DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo de Pentecostés. Ciclo B

Publicado: 04/06/2006: 1020

1.- La solemnidad de Pentecostés nos recuerda lo que sucedió hace más de 20 siglos en Jerusalén. Y al mismo tiempo realiza o actualiza también en el corazón de los fieles las mismas maravillas que Dios obró en el comienzo de la Iglesia. Estas maravillas fueron:

• la efusión del Espíritu Santo sobre los primeros cristianos, y

• el comienzo de la Iglesia misionera: los apóstoles fueron enviados a evangelizar.

Por eso pedimos a Dios en la Oración Colecta que hoy “derrame los dones del Espíritu Santo sobre todos los confines de la tierra y que no deje de realizar en el corazón de los fieles, las mismas maravillas de Pentecostés”. Es un don que está en proporción al deseo.


2.- El Espíritu Santo, que es el gran don de Pentecostés y autor de esas maravillas, se nos revela bajo tres aspectos:

2.1. Él es el Santificador de nuestra vida.

La vida espiritual no es primordialmente:

• una vida ascética o moral,

• ni una vida del espíritu, con minúscula,

• sino una vida “en el Espíritu”, con mayúscula.

“Los verdaderos hijos de Dios son aquellos que son movidos por el Espíritu de Dios… por el amor de Dios” (Rom 8, 9).

El Espíritu es el principio de una vida nueva que va a sustituir la vida vieja de la carne y del hombre viejo.

El Papa nos recuerda que la perspectiva en que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad… y que “hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral” (NMI, 30).

Y por eso nuestro Proyecto Pastoral Diocesano nos advierte que para la Nueva Evangelización, que es nuestro objetivo global (“fortalecer la fe y transmitirla a las nuevas generaciones”), es necesario “favorecer la formación que se hace experiencia creyente”; “promover una pedagogía de la santidad”.

Eso es apuntar a la raíz de la Evangelización: la “transformación de los corazones por el Espíritu Santo”.

Todo lo que no sea comenzar, continuar y concluir por la transformación del corazón de cada hombre, no sintoniza con el querer de Dios ni con la acción del Espíritu.

2.2. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y la fuerza de la comunión eclesial.

El Espíritu es el que nos abre:

• a la totalidad de la verdad,

• a la totalidad de la caridad,

• a la totalidad de la oración, y

• a la totalidad de la obediencia a la Tradición de la Iglesia.

Ése es el significado de la Segunda Lectura.

Nuestro Proyecto Pastoral Diocesano asume como segundo objetivo prioritario, con la feliz expresión de Juan Pablo II, el “promover una espiritualidad de comunión”, “hacer de la Iglesia, la casa y la escuela de la comunión”, que lleva consigo el “aceptarnos todos como diferentes y sentirnos todos y sentir a todos como necesarios”. Desde ahí es posible el lema elegido para esta celebración: “Caridad y solidaridad frente al olvido de los pobres”.

2.3. El Espíritu Santo es el animador de nuestra misión en la Iglesia, que es la Evangelización. Como dice Pablo VI: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo… las técnicas de la evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el agente principal de la Evangelización”.

El primer objetivo prioritario de nuestro Proyecto Pastoral Diocesano nos recuerda la necesidad de promover un “nuevo ardor e impulso evangelizador, recuperar el mismo entusiasmo de los primeros cristianos” (NMI, 58). “No es una casualidad que el gran comienzo de la Evangelización tuviera lugar en la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu” (EN, 75).

Él es quien, contra la apatía y la desesperanza, puede hacer surgir en nosotros el nuevo ardor, el impulso y la ilusión.

2.4. Alusión a los  Movimientos de Apostolado Seglar y Acción Católica.

Es el Espíritu quien nos une “en la comunión y el servicio”, rejuvenece a la Iglesia y “la renueva sin cesar”


3.- Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Y el lema elegido para la celebración del día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar trae a nuestra memoria dos aspectos básicos y fundamentales de la identidad de la Iglesia y de la vida cristiana: “Somos enviados a evangelizar”.

En las circunstancias actuales, para que la Iglesia llegue a tener una influencia evangelizadora en el conjunto de nuestra sociedad, hacen falta cristianos verdaderamente convertidos, ilusionados con su vocación cristiana, identificados con la Iglesia real y bien arraigados en el mundo.

No sirve de nada, y es muy poco realista, insistir en la necesidad de que los cristianos se comprometan en la vida pública actuando como testigos y apóstoles de Jesucristo, si al mismo tiempo no nos ocupamos de organizar nuestras parroquias, nuestras asociaciones y movimientos de forma que sean generadores de cristianos transfigurados, convertidos, entusiastas y dispuestos a trabajar y sacrificarse por el anuncio del Evangelio y el servicio del Reino de Dios.

“¡Ojalá que el mundo actual –como dice la Evangelii Nuntiandi en el nº 80, pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desencantados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradie el fervor de quienes han recibido ante todo en sí mismos la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”

 


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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