DiócesisHomilías Mons. Dorado

Viernes Santo. Ciclo C

Publicado: 09/04/2004: 909

1. El Crucificado concentra hoy plenamente la mirada creyente, agradecida y conmovida de la comunidad cristiana. Se cumple así la palabra de Jesús en el Evangelio de Juan: “cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.

Conducidos por este atractivo, suscitado por el Espíritu Santo, también nosotros fijamos nuestra mirada en el Señor que pende de la Cruz. “Mirad el árbol de la Cruz, en que estuvo clavada la salvación del mundo”. A ese rostro doliente de Cristo contemplamos y amamos en esta tarde única y singular del Viernes Santo, guiados por la Palabra de Dios que acabamos de escuchar.

2. Iluminados por la Palabra de Dios recién proclamada nos colocamos a los pies del Señor Crucificado, esperando que el mismo Espíritu que ha despertado en nosotros el atractivo hacia la Cruz de Cristo, nos revele lo que Dios quiere enseñarnos en ella:

2.1. En la Cruz se nos revela la inmensidad y la profundidad del amor de Dios. La Pasión de nuestro Señor Jesucristo es el apasionamiento de Dios Padre por el hombre creado a su imagen y semejanza. Hasta buscarla por los caminos de la historia y entregarle a su Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Lo entregó, Lo dejó por amor a nosotros en manos de gente fanática, resentida, desaprensiva, carente de dignidad, que hizo lo que hizo con su Hijo Unigénito. La Cruz es el signo máximo del amor de Dios a nosotros. Y amarlo con todas nuestras fuerzas es, por nuestra parte, la única respuesta coherente.

2.2. En Jesús el amor de Dios se deja zarandear por la violencia de los humanos. Sufre, calla, se somete: “Dios se deja expulsar del mundo” por la violencia humana. Responde a la violencia con la mansedumbre. Vence a la violencia poderosa con la fuerza inerme de su amor. Desde entonces el amor tiene, incluso bajo las apariencias de debilidad y de derrota, una energía victoriosa. Nunca somos más fuertes que cuando respondemos a la violencia con el amor. Seamos testigos y mensajeros del amor porque la Ley del Talión (“el ojo pro ojo y diente por diente”) y de la pura justicia, acaba destruyendo las relaciones humanas que quiere restaurar.

2.3. En la Cruz de Jesús se manifiesta que Dios no ahorró a su Hijo el trago de beber hasta las heces el cáliz del sufrimiento humano. Con razón dirá la Carta a los Hebreos: “No tenemos más Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas. Ha sido probado en todo, igual que nosotros, menos en el pecado”. Por amor ha bajado Dios en la persona del Hijo a experimentar hasta sus límites lo que significa ser plenamente humano: la angustia, el pavor, la desolación más profunda. Ha entrado dentro de ese infierno interior que supone en ocasiones ser hombre. No nos contentemos con asomarnos al dolor de todos los que sufren. Pidamos al Señor Crucificado el don de la compasión, la capacidad de situarnos en la medida de lo posible dentro de la piel de los que sufren y sintonizar con ellos. No hay modo más vivo de sintonizar con el Crucificado.

2.4. Identificarnos con el Crucificado y con todos los crucificados de nuestro entorno, es todo lo contrario a un ejercicio forzado y a una visión dolorista de la vida. La experiencia espiritual de muchísimos cristianos a lo largo de la historia, revela que la contemplación del rostro doliente de Cristo, e incluso la misma participación en su Cruz a través de nuestros dolores y sufrimientos personales, es, por la acción del Espíritu Santo, fuente de serenidad, de paz y, en ocasiones, origen de una inexplicable alegría interior que nada tiene que ver con la patología.

Identificarnos con el Señor Crucificado y recibir la gracia de sintonizar con el estado interior del alma de Jesús en la Pasión, guarda estrecha relación “con el conocimiento interior de nuestro Señor Jesucristo”.

“Muchas veces los santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la Cruz, en la paradójica confluencia de felicidad y dolor”. (NMI, 27).

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

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