DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo IV de Adviento. Ciclo B

Publicado: 18/12/2005: 937

1.- La primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la ALEGRÍA. Es lo que escucha María en el relato de la anunciación que hemos proclamado en el Evangelio:

“Alégrate, llena de Gracia, el Señor está contigo”.

J. Moltmann, el gran teólogo de la Esperanza, lo ha expresado así:

“La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es el odio, sino Alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la Alegría de Dios y muere y resucita para traer la alegría a este mundo contradictorio y absurdo”.

“La primera palabra de Jesús no es Cruz, ni la última palabra será muerte. La primera palabra es `felices´ (“bienaventurados”) y la última palabras es VIDA: `Digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismo la alegría colmada´”.


2.- Sin embargo, la alegría no es fácil ni parece ser el sentimiento más generalizado en nuestro tiempo. A nadie se le puede obligar a que esté alegre, ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos. De lo contrario será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada artificialmente.

La Alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma.

Pero hay algo más: ¿cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra?, ¿cómo se puede reír cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas?, ¿cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?

La alegría de María, tal como aparece en el cántico del Magnificat, es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios Salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.

La alegría verdadera sólo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca la justicia, la libertad y la fraternidad entre los hombres. María se alegra en Dios porque viene a consumar la esperanza de los abandonados.

Sólo se puede tener alegría en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza en hacer felices a otros. Mientras vivamos buscando únicamente la satisfacción de todos nuestros deseos, ajenos al sufrimiento ajeno, conoceremos distintos grados de excitación, pero no la alegría que se anuncia a María y a los pastores en Belén.

La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer pero encuentra muy difícil engendrar alegría. Porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual. Está vinculada a la venida y a la llegada de Cristo. “Alegraos siempre en el Señor, porque Él está cerca de cuantos le invocan de veras” (Filip. 4, 4). María es bendita y se alegra porque Dios está con Ella.

Esta Navidad que se nos acerca nos hará felices y nos traerá el don de la alegría si, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sabemos acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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