al Señor en la misa del domingo. Pues como decís muy bien los que preparáis a otras parejas cuando piden el bautismo o la primera comunión para sus hijos, y cuando acompañáis a los jóvenes que desean unirse en matrimonio, el sacramento no actúa de una manera ciega y automática. Para experimentar su fuerza salvadora, hay que ponerse en la presencia de Dios y pedir su ayuda y su luz. Pues como ha dicho el Salmo, son “dichosos los que temen al Señor”. Es decir, los que le buscan, caminan en su presencia agradecidos y se ponen cada día bajo su mirada protectora.


2.- Para ello, es necesario que “la Palabra de Cristo habite en vosotros en toda su riqueza”, como dice la segunda lectura de la misa.

Y lo conseguiréis en la medida en que vuestra familia tome conciencia de que está llamada a ser una “pequeña Iglesia”. O lo que es igual, una comunidad de personas bautizadas que han descubierto la riqueza de su bautismo y tratan de vivir como hijos de Dios en el seno de la comunidad familiar.

La segunda lectura de la misa desarrolla con hondura lo que debe ser un hogar cristiano, una Iglesia doméstica. Me limitaré a subrayar algunas pinceladas del texto de San Pablo.

En primer lugar, debéis tomar conciencia personal y comunitaria de que Dios os ama. Él os ha dado la vida, os ha llevado a encontrar un día a vuestra pareja y os ha destinado a ser santos. Santos como personas, por el bautismo y las virtudes teologales que le acompañan; y como pareja, por el matrimonio. Recordaréis que hace unos meses el Papa beatificó a un matrimonio: marido y mujer, para que os sirvan de ejemplo. No sólo tenemos a María y a José, a quienes el evangelio de hoy nos presenta llevando a su hijo al templo, sino que hay también otros matrimonios santos. Y el Santo Padre ha querido ofrecer un ejemplo de personas del siglo XX, que se han santificado a través del matrimonio y del trabajo profesional: ella como esposa, madre y profesora; y él, como esposo, padre y magistrado. Juan Pablo II nos ha intentado decir que, en nuestro mundo tan secularizado, hay que redescubrir la fuerza salvadora del bautismo y del matrimonio.

Y así, en la presencia de Dios, la Iglesia doméstica se distingue por todas esas virtudes que hacen a una persona sencillamente buena: la misericordia entrañable, la ternura, la humildad, la comprensión. Estos valores no se pueden dar por supuestos. Hay que analizarlos y desearlos y, además, requieren entrenamiento. Pues por la inclinación espontánea, las personas tendemos a ser egoístas, dominantes, competitivas. Pero con la ayuda de Dios, el corazón humano puede llenarse de dulzura, que se manifiesta luego en cada detalle y en cada gesto de la vida cotidiana. Cuando descubro a una madre llena de fortaleza, a un padre que sabe escuchar, a una familia que lo analiza todo dialogando, a unos hijos que confían en sus padres, comprendo que han dedicado muchas horas a aprender y que siguen entrenando cada día. De todos estos valores, me atrevo a recalcar esa ternura que se traduce en mil detalles insignificantes;  y esa comprensión que acepta serenamente que el otro pueda tener sus días malos y sus horas bajas.

Y el Apóstol añade con realismo que hay que sobrellevarse mutuamente y que hay que perdonar. La convivencia es siempre difícil, y si no se acepta al otro como es, con sus virtudes y defectos, resulta muy quebradiza. El amor realista que constituye la base de todo matrimonio implica también sobrellevarse. Numerosas parejas no aceptan las debilidades mutuas y no saben perdonarse mutuamente ni perdonarse a sí mismas. Tal vez, porque carecen de la experiencia del perdón de Dios.  Por eso, hay matrimonios que sólo duran unos años; y a veces unos meses, por no decir unos días. No se conceden la oportunidad de aprender a convivir. Si supieran el sufrimiento que causan a sus hijos con sus separaciones, tal vez encontrarían más fuerza para desarrollar las virtudes de la comprensión y de la paciencia.

