DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo III de Cuaresma. Ciclo C

Publicado: 11/03/2007: 1126

1.- El Evangelio de hoy, tercer Domingo de Cuaresma, nos propone unas reflexiones en torno a la primera y principal consigna que dió Jesucristo a su pueblo: “Convertíos y creed el Evangelio” (Mt 4, 17).

Toda la vida cristiana es un ejercicio de conversión, de “dejarnos convertir por Dios”.

El fragmento del Evangelio que escuchamos hoy contiene dos unidades literarias:

a). una catequesis a propósito de ciertas noticias que se comentaban aquellos días, y

b). la parábola del árbol estéril.

Algunos llevaban dos malas noticias: una era el asesinato de unos galileos mientras ofrecían sacrificios en el Templo de Jerusalén; unas fechorías más del déspota Pilatos, una represión ante la sospecha de un desorden. Por asociación de ideas se recuerda otro infortunio reciente: el desplome de una torre del barrio de Siloé, a poca distancia del Templo, con un balance de 18 muertos.

Un prejuicio muy arraigado, incluso entre los discípulos de Cristo, veía en todo infortunio personal concreto el castigo de un pecado personal. Jesús desautorizó este prejuicio. El dolor de cada persona humana es un misterio que sólo comprenderá cuando lo vea desde la inteligencia y el corazón de Dios.

Aquellas víctimas del Templo y de Siloé no eran más pecadores que quienes están comentando su muerte. Porque también éstos son pecadores y todos debemos CONVERTIRNOS.

2.- Los análisis y los diversos estudios de carácter sociológico y psicológico que tratan de descubrir las causas históricas de los males concretos que esclavizan al hombre son absolutamente necesarios para buscar soluciones eficaces a nuestra sociedad actual. Pero no terminan de explicar el enigma de unos hombres que no logran la convivencia pacífica y fraterna que andan buscando. Hay muchas preguntas que no tienen fácil respuesta.

En este contexto no parece una ingenuidad el escuchar la invitación de Jesús a descubrir con más lucidez, detrás de los acontecimientos y actuaciones humanas, la fuerza del pecado como una realidad que nos deshumaniza individual y colectivamente. El pecado como un egoísmo concreto que crece en el corazón de cada hombre y toma cuerpo en las instituciones injustas.

Sin duda, la humanización de nuestra convivencia exige una serie de conquistas de orden político y socio-económico.

Pero sería una equivocación pensar que el futuro más humano de nuestra sociedad se construirá sólo con la puesta en marcha de unos determinados proyectos políticos.

No nacerá un “hombre nuevo” entre nosotros, si cada uno no somos conscientes de nuestro propio pecado y nos comprometemos en un esfuerzo de renovación personal.

Ha crecido de manera notable nuestra capacidad crítica frente a las estructuras, las instituciones y la culpabilidad de los demás. Pero corremos el riesgo de quedarnos ciegos ante nuestra propia culpa.

Tratamos de buscar al culpable y lo encontramos casi siempre en los demás. Pero todos sabemos que nuestra sociedad no cambiará por el hecho de que cada uno apunte acusadoramente al vecino.

El enemigo de una sociedad más justa y más pacífica no es sólo el otro, sino yo mismo, con mi egoísmo, mi irresponsabilidad, mi absentismo cómo, mi despreocupación por los problemas ajenos.

Por eso, el Evangelio de hoy nos apremia a “convertirnos” y a “dar fruto”. Y la conversión no consiste en introducir algún retoque en nuestra vida, sino en cambiar de raíz: pasar de una fe rutinaria a una fe vida que nos comprometa con Dios y con el hombre; de una forma de vivir volcados exclusivamente en las cosas de esta tierra a una vida centrada en Dios.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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