DiócesisHomilías Mons. Dorado

Funeral por el Rvdo. D. Carlos García Batún

Publicado: 12/07/2008: 1005

La muerte de nuestro hermano Carlos García Batún nos reúne a celebrar esta Eucaristía, en una de sus significaciones más radicales: celebrar el misterio de la Muerte y de la Resurrección del Señor y de todos los seres humanos.

El pueblo creyente ha visto siempre con profundidad esta significación, dando sentido con la fe a estas exequias funerales. La muerte nos desconcierta y suele estar acompañada de dolor por la separación de los seres queridos.

Como humanos que somos, los católicos experimentamos también el miedo y el dolor, sin que tales sentimientos signifiquen que nuestra fe sea débil. Santa Teresita del Niño Jesús, por poner un ejemplo llamativo, vivió la proximidad de su muerte envuelta en oscuridad y en sobresaltos, sin que estos sentimientos mengüen o disminuyan su santidad. Y los evangelistas nos han relatado que Jesús llegó incluso a sudar sangre mientras oraba en Getsemaní y clamaba: “Padre, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Sin embargo, los cristianos tenemos que mirar la muerte a la luz de la esperanza. No sólo creemos en la inmortalidad del alma, sino que la fe nos enseña que también vamos a resucitar en el Señor. No sabemos el modo en que se puede a realizar este fenómeno. San Pablo decía a los cristianos de su tiempo que será semejante al grano de trigo que se pudre primero bajo la tierra para dar luego su fruto. Pero todas las comparaciones resultan inadecuadas cuando queremos hacernos una idea.

Sin embargo, lo que cuenta es la promesa, y esta fe en la resurrección ilumina la existencia del hombre y da sentido a nuestra vida y a cada uno de sus actos. Pues, como dice el Concilio Vaticano II, “el hombre no sólo es atormentado por el dolor y la progresiva disolución del cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de la extinción perpetua. Juzga certeramente por instinto de su corazón, cuando aborrece y rechaza la ruina total y la desaparición definitiva de la persona. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte” (LG, 18).

La fe nos dice que caminamos al encuentro del Señor, y allí encontraremos transfigurados nuestros logros y deseos más hermosos, porque Dios saciará el hambre de amor y de bondad y felicidad que anida en nuestro espíritu y constituye un signo y una promesa de lo que nos espera en la otra vida. También hallaremos a las personas que nos han precedido a la Casa del Padre, donde Dios enjugará todas las lágrimas. Al contemplarle cara a cara y acoger su amor, seremos semejantes a Él y cantaremos eternamente su alabanza.

Es lo que desea inculcarnos la Iglesia al situar la Fiesta de Todos los Santos en la víspera del Día de Difuntos, para que recemos por los seres queridos en un horizonte de esperanza cristiana. Pues, como dice la carta a los cristianos de Tesalónica, nosotros no tenemos que sucumbir a la tristeza “como los que no tienen  esperanza”, pues, “si creemos que Jesús murió y Resucitó, de la misma manera, Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús… Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4, 14-17).

Oremos hoy por nuestro hermano Carlos, para que la muerte sea para él el cumplimiento feliz de la promesa del Señor: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros”.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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