Pero esta base humana sólo se puede construir con la ayuda de Dios, porque las raíces del pecado dificultan nuestro crecimiento humano y espiritual. San Pablo, como siempre con los pies sobre la tierra, añade que es necesario “que la Palabra de Cristo habite entre vosotros”, para que el árbitro en las decisiones a tomar sea la Paz y la Luz del Señor. Y esto sólo es posible cundo se lee y se comenta juntos la palabra de Dios en el hogar, cuando se establecen tiempos de oración para rezar Salmos, alabar a Dios con himnos inspirados y darle gracias por todo lo que nos concede. Si las parejas elimináis de vuestros hogares todos los signos religiosos, si no leéis ni comentáis juntos la Palabra de Dios, si no encontráis ocasiones para darle gracias en familia, difícilmente podréis descubrir la belleza y la grandeza del sacramento indisoluble. Pero cuando actuáis en el nombre del Señor, no habrá dificultad ni dolor que os impida ver su rostro y caminar en su presencia.


3.- Finalmente, también vosotros estáis llamados a mostrar con vuestro testimonio que Jesucristo es Luz para las familias y Salvador para todos.

Una propaganda muy bien organizada y machacona quiere hacernos creer que el modelo de familia que tiene su origen en el matrimonio estable de dos personas de diferente sexo y abierto a la vida está anticuado. Y quieren presentar como lo más moderno, las uniones de hecho y todo tipo de unión, incluso entre personas del mismo sexo. Pero eso tan moderno es un fenómeno que se dio con bastante semejanza en los momentos decadentes de Grecia y del Imperio Romano y que fue superado por el Evangelio. Por otra parte, los diferentes gobiernos y partidos que se han ido sucediendo en el poder no se han ocupado de la familia, a pesar de que es el activo principal de nuestro pueblo.

Como datos conocidos, observad la forma en que se la maltrata en los medios de comunicación públicos, nacionales y particularmente autonómicos, que pagamos entre todos; analizad la escasa inversión en política familiar, pues no llega a un tercio de la media de los países de la Unión Europea; recordad las trabas legales que se les ponen a los padres a la hora de elegir el colegio de sus hijos; mirad la tacañería de una política de vivienda que facilite el matrimonio de los jóvenes; tened en cuenta la carencia de iniciativas serias que den respuesta a esa forma desintegradora de vivir los fines de semana, a la que se ven arrastrados nuestros jóvenes.

Pero nuestras denuncias, nuestras quejas y nuestros mejores deseos se quedarán en nada si no logramos asociarnos. Os lo digo con las palabras del Concilio en mi carta del semanario DIOCESIS que se reparte hoy en las Parroquias y se ha repartido también en la Catedral: urge recuperar el apostolado familiar asociado. Somos muchos, siete millones y medio de personas, quienes celebramos la misa cada domingo en España, pero falta el apostolado asociado que facilite la formación cristiana de sus miembros, que programe con realismo y amplitud de miras y que tenga peso social para hacerse oír y exigir sus derechos. No basta con que hoy hayamos llenado la Catedral. Es urgente que se potencie en las parroquias el apostolado asociado y la pastoral familiar, una de las líneas preferentes de nuestro Proyecto Pastoral Diocesano. ¡Vosotros y otras muchas familias que no han podido acudir a este encuentro,  tenéis la palabra!


4.- Y termino recalcando otra idea que aparece en las lecturas de esta fiesta de la Sagrada Familia: la relación de los padres con los hijos.

Vosotros, los padres, meditad el espléndido ejemplo de María y de José, dedicando tiempo a su hijo, llevándolo al templo y ofreciéndoselo al Señor.

Y vosotros hijos, no olvidéis nunca lo que ha dicho la primera lectura de la misa: “El que honra a su padre, se alegrará de sus hijos”; hijo, “sé constante en honrar a tu padre y no lo abandones mientras vivas”, porque Dios no olvidará jamás la ayuda que se le ofrece a un padre; de manera especial, cuando son mayores y necesitan más cariño.

Pido a María y a José que os iluminen con su ejemplo y os enseñen a convertir vuestros hogares en espacios en los que Dios está presente de manera explícita y donde se crece entre el amor y la ternura, sostenidos por la comprensión paciente e iluminados por la fe.

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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