DiócesisHomilías Mons. Dorado

La Ascensión del Señor

Publicado: 28/05/2006: 871

1.- Hoy celebramos los católicos la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo.

La Primera Lectura de la Misa lo narra de una manera gráfica. Dice que el Resucitado se apareció a los discípulos y que éstos “lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista”.

Esa manera de hablar no significa que los primeros cristianos pensaran que el Señor está vagando en los espacios, pues tenían la certeza inquebrantable de que estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Por eso decía San Agustín: “Nuestro Señor Jesucristo ascendió al Cielo tal día como hoy; que nuestro corazón ascienda también con Él… Así como Él ascendió sin separarse de nosotros, también nosotros estamos con Él allí, aún cuando todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que nos ha sido prometido”.

Con estas palabras tan agudas quiere explicar que la Ascensión no consiste en que el Señor se haya marchado lejos, sino en que se ha adentrado de manera más profunda y eficaz en el corazón de sus seguidores, para ayudarlos a ascender.


2.- Jesús de Nazaret, el hombre más excepcional de toda la historia, a quien nosotros confesamos como Hijo de Dios y Salvador Único y total no es un difunto. Es Alguien vivo que ahora mismo está presente en el corazón de la historia y en nuestra propia vida.

No hemos de olvidar que ser cristiano no es adorar a un personaje del pasado que con su doctrina puede aportarnos alguna luz sobre el momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir.

Por eso, sus últimas palabras han sido: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. La Ascensión no es una separación sino una nueva forma de presencia.

Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con Jesucristo Resucitado como compañero de nuestra existencia.

Día a día está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es Alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.

Él está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza.

Él infunde en lo más íntimo de nuestro ser la certeza de que no es la violencia o la crueldad, sino el amor, la energía suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte.

Él nos contagia la seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún fracaso es absoluto, ningún perdón irrevocable, ninguna frustración decisiva.

Él nos ofrece una esperanza inconmovible en un mundo cuyo horizonte parece cerrarse a todo optimismo. Él nos descubre el sentido que puede orientar nuestra vida en medio de una sociedad capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin poder decirnos para qué o por quién hemos de vivir.

Él nos ayuda a descubrir la alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.

En Él tenemos la seguridad de que el amor triunfará y no nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles, pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y de esperanza.

El Resucitado está con nosotros. La presencia y la gracia salvadora de Cristo Resucitado nos acompaña por los complejos caminos de la vida “todos los días hasta el fin del mundo”. Pero Jesucristo y su gracia se hacen presentes de manera especial en los Sacramentos que son signos de fe.

“El Cielo no es un lugar que está por encima de las estrellas. Es algo mucho más importante: es el lugar que el hombre tiene junto a Dios” (Ratzinger).

 


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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