DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Publicado: 02/09/2007: 1401

1.- Siempre en ruta hacia Jerusalén, el evangelio de San Lucas describe en el cap. 14, 1-25, un convite festivo que sirve de ocasión a Jesús para dar a los comensales unas cuantas lecciones o catequesis sobre la vida cristiana.

Leído por entero este Simposio o Convite-Escuela contiene cuatro episodios:

1). Una lección sobre el sentido humano que debe tener “el día de fiesta” a propósito de la curación de un enfermo.

2). Un consejo práctico sobre la humildad.

3). Otro sobre la generosidad.

4). Y una elevación alegorizante sobre el Gran Convite (eclesial y escatológico) del Reino de Dios.

Por razones de brevedad el leccionario sólo ofrece la introducción (vers. 1) y los episodios 2 y 3.


2.- La “introducción” hace constar que era “sábado”. El gozoso día de fiesta, equivalente a nuestro Domingo. Después del oficio religioso en la Sinagoga (la Misa), se procuraba tener una buena comida, que era ocasión de invitaciones, encuentros e intercambios sociales. Al pasar Jesús por la población, un fariseo ilustre le ofrece su mesa. El Maestro solía aceptar. Le brindaba la oportunidad de intercambiar valores humanos y divinos. El evangelista nota que se inspiraba en el ambiente de expectante curiosidad. “Ellos –los fariseos- estaban al acecho” (14, 1).


3.- La “parábola viviente de la humildad” (vv. 7-11). Quien haya organizado algún acto social sabe cuán delicado, y a veces pintoresco, resulta el problema de la “precedencia” y del “protocolo”. Dicen que en Oriente la susceptibilidad es aún más sensible. El Maestro observó que algunos invitados procedían con tan poca precaución al ocupar los sitios preferentes que se exponían a un sofocón y a hacer el “ridículo”. Quien lea el Evangelio observará la difícil habilidad con que Jesús manejaba la “ironía”. Todos hemos visto cómo los que están seguros de su puesto de honor procuran llegar al último momento cuando tendrían todos que levantarse para agasajarlos y dejarles los primeros puestos. Si el orgullo es odioso, la vanidad es divertida. Jesús avisó a los “incautos” (y de paso caricaturizó a los “vanidosos”) con amable gracejo. Su consejo sapiencial no era nuevo; lo había cogido del “sentido común popular”, ya hacía siglos, el Libro de los Proverbios 25, 6-7. Con bastante frecuencia, al hablar con la gente, el Señor cita o refleja “dichos”, “refranes” y ejemplos tradicionales.

Pero nunca se queda a ras de tierra. De lo sencillo y cotidiano sube a la cumbre del espíritu. Lo que pasó o iba a pasar en aquel banquete pueblerino le sirve de punto de referencia, ejemplo o parábola viva de lo que sucede en el orden trascendente de la relación entre el hombre y Dios. Por eso rubrica el anterior humanísimo “consejo sapiencial” con una expresión que resume el corazón del Evangelio. Lo habían anticipado ya los profetas, como el Libro del Eclesiástico, que hemos escuchado en la Primera Lectura: “Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”. Y lo había cantado María en el Magnificat: “Glorifica mi alma al Señor, porque ha mirado la humildad de su sierva… Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes”. (Lc 1, 48 y ss.). La frase de Jesús dice: “todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Por respeto, la lengua hebrea evita muchas veces la repetición del nombre de Dios. En nuestra forma de hablar se debería decir: “Al que se enaltece a sí mismo, Dios lo humilla; al que se humilla, Dios le enaltece”. La verdadera grandeza del hombre está en Dios, en Cristo.

El que baja del pedestal de su propio “yo” para darse a los demás, en olvido de sí mismo, coincide con Cristo, que se “despojó de su rango” y se encuentra con Dios. Por eso el humilde no fracasa nunca.

4.- Otro tema que Jesús propone en ese simposio es una catequesis sobre el “desinterés” o sobre la “generosidad no interesada”.

Nos dice el Señor que el que da para recibir otro tanto o más, tiene espíritu de mercader. El fariseo que invita al maestro a la comida o al banquete debía ser experto en el arte, tan humano y social, de favorecer para granjearse favores. Jesús invita a un arte superior y divino: confiar el retorno de los favores a las manos de sólo Dios. El Dios de los pobres y desvalidos.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

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