DiócesisHomilías Mons. Dorado

Ordenación sacerdotal de D. Rafael Gil Moncayo

Publicado: 22/06/2007: 1418

S.I. Catedral

1.- El Santo Padre, en su discurso durante la sesión inaugural de la V Conferencia General del Episcopal Latinoamericano y del Caribe (13 de mayo de 2007), que tuvo por tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que los pueblos tengan vida en Él”, dijo a los sacerdotes:

“Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquellos que han sido llamados `para estar con Jesús y ser enviados a predicar´, (Mc 3, 14), es decir, los sacerdotes. Ellos deben recibir de manera preferencial la atención y el cuidado paterno de sus Obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica renovación de la vida cristiana en el pueblo de Dios. A ellos les quiero dirigir una palabra de afecto fraterno, deseando que el Señor sea el lote de su heredad y su copa (Sal 16, 5). Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento y centro de su vida, experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación. El sacerdote debe ser ante todo `un hombre de Dios´ (1 Tim 6, 11), que conoce a Dios directamente, que tiene una profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos sentimientos de Cristo (Filip 2, 5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los hombres a Dios, encarnado en Jesucristo, y de ser representantes de su amor.

Para cumplir su elevada tarea, el sacerdote debe tener una sólida estructura espiritual y vivir toda su vida animado por la Fe, la Esperanza y la Caridad. Debe ser, como Jesús, un  hombre que busque, a través de la oración, el rostro y la voluntad de Dios, y que cuide también su preparación cultural e intelectual”.

Esta visión teocéntrica de la vida sacerdotal es especialmente necesaria en un mundo totalmente funcionalista. El sacerdote debe conocer realmente a Dios desde su interior y así llevarlo a los hombres: éste es el servicio principal que la humanidad necesita.

Si en una vida sacerdotal se pierde esta centralidad de Dios, se vacía todo el fundamento de su acción pastoral, y con el exceso de activismo se corre el peligro de perder el contenido y el sentido del servicio pastoral.


2.- Sólo quienes han aprendido a “estar con Cristo” se encuentran preparados para “ser enviados por Él para evangelizar” con autenticidad (Mc 3, 14). Un amor apasionado a Cristo es el secreto de un anuncio convencido de Cristo. “Sé hombre de oración antes de ser predicador”, decía San Agustín al exhortar a los ministros ordenados a ser discípulos de oración en la escuela del Maestro.

Todo sacerdote debe tener “espíritu misionero”. Debe recomenzar desde Cristo para dirigirse a todos.

La misión que el sacerdote recibe en la ordenación no es un elemento exterior y yuxtapuesto a la consagración, sino que constituye su finalidad intrínseca y vital. “La consagración es para la misión”, dice Juan Pablo II en “Pastores dabo vobis”, 24.

El “espíritu misionero” es parte constitutiva de la forma eucarística de la existencia sacerdotal. “La misión primera y fundamental que recibimos de los santos misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo, infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando por nuestras palabras, acciones y modo de ser, aparece OTRO y se comunica”.

El sacerdote está llamado a hacerse “pan partido para la vida del mundo”, a servir a todos con el amor de Cristo, que nos amó hasta el extremo: así la Eucaristía llega a ser en la vida sacerdotal lo que significa en la celebración.

Todo sacerdote “alimentado por la palabra de Vida” no puede quedarse fuera de la lucha por la defensa y la proclamación de la dignidad de la persona humana y de sus derechos universales e inalienables.

Los sacerdotes debemos esforzarnos para hacer que resplandezca nuestra verdadera identidad de ejercer un ministerio gozoso aún en medio de las más crudas dificultades, un ministerio verdaderamente misionero porque deriva de nuestra identidad, y juntamente con todos los fieles debemos ocuparnos de orar incansablemente al Dios de la mies para que mande obreros a su mies.

Las vocaciones existen, pero nosotros debemos fomentar su respuesta positiva con estos medios, con los medios que nos enseñó el Señor y no con otros.

Esta es la Iglesia que queremos que vuelva a florecer y dé nuevos frutos en su vitalidad y en su actividad. Es la Iglesia de la “misión divina”, la Iglesia en “estado de misión”.

Nos dirigimos a María, Reina de los Apóstoles y Madre de los sacerdotes. A Ella nos encomendamos a nosotros mismos, nuestro ministerio pastoral y a todos los sacerdotes.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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