DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo VI del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Publicado: 11/02/2007: 1320

1.- A lo largo de los siglos, el hombre se ha preguntado cómo debe comportarse una persona, qué valores ha de encarnar en su vida. Es el importante problema de la ética y de la moral, que nos permite enjuiciar lo que está bien (lo bueno) y lo que está mal (lo malo). Hoy existen respuestas para todos los gustos: muchos piensan que lo bueno es lo que proporciona placer; otros, aquello que favorece los propios intereses… y actúan en consecuencia. Cada uno –dicen- que se las arregle cómo pueda. Para muchos los bueno es lo que favorece el bien común. Pero no saben explicar en qué consiste el bien común ni porque tenemos que sacrificarnos por los demás. Pues “si Dios no existe”, como dijo el novelista ruso Dostoyewsky, “todo está permitido”.

2.- Los creyentes del Antiguo Testamento, sabedores de que Dios es el creador y el Señor de Cielos y tierra, el que los salvó de la esclavitud de Egipto, aceptaron como norma de conducta los Diez Mandamientos que Dios reveló a Moisés: adorar a un solo Dios y ser respetuosos y solidarios con los hombres. Porque los Diez Mandamientos venían a ser una declaración elemental de los Derechos Humanos.

3.- Con la venida de Jesucristo, Dios ha entrado en la historia de los hombres, se ha hecho presente en nuestra vida. Como si fuera la hora cero de la historia, su Nacimiento en Belén es el punto en que comienza el recuento de los años. Porque Él lo hace todo nuevo, y esta nueva forma de presencia de Dios entre los hombres, es una revolución en las relaciones del hombre con Dios y en las relaciones de los hombres entre sí (somos hermanos porque todos somos hijos de Dios).

La Ley del Antiguo Testamento termina por provocar tensión y desasosiego, ya que nadie puede cumplirla del todo. El Evangelio consiste en saber que Dios nos ama; y el que acepta ese amor y esa llamada es capaz de cualquier cosa. Ya no le mueve la Ley con sus severas exigencias, sino el Amor que llena su corazón y lo libera. En un mundo en el que sólo cuentan el dinero, el prestigio y el poder, el Evangelio nos enseña que la plenitud del hombre consiste en disfrutar del amor que Dios nos tiene y del amor a los otros. Un amor sin intereses ni facturas.

El poder, la fama y la riqueza son ídolos sangrientos que terminan destruyendo a quien le sirve. Por el dinero se vende el propio padre, y por afán de poder se miente y se traiciona a los amigos. Basta con observar lo que sucede con el reparto de la herencia en la familia o con la confección de listas electorales.

El Reino de Dios es subversivo para un mundo que sólo busca el interés; es una revolución en el corazón del hombre. Por eso no lo pueden entender los triunfadores, los ricos, los satisfechos. Sólo lo entienden los pobres, los perdedores o los que sufren o han sufrido mucho y los pisoteados, porque su corazón no es ambicioso y esperan ese Bien y esa Verdad que les han negado los hombres.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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