Publicado: 05/08/2007: 945

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo C


1.- Continúa en este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario la sección central del Evangelio según San Lucas que tiene como título general “El camino de Jerusalén”.

Jesucristo va explicando a sus discípulos unas catequesis sobre las características de la vida cristiana.

En la página que hemos escuchado hoy empieza un tema característico: el valor de los bienes temporales. El tema se prolonga hasta las primeras líneas de la lectura del Domingo próximo y concluye resumiéndose en aquella sentencia: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”.

En el fragmento introductorio, que hemos leído hoy, podemos distinguir tres momentos:

a). Una anécdota, que da pie al tema,
b). la parábola del “rico insensato o necio”, y
c). la transición al pensamiento principal que quiere inculcar el Señor: que cada uno procure hacerse “rico” ante Dios.


2.- En la primera parte el Evangelio de la Misa de hoy nos presenta la anécdota de dos hermanos que disputan por la herencia de sus padres. Deprimente espectáculo, tantas veces repetido en torno a la muerte de los padres. Es una escena corriente, porque el dinero lo es todo para muchos. Y es que el dinero permite sobresalir, da poder a quien lo tiene (“poderoso caballero es don dinero”), abre casi todas las puertas, permite casi todos los caprichos y ofrece seguridad.

Para muchos es un verdadero “dios” (San Pablo en la Segunda Lectura lo califica de “idolatría”: Col 3, 4 ss.). Es un ídolo sangriento, pues como el dinero que se tiene nunca es suficiente, el que ha puesto su esperanza en él madruga por él, mata si es preciso para conseguir más y sacrifica todo por poseerlo.

El afán de dinero endurece el corazón de las personas, divide a las familias, lleva a traicionar a los amigos, a explotar a los pobres y destruye los mejores sentimientos. Pero lo buscamos porque pensamos que tener dinero es una forma de tener seguridad.

El Evangelio que hemos proclamado hoy en la Misa nos recuerda que es una seguridad falsa. Basta un infarto, un accidente, un fracaso o, sencillamente, el paso de los años, para que nos demos cuenta de ello. Además, el hambriento de dinero termina por ser una persona alienada, un esclavo de su avaricia, un ser cada día más suspicaz frente a todos, hasta quedarse sin familia y sin amigos. La parábola lo califica de “necio” o “rico insensato”. Lo ilustra a todo color el Libro del Eclesiastés, que hemos proclamado en la Primera Lectura de la Misa de hoy.


3.-  Por eso, frente a un mundo que rinde culto al dinero como a un ídolo y que supedita todo a conseguirlo, el Evangelio nos invita a buscar nuestra riqueza en otra parte. Reconoce que necesitamos bienes, pero nos enseña a no poner el corazón en ellos y a no olvidar, como dice el Concilio Vaticano II, que “Dios ha destinado la tierra y todo cuanto contiene para uso de todos los hombres y pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la guía de la justicia y el acompañamiento de la caridad”.


4.- Por otra parte, la plenitud y la felicidad de la existencia humana está únicamente en Dios, que es el Origen y la Meta de la vida. Porque sólo Él nos da verdadera seguridad y un horizonte de sentido. Sólo su Amor responde y satisface los anhelos de alegría que todos llevamos dentro a veces sin ser conscientes de ello. Y nadie ni nada nos puede robar este tesoro. “Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón sólo descansa en Ti” (San Agustín).

Por eso insiste San Pablo en la Segunda Lectura de la Misa que “aspiremos a los bienes de allá arriba, donde está el Señor Resucitado”. Pues la vida del hombre sólo encuentra en Dios su plenitud y su dicha.

El Evangelio del Domingo próximo recogerá las últimas palabras de esta sentencia sobre la “verdadera riqueza” del hombre que tiene sed de Infinito, de Dios, y se equivoca cuando pretende saciarla con bienes materiales.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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