DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo XXV del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Publicado: 23/09/2007: 1525

Casi todo el capítulo 16 del Evangelio según San Lucas se mueve en torno a una cuestión que nunca dejará de preocupar a una conciencia honrada: cómo emplear con sentido cristiano los bienes que uno posee. Concretamente el dinero.

Empieza el capítulo con la parábola del administrador tramposo y termina con la del “rico opulento y el mendigo Lázaro”. Entre ambas parábolas el Evangelista ha intercalado sin orden lógico unas cuantas sentencias del Señor. Hoy hemos escuchado la primera parábola y algunas de dichas sentencias. Leeremos la otra parábola el Domingo próximo.

A.- La parábola del administrador injusto aludía, tal vez, a algún episodio real objeto de comentarios en el pueblo. Un administrador ha perdido la confianza de su amo, que le notifica el despido. Sin más ingresos que los de su oficio, se le presenta el ingrato dilema de colocarse como bracero o pedir limosna. Reacio a ambas perspectivas, se ingenia un tercer camino. Aprovecha las pocas horas que le quedan, convoca a los deudores del amo y les rebaja a costa del amo una parte considerable de su deuda. Una vez han aceptado el fraude, el chantaje es perfecto: si lo denuncian a él se denuncian a sí mismos.

Se cuentan dos casos, dando por supuesto que seguirán otros. Cantidades discretamente elevadas: el primero se beneficia con un mínimo de 1000 barriles de aceite; y el segundo lo mismo, se beneficia con 20 fanegas de trigo. En ambos casos, el valor en dinero equivalía a lo que ganaría un obrero en uno o dos años de trabajo. Con bienes no suyos, el administrador injusto ha comprado gratitud. Alguien le acogerá en condiciones favorables.

Es injusto pero hábil.


B.- Reflexión y aplicación prácticas.

Jesús hace una reflexión provechosa de la por todos reconocida inmoralidad del administrador: si los “hijos de este mundo” se muestran pecaminosamente hábiles en la gestión de sus intereses, ¿por qué no son santamente hábiles en los suyos los “hijos de la luz”? De esta reflexión general el Evangelio saca las siguientes aplicaciones prácticas:

1ª. Invertir el dinero en ayuda al necesitado, a fin de que produzca un rendimiento eterno. Entonces, los pobres “nuestros amigos” y Dios solidario con ellos, nos acogerá en una felicidad eterna. Así podemos transformar el Dinero, tantas veces instrumento de injusticia, en medio de salvación.

2ª. La fidelidad en la administración cristiana de la riqueza material, que consiste en aplicarla a la ayuda de los más pobres, es condición necesaria y previa para que Dios le confíe a uno los valores eternos, que en relación con el Dinero son más importantes, más verdaderos y más propios del hombre. A quien administra los bienes fielmente, con la generosidad que exige el Evangelio, Dios le concede otros Bienes inmensamente superiores.

3ª. La libertad o el desprendimiento de los bienes materiales.

“Ningún siervo puede servir a dos amos”. Dios es el Único Dios, el centro de la Vida, el valor supremo. Quien sirve a Dios no es esclavo de nada ni de nadie. Pero, cuando entre Dios y el hombre se interpone el servicio del ídolo-Dinero, el hombre pierde su libertad interior y cae en la peor miseria; la de no poseer más que cosas materiales, sin Espíritu.

Dice San Lucas a renglón seguido que unos fariseos, al oír esto, se burlaron de Jesús. Y el Señor, por respuesta, les contó la vida, muerte y destino del Rico opulento. Será el tema del Domingo próximo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

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