DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo A Publicado: 20/01/2008: 1179 1.- El Evangelio de la Misa de hoy nos presenta a Jesús de Nazaret como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Una expresión muy importante, pero poco significativa en nuestro mundo donde el pecado no se estila, y donde, para muchos, el sentimiento de culpa es pernicioso porque, según se dice, destruye nuestro equilibrio interior y nuestra alegría de vivir. En todo caso ahora acudimos al psicólogo o al psiquiatra para descargar nuestra conciencia. No necesitamos pedir perdón ni preocuparnos de Dios. Con el progreso de la ciencia y del saber hemos vencido enfermedades que parecían incurables y nos hemos liberado de tabúes y mitos propios de pueblos antiguos y reprimidos. Dios ya no es necesario. 2.- Y, sin embargo, el pecado del mundo consiste precisamente en eso: en que siendo inmensamente ricos dejamos a gran número de personas y de pueblos morirse de hambre; en que hablando tanto de derechos humanos, crece por días la explotación y la violencia; en que en nombre de la paz provocamos nuevas guerras. Pues hay algo que no funciona en el corazón del hombre, en el corazón de cada uno. La desesperanza se ha apoderado de nosotros y hemos perdido el sentido de la vida y el valor de la persona. Con palabras del Evangelio, vivimos en un mundo de tinieblas y pecado y necesitamos abrirnos a la misericordia divina y al perdón de Dios. 3.- Los hombres y mujeres del siglo XXI necesitamos volver a encontrar a Dios y a Jesucristo, nuestro único Salvador, para recobrar la confianza en la vida y la fuerza del amor. Porque el mayor pecado y la peor desgracia en que podemos incurrir, es olvidarnos de Dios y vivir en el vacío. Los cristianos debemos ser conscientes de que el hombre de hoy, sin saberlo, está reclamando a Dios. Y es hora de pensar a Dios y de hablar de Dios y relacionarnos con Él. 4.- El mejor camino de Dios es Jesucristo. Sólo Él nos perdona los pecados y nos da la fuerza del Espíritu Santo para que recobremos la Fe, el Amor y la Esperanza, como dice el evangelista Juan. Y sólo encontraremos a Cristo si no cerramos las puertas del corazón a su llamada y no nos negamos a buscarle con sincero corazón y con humildad. Porque sólo quien ama la Verdad, quien la busca con pasión y está dispuesto a aceptar con alegría que Dios sí existe, puede descifrar su voz y descubrir su rostro en el Evangelio de Jesús y en medio de la existencia. Pues Dios se revela a quien le busca y oculta su rostro a los soberbios y a los orgullosos. Termino deseando a todos que abramos el corazón a la voz de Jesucristo. Y, como dice San Pablo, en la Segunda Lectura de la Misa, pidiendo y deseando que “la Gracia y la Paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, esté con todos vosotros “ (I Cor 1, 3). + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo II de Pascua. Ciclo ADomingo II de Pascua. Ciclo B Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir