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Homilía en la celebración eucarística por Chiara Lubich

Publicado: 09/04/2008: 950

Homilía en la celebración eucarística por Chiara Lubich, Fundadora del Movimiento de los Focolares

Parroquia de San Gabriel, Málaga.

(1Jn 4, 7-21; Sal 21; Jn 17, 1-26)

HE MANIFESTADO TU NOMBRE


1.- “He manifestado tu nombre” (Jn 17, 6). Estas palabras de Jesús, en vísperas de su muerte, constituyen el mejor resumen de la vida de Chiara Lubich: en un siglo convulso y lleno de violencia, ha sido un testigo excepcional del amor de Dios al hombre y de lo que es capaz una persona, cuando se pone en las manos misericordiosas de Dios. No me corresponde decir quién es esta mujer, porque muchos de vosotros la habéis conocido personalmente y la mayoría de los aquí presentes conoce lo fundamental de su vida. Sin embargo, no me resisto a proclamar que ha sido una de las mujeres más importantes del siglo XX. Todavía es muy pronto para valorar su herencia, pero son cientos de miles, millones, las personas que han encontrado en su vida y en sus palabras un horizonte de fe y de esperanza que ha dado sentido a su existencia.

Es vísperas de la celebración de la Pascua, se nos ha ido de la tierra esta cristiana excepcional y nosotros confiamos que está con Dios, en presencia de Jesucristo muerto y resucitado, allí donde ya no hay llanto ni dolor, como dice el libro del Apocalipsis. Durante casi un siglo, ha irradiado por todo el mundo ese amor sencillo y alegre que caracteriza a los focolares, y su apuesta por la unidad y por la paz entre los hombres.

Como dice el evangelista san Juan, a propósito del Bautista, nosotros sabemos que ella no era la luz, sino un testigo humilde de la Luz. Y esta tarde nos hemos reunido no para llorar por su muerte, sino para dar gracias a Dios por su existencia y porque nos ha enriquecido con un legado que sigue vivo en miles de personas extendidas por todos los países. Ha sido una de las mujeres más grandes del siglo XX, y su rica personalidad irradia más allá de la Iglesia Católica e incluso fuera del ámbito de los creyentes. Por eso, a lo largo de su vida, especialmente durante los últimos años, le han llovido los doctorados de honor, aunque no fue propiamente una intelectual, sino un corazón de oro que se dejó guiar por el Evangelio y por el sentido común.

2.- “Quien  no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4, 8). Con frecuencia, las ideas en apariencia más sencillas son las más revolucionarias y fecundas. Chiara supo descubrir, en medio de la violencia destructiva, que sólo el amor es la base de una existencia humana digna, porque sólo él puede curar a las personas y ofrecerles la plenitud que tanto anhelan. En plena juventud, cuando los seres humanos se dejan llevar por sus sueños más hermosos, ella conoció a fondo la amargura de Getsemaní y la tremenda soledad del eclipse de Dios, como nos ha dicho el Salmo 21. Permaneció en su ciudad en medio de la escasez y de las bombas que destrozaban vidas inocentes, pero descubrió que no debía abandonar la cruz. Fue muy duro abrazar y consolar a una madre que había visto destrozados bajo los escombros a sus cuatro hijos y experimentó toda la tremenda soledad del salmista, cuando decía dirigiéndose al Señor: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Pero miraba al Crucificado y sentía que estaba abrazando también ella el dolor de toda la humanidad.
Siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret, que entregó su vida libremente por amor al hombre, Chiara convirtió pronto su hogar en una casa de consuelo y de acogida para todos los desamparados. A los veinte años, aquella joven maestra, hija de un tipógrafo socialista, había encontrado la fuerza sanadora del amor y consiguió que su humilde casa fuera un lugar de esperanza y fortaleza interior para todos los derrotados y desesperanzados. Su fe en Dios irradiaba fraternidad y alegría de vivir. Por eso se hizo contagiosa y suscitó un movimiento verdaderamente revolucionario en su ciudad natal,  Trento. Sin saber adónde la llevaba el Señor, siguió caminando con firmeza detrás de Él, aunque tardó en darse cuenta de que habían nacido los focolares, con su apuesta por el ecumenismo, su impulso al diálogo religioso, sus acciones a favor de la paz entre los pueblos y su economía de comunión frente al liberalismo egoísta.

No sólo experimentó vivamente que Dios es Amor, como dice San Juan, sino que nos mostró con su vida que el amor es la dimensión más profunda del hombre, la única fuerza capaz de hacerle descubrir lo mejor que hay dentro sí mismo. Y entendió la afirmación de San Juan, cuando dice que  si Dios nos amó hasta dar la vida por nosotros en su Hijo Jesucristo, también nosotros debemos amar a todos con obras y con palabras.

3.- “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”(1Jn 4, 16). Cuando se conoce a fondo la vida impresionante de esta mujer de origen humilde, que no pudo estudiar filosofía en una facultad católica, como era su deseo, y que, sin embargo, en el transcurso de los años fue invitada a hablar en Nueva York, en la universidad de Buenos Aires y en Tailandia, ante 800 monjes; y que fue galardonada por la Unesco y por el Consejo de Europa, uno tiene que preguntarse por la fuente de su fortaleza interior, de su sabiduría al alcance de todos y de su lucidez.

Y es ella quien nos responde, con sus reflexiones para el Viernes Santo del año 2.000, cuando comenta la oración sacerdotal que se ha proclamado: “Cuida a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros”.  Junto con sus compañeras de los primeros tiempos meditaba: “Ser uno como Jesús con el Padre,¿pero qué significaba? No se entendía mucho, pero debía ser algo grande. Fue por eso que un día, unidas en el nombre de Jesús, alrededor de un altar, le pedimos que nos enseñara a vivir esta verdad. Él sabía lo que significaba y sólo Él nos habría podido descubrir el secreto para realizarla. (…). Una vida fascinante y nueva, por lo menos para nosotros: vivir en el mundo, que todos saben que está en antítesis con Dios, y vivir por Dios una aventura celestial…”

Son palabras de Chiara Lubich, que se nos ha ido y nos ha dejado la misión de profundizar en el diálogo interreligioso, en el diálogo ecuménico, en la práctica del amor de los sencillos y en la apuesta firme por la paz, siempre de la mano de María, a cuyas plantas comenzó su impresionante aventura en el santuario de Loreto y a quien acudía en los momentos de mayor oscuridad. Para salir exultante de esperanza, porque “la casita de Loreto, dice años más tarde, había revelado en mi corazón algo misterioso” y “miraba aquellas paredes privilegiadas en las que habían resonado la voz y los cantos de María”.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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