DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo V de Pascua Publicado: 14/05/2006: 894 1.- Jesucristo se nos revela hoy con la alegoría de la “vid y los sarmientos”: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador”. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Con este símbolo, tomado del Antiguo Testamento, nos quiere decir que Dios Padre constituye a su Hijo centro de la comunidad humana, centro del mundo y de la historia, a fin de que todos y cada uno de los hombres se unan con Él y se salven. Siempre que la Iglesia y el cristiano toman conciencia de sí mismos, descubren a Cristo en su propio ser. Lo expresaba muy bien y con vigor, hace unos años, un gran teólogo de la Iglesia con estas palabras: “Si Cristo no constituye su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu Santo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina sin no es Cristo su arquitecto, y si el Espíritu Santo no es el cimiento de las piedras vivas con que está construida. Toda su doctrina es una mentira si no anuncia la Verdad que es Cristo. Toda su gloria es vana si no la funda en la humanidad de Jesucristo. Su mismo nombre nos resulta extraño si no evoca inmediatamente en nosotros el único Nombre que ha sido dado a los hombres para que alcancen su salvación. La Iglesia no significa nada para nosotros si no es el Sacramento, el signo eficaz de Jesucristo”. 2.- Para quienes aceptan este plan de Dios, la meditación evangélica de la vid y los sarmientos les señala dos actitudes: - permanecer, y - dar fruto. La consigna más insistente es “permanecer unidos a Jesucristo”. Y “permanecer” es: • mutua intimidad de pensamiento y de vida, y • “fidelidad” en el amor que no traiciona. • Ser cristiano no consiste en apuntarse a una ideología, sino vivir la experiencia de un encuentro personal con Jesucristo en nuestra vida concreta. • Fidelidad es poder decir, como San Pablo, que “hemos visto al Señor” y que es Él quien vive en nosotros. El Evangelio destaca el carácter operativo de esta unión con Cristo: el buen sarmiento “da fruto”. En cambio, como dice el Señor: “sin Mi no podéis hacer nada”. La Iglesia sabe por larga experiencia que las condiciones de su eficacia en el mundo están en su fidelidad a Jesucristo y en su unión con Él, que tiene su máxima expresión en la Eucaristía. Unidos a Cristo, la verdadera Vid, podemos decir como San Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. La expresión alegórica “dar fruto”, abarca todo el dinamismo de la santidad y el espíritu apostólico y misionero que nacen y se alimentan de ese Amor sin término que nos comunica el Espíritu de Cristo. 3.- De ese encuentro y de esa unión con Jesucristo surgió el impulso evangelizador y misionero de los primeros cristianos, como nos recuerda la Primera Lectura con el testimonio del apóstol Pablo. La exigencia de evangelizar, a la que estamos convocados, sólo irrumpirá en nosotros y en nuestra Iglesia en la medida en que vivamos la experiencia gozosa de la salvación que Dios realiza en nuestra unión con Jesucristo. Sólo será posible en aquellas personas cuyas vidas estén animadas por el Espíritu Santo, en el seguimiento de Cristo, y alimentados por la oración y la lectura de la palabra de Dios. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo VI de PascuaDomingo V del Tiempo Ordinario, ciclo C Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir