DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo XXIX Tiempo Ordinario. Ciclo C Publicado: 20/10/2007: 1309 1.- San Pablo en diversos contextos de sus cartas repite dos consejos de vida. Uno: “no desanimarse”. Otro: “orar siempre”. “No desanimarse” fue una de las consignas predilectas de San Pablo: “No nos cansemos de obrar el bien”, decía a los cristianos de Galacia (Gál 6, 4), y de Tesalónica (2 Tes 3, 13). “No desfallezcamos en nuestra fidelidad apostólica” (2 Cor 4, 1) a pesar de la debilidad abrumadora por dentro (2 Cor 4, 6) y de las persecuciones por fuera” (Ef 3, 13). Perseverar: a la omnipotente energía de Dios le gusta realizar sus planes a través de la paciencia activa de los humildes. “Nuestro auxilio viene del Señor” (Salmo responsorial). Así vencieron los brazos abiertos de Moisés, desde la cumbre de la montaña cuando la batalla de los israelitas contra Amalec en la llanura de Rafidín, como nos cuenta la lectura del libro del Éxodo, que hemos leído en la primera lectura. “Permaneced”, es la consigna de San Pablo a Timoteo (2ª lectura). Permanecer es fidelidad. Y la forja de la fidelidad cristiana es el contacto cordial con la Palabra de Dios, con Jesucristo. Dios es fidelidad y el que permanece en comunión con Él por la fe, no se cansa. 2.- San Lucas, discípulo de San Pablo, ilumina esta lección de fidelidad perseverante, de la que son testigos los mártires con una parábola del Señor, que hemos recordado en la lectura del Evangelio. Tiene tres puntos: a). el relato humano, b). la reflexión de fe sobre el mismo, c). una advertencia final. La Parábola pone en escena dos personajes: por una parte un “juez injusto”, sin conciencia (“no teme a Dios”). Un cacique, sin respeto a los hombres, pues ha asegurado bien desde arriba su posición para que ningún ciudadano pueda contra él. No sirve a la justicia; se sirve de ella. Y por otra parte una viuda, símbolo en aquellos tiempos, junto a los huérfanos, de la mayor entre las pobrezas, que consiste en el desamparo social. La figura de la viuda es la protagonista de la Parábola. Incansable en sus idas y venidas de la casa del Juez: “hazme justicia”. El cacique acaba por rendirse. No por conciencia, sino por egoísmo. 3.- “Orar siempre y no desanimarse”. La historia de la viuda es un ejemplo humano de una lección divina. Si las lágrimas incansables pudieron vencer a aquel hombre sin conciencia, ¡cuánto mejor atenderá el Señor a sus elegidos! Cuando San Lucas puso por escrito esta Parábola de Jesús, los cristianos oraban día y noche al Padre Dios para que “viniese su Reino”. Algunos se impacientaban y se desanimaban sin caer en la cuenta de que el que tiene fe y ora sinceramente por la justicia, ya lo está realizando en su corazón y en su ambiente. Ya anticipa los días del Hijo de Dios. La oración con fe es una fuerza invencible. 4.- La reflexión final invita a un examen de conciencia: El Evangelio termina con una severa pregunta a todos los impacientes y desanimados: “… Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. El evangelista nos advierte a nosotros con esta lección de Jesús en el camino de Jerusalén: ¡que no nos falte en la tierra la fe de los elegidos! Y falta cada vez que dejamos de contar con la única fuerza que nos hace invencibles: la oración perseverante. La oración perseverante y el martirio –el testimonio de los grandes creyentes-, los mártires. 5.- La próxima beatificación de D. Enrique Vidaurreta, Rector de nuestro Seminario, y del joven diácono de 22 años, Juan Duarte, junto a 500 sacerdotes, religiosos y religiosas de toda España -21 de ellos relacionados con Málaga-, es un signo grandioso y elocuente de esa “nube de testigos” de que estamos rodeados también nosotros, que han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte, que no amaron tanto la vida que temieran la muerte, y se convierten para todos nosotros en signos de fe, de amor, de perdón y de paz. Como dice la Conferencia Episcopal, todos ellos tienen unos rasgos comunes: que fueron hombres de fe y de oración; que eran apóstoles de Jesucristo y se comportaron con valentía a la hora de confesar su nombre; que en las circunstancias más difíciles supieron confortar y sostener a sus compañeros de prisiones; que no se dejaron amedrentar y rechazaron todo tipo de propuestas tendentes a negar su identidad cristiana; que se mantuvieron fuertes en los malos tratos; que perdonaron a sus verdugos de una manera explícita y rezaron por ellos; que supieron abandonarse en manos del Señor, con una profunda paz en el momento de su sacrificio. Esta actitud brotaba de su confianza y su fe en Dios y de su esperanza en la vida eterna. Todos ellos son testigos de la ternura y del amor de Dios. Cuando tantos abandonan la fe o dicen que tienen fe y no son practicantes, los mártires nos dan la talla del verdadero discípulo del Señor, que está siempre preparado para dar la vida por Dios y por el hombre en el día a día, tal vez gris, de una existencia enraizada en Dios. En esta Eucaristía nos ofrecemos a Dios para ir a Roma como peregrinos de la Paz, para dar gracias a Dios e implorar por Santa María de la Victoria, Madre y Patrona de nuestra diócesis, el fortalecimiento de nuestra fe y nuestro compromiso misionero. Nuestros mártires, signos de amor, de perdón y de paz, nos convocan a todos a ser testigos de Dios en nuestro aquí y en nuestro ahora. “Dichosos los que creen”, nos recuerda el Domund, el Domingo Mundial para la propagación de la fe. El gozo de la fe se manifiesta transmitiéndola a los demás y para anunciar el nombre, la vida y la salvación de nuestro Señor Jesucristo. Rezamos hoy por nuestros misioneros y ofrecemos nuestra generosa colaboración económica para ayudar a la gran obra de las Misiones. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo XXV del Tiempo Ordinario. Ciclo BDomingo XXIX del Tiempo Ordinario. Ciclo B Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir