DiócesisHomilías Mons. Dorado

Misa Exequial por el Rvdo. D. Álvaro Carrasco Vergara

Publicado: 07/03/2008: 2262

Textos:
Rom 5, 5-11 (nº 215)
Salmo 22 (nº 232)
Jn 17, 24-26 (nº 268)

La esperanza no defrauda


1.- La muerte de un ser querido –y Álvaro lo ha sido muchísimo para todos nosotros- es siempre para los cristianos un motivo especial de oración. Necesitamos comunicarnos con Dios.

Y este es principalmente el motivo que nos reúne hoy y el sentido fundamental de esta celebración litúrgica: orar, ponernos en contacto con Dios, darle gracias, solicitar su misericordia y consolarnos mutuamente con su Palabra. Consolarnos mutuamente con la Palabra de Dios. Esto es lo que decía San Pablo a los primeros cristianos que estaban afligidos por el misterio de sus muertos “como quienes no tienen esperanza”.

Nos reunimos para orar por un sacerdote joven, Álvaro, que ha sido probado por una larga y dolorosa enfermedad. Es natural que nos embargue el dolor, pues somos humanos, pero la Palabra de Dios nos invita a vivir este doloroso acontecimiento desde la fe y la esperanza, como la vivió nuestro hermano Álvaro.


2.- En todo momento quiso vivir informado de su enfermedad y la afrontó con la fe que le llevó un día a dejarlo todo para seguir a Jesucristo como sacerdote. Cuando sus sufrimientos eran más agudos nos dejó sus sentimientos escritos en una confesión pública que envió al semanario “Diócesis”, para que se publicaran:

“Dios no ha venido a eliminar nuestro dolor, sino a llenarlo con su presencia”. “Dios es Amor y donde hay amor allí está el Señor”.

“Dios no está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que nunca si somos capaces de vivirlos con Amor. Y, por esto, aún en lo más doloroso de la enfermedad, podemos dar gracias a Dios por su Amor y por tantas personas y cosas buenas. Porque, con los ojos de la fe, descubrimos a Dios-Amor presente en nuestras familias y amigos que nos cuidan y apoyan incondicionalmente, en las enfermeras y médicos, en todos los que nos animan y apoyan, en los que rezan por nosotros, aún sin conocernos personalmente, en el abrir de nuestro corazón a todo lo bueno de la vida y a todos los que sufren… en los que junto a Dios piden por nosotros y nos recuerdan que somos “ciudadanos del cielo”.

Un Dios-Amor realmente presente en todo lo bueno que supone esta gran experiencia humana y cristiana de una enfermedad, intentando vivirla desde la Fe y el Amor”.

Ésa es la actitud con la que él vivió su larga enfermedad y con la que ha entregado su vida a Dios: con profunda fe, con amor agradecido y con esperanza firme de que la vida del hombre “no termina con la muerte, sino que se transforma”, “porque al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una morada eterna en el Cielo” (Prefacio de los difuntos).


3.- Verdaderamente, “la esperanza no defrauda”, como ha dicho San Pablo, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5), y nada puede separarnos del amor de Dios, pues el hombre de Dios, aunque muera prematuramente, encontrará en Dios su descanso. Porque la vida, como nos enseña el libro de la Sabiduría, no se mide por el número de años, sino por la intensidad de la fe con que se vive: “Dios lo amó y Dios se lo llevó; lo arrebató para que la malicia no pervirtiera su conciencia, porque la perfidia no sedujera su alma” (Sabiduría, 10, 11).

Como el mismo Álvaro dijo en su confesión pública: “A veces queremos que las cosas, las personas, e incluso Dios, sean distintas, que sean como nosotros queremos que sean. Y especialmente en momentos de gran dificultad, nos gustaría que Dios nos “arreglara los problemas”. Pero Jesús de Nazaret nos ha mostrado totalmente el verdadero rostro de Dios. Y en él descubrimos un Dios todopoderoso cuyo único poder es el poder del Amor. Un Dios que ha vivido plenamente el sufrimiento y que sólo así puede ser fortaleza, esperanza y salvación para los que más sufren. Un Dios que, en la Cruz, amando incluso en el sufrimiento más injusto y cruel, nos muestra la única voluntad de Dios: El no quiere el sufrimiento, sino el Amor hasta el final, pase lo que pase. Le decían: “si eres Hijo de Dios baja de la Cruz”. Y precisamente porque era Hijo de Dios no bajó de la Cruz. Donde menos se hubiese pensado, en el sufrimiento extremo de un agonizante que muere “de mala manera”, precisamente allí estaba Dios mismo y su Amor”.

De alguna manera, esta confesión es una aceptación incondicional de la Cruz de la enfermedad que ha terminado con su vida. En medio del dolor ha sabido repetir con Jesucristo a Dios Padre: “que se haga tu voluntad y no la mía”. Naturalmente no tenía ninguna respuesta para el sufrimiento que le atenazaba, pero se lo ha ofrecido a Dios entre la oscuridad de la fe y la fuerza de la esperanza.


4.- Hoy, unidos en el dolor a sus padres y a sus hermanos, queremos darle nuestro “a Dios” agradecido por su vida; en especial por sus 12 años de sacerdote. Se nos ha ido demasiado pronto, pensamos con pesadumbre, pero creemos y confiamos en que está en las mejores manos. Pues nos ha dicho Jesucristo en el Evangelio que se ha proclamado: “este es mi deseo, que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria: la que me diste, porque me amabas antes de la creación del mundo”.

Álvaro ha entregado su vida a Dios el día en que recibió el ministerio sacerdotal, y ha repetido cada vez que celebraba la Santa Misa esas impresionantes palabras con las que Jesús, tras darnos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre, nos decía a los suyos: “Haced esto en memoria mía”. Una invitación apremiante a gastar la propia vida en el servicio a los hombres, que Álvaro aceptó acudiendo a la parroquia de Cártama en medio de sus dolencias. Hoy el Señor le ha tomado la palabra y se lo ha llevado con Él definitivamente para mostrarle el rostro del Padre, que siempre buscó, para, como nos ha dicho el evangelista San Juan, darle a conocer su Nombre en la luminosidad celestial y para compartir el amor que Dios tiene a su Hijo Jesucristo y a todos los que quieran seguirle.

Sé que es muy duro, pero os invito a los padres a mirar a María al pie de la Cruz de su Hijo, y a encontrar en Ella esa paz y esa esperanza que emana su presencia bienhechora.

Querido Álvaro, nos despedimos de ti con las mismas palabras que tú lo hacías de nosotros:

“Álvaro, muchas gracias a Dios y a ti”.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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