DiócesisHomilías Mons. Dorado

Ordenación de diácono de Antonio Prieto Zurita

Publicado: 15/09/2007: 1378

Parroquia de la Amargura

1.- Al celebrar hoy la Eucaristía queremos agradecer a Dios el don que ha dado a toda la Iglesia en el Sacramento del Orden Sacerdotal que va a recibir en esta mañana, en el grado del Diaconado, Antonio Prieto Zurita, un joven de nuestra diócesis, nacido en Alameda.

Ser sacerdote es una inmensa gracia de Dios, y a pesar de las dificultades, una gloria como fue la de Jesucristo para el mundo.

San Pablo nos recuerda que un cura es un tesoro para la Iglesia y para el mundo. Porque, a través de este ministerio se hace presente en medio de la comunidad la Palabra de Dios, la Eucaristía del Señor y el impulso renovador y santificador del Espíritu Santo. A través de su ministerio se realiza la reconciliación de los hombres entre sí y con Dios.


2.- Queridos hermanos, que os unís a esta celebración: pedid por nosotros, los sacerdotes, y por las vocaciones a la vida sacerdotal. Y pedid especialmente por Antonio. Porque los sacerdotes sabemos que llevamos este “tesoro” en “vasos de barro”, como dice San Pablo. Y somos, como el barro, pobres y extremadamente frágiles.

Pedid por nosotros los sacerdotes para que el Señor nos afiance en el convencimiento cordial del valor objetivo de lo que llevamos entre manos, de la capacidad salvadora y enriquecedora propia del Evangelio que predicamos y de la grandeza de nuestra misión sacerdotal en el orden religioso y en el estrictamente humano.

Sabemos los sacerdotes, y necesitamos recordarlo, que lo único que puede devolvernos la conciencia de nuestra misión y el gozo de su ejercicio es la plena y sincera relación con el Cristo Viviente, entregado por nosotros y servidor de todos hasta la muerte; el sentirnos, como Pablo, “los prisioneros por Cristo” (Ef 4, 1).

La raíz última de nuestro ministerio sacerdotal está en Jesucristo, como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. Es Jesús mismo el que nos ha llamado para estar con Él para que actuemos en su nombre y con su poder y ser, así, cauce y vehículo de su fuerza salvadora. La Iglesia ha sabido y confesado siempre que Jesucristo es el único y Eterno sacerdote. El Sacramento del Orden sacerdotal “nos configura con Cristo sacerdote, de suerte que actuemos en nombre de Cristo Cabeza” (PO, 2).


3.- Por la ordenación sacerdotal acontece algo nuevo en el ser del sacerdote que le hace capaz de actuar en la persona de Cristo en medio del Pueblo de Dios.

A esta configuración con Cristo que recibimos los presbíteros mediante la imposición de las manos, tiene que seguir una transformación existencial para que podamos decir con verdad que nuestro vivir es Cristo, que es Cristo quien vive en nosotros.

Las características del seguimiento radical de Jesucristo en el sacerdote son la pobreza, el celibato y la obediencia. Tres actitudes o consejos evangélicos que acepta y promete hoy el nuevo diácono, que son muy convergentes en el servicio incondicional del Evangelio y son otros tantos rasgos del Señor y de la Virgen.

Son actitudes y formas de vida para nuestro seguimiento de Jesús en la Iglesia, que están íntimamente unidos entre sí y que no se pueden separar unos de otros. Se nos llama a un celibato pobre, a una pobreza limpia y a una obediencia pura, que tienen como fundamento la vida del Señor.

La POBREZA como forma de vida sacerdotal viene particularmente exigida por ser un modo de seguimiento específico de Cristo y una forma de solidaridad con los marginados. Jesús dijo de sí mismo que no tenía donde reclinar la cabeza. Fue un misionero itinerante y sin seguridades que vivió pobre, dependiendo de Dios y mostró sus preferencias por los pobres.

Se trata de una pobreza vivida: como signo de confianza providente en quien nos envía, como anuncio de libertad en un mundo que valora sobre todo el tener y como fermento de fraternidad evangélica.

El CELIBATO es el rasgo más sobresaliente en la fisonomía del sacerdote de la Iglesia latina, que lo ha tenido siempre en la “más alta estima como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de fecundidad espiritual en el mundo” (LG, 42). “Es uno de los signos de la trascendencia del Evangelio (Cullman) y anuncia así otra forma de vivir que tiene su sentido y sus motivaciones en el Sermón de la Montaña y el seguimiento de Jesús. El que libremente ofrece su disponibilidad total al servicio del Reino de Dios, acepta también la vida célibe, desde la confianza de que “sólo Dios basta” (Santa Teresa).

La OBEDIENCIA a Dios y en la Iglesia, que va a prometer ahora Antonio, no es sólo un problema disciplinar. Es una exigencia del seguimiento de Jesús que hizo de la Voluntad del Padre su alimento: su comida y su bebida eran hacer la voluntad del Padre.

La obediencia es una expresión de la comunión eclesial. La Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis” ( n 28) nos la presenta como una “obediencia apostólica”, como “una exigencia comunitaria” y como una disponibilidad a dejarse absorber y casi “devorar” por las necesidades del Pueblo de Dios.

A Santa María de la Victoria, la Virgen Purísima, la “esclava del Señor”, al mujer pobre, la Madre que nos ha dado Jesús (“Ahí tienes a tu Madre”), le encomendamos en esta Fiesta de “los Dolores” a nuestro hermano Antonio Prieto, para que le ayude a ser como Ella y a “hacer siempre lo que Jesús le diga” en su vida y en su ministerio apostólico y sea siempre fiel a la vocación a la que ha sido convocado.

Antonio, como San Juan, “recíbela hoy en tu casa, en tu vida”.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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