DiócesisHomilías Mons. Dorado Orden Tercera de Servitas. Viernes de Dolores Publicado: 14/03/2008: 1021 UNA FE PURIFICADA POR EL SUFRIMIENTO 1.- Abandonarse en las manos de Dios. Cuando la Iglesia se prepara para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, acudís a los pies de la Madre Dolorosa para que os ayude a entender y a vivir estos misterios centrales de nuestra fe, con la hondura y con el fervor que se merecen. Si Ella logró permanecer en pie junto a la Cruz, se debió a que su itinerario de fe la había purificado día a día. El pueblo cristiano ha sintetizado los momentos más dolorosos de su existencia en siete acontecimientos concretos, que la piedad popular ha imaginado como siete espadas que le traspasaron el corazón. Pero vistos desde la óptica de la fe, esos acontecimientos fueron para Ella otras tantas oportunidades que le permitieron alcanzar una especial intensidad de fe. En tales sufrimientos aprendió a abandonarse en las manos de Dios Padre con la confianza de un niño. No pretendo quitar mérito y dramatismo al sufrimiento de la Virgen María, pero deseo que prestemos mayor atención a su identificación progresiva con la misión y el camino de su Hijo. Los sentimientos de compasión que pueden embargarnos ante el dolor de la Madre son efímeros, pero la identificación creyente con Ella y con su camino de fe nos moldea y nos configura para vivir el Evangelio. 2.- El sufrimiento es un componente de la vida humana: El cristiano no tiene que buscar el sufrimiento, pero debe ser consciente de que es un componente esencial de la vida humana. Unas veces, porque nos afecta más de cerca, en forma de una enfermedad, de un fracaso o de nuestros mismos pecados. Otras, porque como auténticos seguidores de Jesucristo no podemos evitar que resuenen en nuestro corazón todos los dolores de una humanidad herida por el azote de la guerra, por los malos tratos domésticos, por el hambre de los que carecen de lo imprescindible en un mundo inmensamente rico, por la situación de los parados de larga duración... Por tantas cruces que jalonan la historia de los hombres. Y sabéis bien que bajo estas cruces hay rostros muy concretos que entran en nuestros hogares cada día a través de la prensa y de la televisión. La actitud del cristiano no puede consistir en el cinismo de cerrar los ojos para que no nos amarguen la existencia. Tampoco, en el pesimismo tan de moda de quienes piensan que este mundo y sus problemas no tienen solución y que la misión de cada uno consiste en buscar su ración de placer mientras le sea posible. María nos enseña otra manera de vivir el sufrimiento y de situarnos ante la Cruz. En primer lugar, aprovechando la presencia inexorable del dolor, para que, cogidos de su mano, profundicemos en la entrega de fe y aprendamos a poner en Dios cuanto somos y tenemos. Pues sólo Dios puede mantener viva nuestra esperanza y encendido nuestro amor cuando parece que se nos cierran todas las puertas y que no hay salida alguna. Es el camino de la “Purificación”; un proceso difícil y lento, en el que la fe se fortalece y alcanza su grandeza. Un camino que Santa María recorrió, pues como dice también el Concilio, “la bienaventurada Virgen María avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo en la cruz” (LG 58). Son palabras impresionantes esas de que se mantuvo en pie junto a la Cruz, junto a todos los crucificados y frente a las cruces propias, sin caer en la desesperanza. Y que, junto a la Cruz, nos ayude a penetrar con Ella en el compromiso al inmenso amor de Dios al hombre y en la fuerza regeneradora de este amor que se ofrece por nosotros. Sólo así encontraremos la audacia y la imaginación necesarias para ejercer de cirineos con los hermanos que sufren. 3.- María nos enseña a fortalecer nuestra fe. Finalmente, la contemplación piadosa de los dolores de la Virgen nos ha de llevar a asumir el dinamismo de la vida cristiana. Pues, como nos recuerda San Pablo, el cristiano tiene que morir para resucitar. Mediante el Bautismo, con el rico simbolismo de sumergirnos en el agua, morimos al hombre viejo “a fin de que también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 4). Por eso, a lo largo de la Pascua la Iglesia nos invitará a morir al egoísmo, a la insolidaridad, a la sed de venganza, al afán de riquezas, al ansia de poder y a todo lo que nos impide amar. Sólo la fe y la esperanza nos devuelven a la vida del Resucitado y nos permiten comprender las extrañas palabras de Jesús, que nos dijo: “El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10, 38-39). Así, mientras acompañamos a María esta mañana en su camino doloroso y le expresamos con fervor nuestro amor filial, le estamos brindando la oportunidad de que sea Ella la que nos tome de la mano para llevarnos a su Hijo durante la celebración de la Semana Santa. Pues nadie como María nos enseña a fortalecer y purificar nuestra fe, a mantenernos en pie junto a la Cruz de las personas crucificadas y a trabajar por un mundo más humano y más justo, convencidos de que el pecado y la muerte han sido vencidos por el amor y por la Resurrección del Señor. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Solemnidad de la Inmaculada Concepción (Seminario)Santo Cristo de Urda Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir