DiócesisHomilías Mons. Dorado

Fiesta de la Inmaculada

Publicado: 08/12/2006: 911

1. María es la obra maestra de Dios. Ella es la persona humana en la que Dios se ha empleado más a fondo.

Los textos bíblicos que hoy hemos proclamado, al tiempo que nos expresan el misterio de esta mujer privilegiada, nos revelan la respuesta activa de María a la intención salvadora de Dios. María fue no sólo singularmente agraciada, fue también generosamente colaboradora. La gracia que recibió la Purísima no es sólo una gracia para ella; es una gracia para nosotros.

La colaboración de María aparece ya prefigurada en la lectura del génesis bajo la forma sencilla e ingenua del antagonismo de María con la serpiente, símbolo del mal y del pecado. El himno de la Carta a los Efesios alude implícitamente y especialmente a María cuando nos recuerda que en Cristo todos hemos sido llamados a “ser santos e irreprochables por el amor”. Pero la respuesta activa de María queda explícitamente consignada en el relato evangélico de Lucas: “Aquí está la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra”.

2. Las tres alusiones recogidas en las lecturas bíblicas abren para nosotros otros tantos caminos de colaboración con la acción salvadora de Dios.

El antagonismo de María con la serpiente nos estimula a luchar contra toda forma de corrupción. No podemos adoptar ante esto una postura pasiva ni escéptica.

La experiencia de todos los días y las noticias de los medios de comunicación, nos certifican la extensión y la profundidad de la corrupción en nuestro mundo. No podemos ignorar que existen también testimonios numerosos de integridad y generosidad. Pero tampoco podemos olvidar que la corrupción es patente y está vigente en la doble vida de muchas personas, en la infidelidad instalada en muchas familias, en la conducta fraudulenta de industriales, comerciantes y profesionales, en la irresponsabilidad de trabajadores, en la venalidad de jueces irresponsables, en la persistencia criminal de la violencia y el terrorismo, en la ausencia de escrúpulos de políticos, en la pasividad de hombres de Iglesia. A cada uno nos corresponde detectar y combatir, en nuestro interior y en nuestro entorno, los brotes de esta corrupción. Celebrar la Fiesta de la Purísima entraña comprometernos en este combate.

3. Si la lectura del Génesis en la fiesta de la Inmaculada reclama de nosotros integridad frente a corrupción, el pasaje de la Carta a los Efesios, en la Segunda Lectura, postula un comportamiento “santo e irreprochable”. María, la mujer santísima, nos recuerda “nuestra vocación a la santidad”. No podemos excusarnos alegando que el ambiente social es desalentador y que el ambiente eclesial es poco motivador. No podemos justificarnos con el recurso a la debilidad de nuestra naturaleza herida y débil.

Si en el ambiente social hay factores demoledores, también son frecuentes los factores estimuladores. Si algunos ejemplos de la comunidad eclesial y de sus pastores nos desalientan, otros muchos nos edifican. A pesar de que nuestra naturaleza es débil, Dios nos sigue llamando a la santidad. La gracia que Jesucristo nos brinda tiene virtualidad para provocar y sostener en nosotros una respuesta generosa. Celebrar la Fiesta de la Inmaculada Concepción equivale a despertar el dinamismo que nos orienta hacia la auténtica santidad cristiana.

4. Combatir la corrupción y aspirar generosamente a la santidad es nuestra manera de prolongar la respuesta que María dio en la Encarnación. El texto evangélico hoy proclamado nos revela el gesto de una mujer que, ante la propuesta de Dios, renuncia a su proyecto privado y se deja “expropiar” por el Señor para contribuir a su proyecto salvador.

Para María no cuenta tanto el honor de ser la Madre de Dios cuanto el servicio a la causa de Jesucristo el Salvador y a la liberación integral de su pueblo. Al igual que para la Purísima, para nosotros no existe ninguna forma de pureza que no se traduzca en amor, en abnegación ni en servicio.

Al acercarnos de la mano de María al altar de la Eucaristía pidamos a Dios la Gracia de combatir toda clase de corrupción, aspirar a la santidad y de implicarnos y complicarnos para el bien de los demás.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
Más artículos de: Homilías Mons. Dorado
Compartir artículo