Publicado: 16/03/2008: 1045

La Semana Grande de los cristianos acaba de comenzar con la procesión matinal de las palmas. El Domingo de Ramos es como hermoso pórtico de la Semana Santa que está constituida por la Encarnación, Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Los tres misterios están ya apuntados en la Liturgia de este Domingo desde la misma oración Colecta, que dice así:

“Dios Todopoderoso y Eterno, Tú quisiste que nuestro Salvador se hiciera hombre (la Encarnación), y muriera en la Cruz (la Pasión),… concédenos que un día participemos de su Resurrección”.

Vamos a contemplar, siquiera sobriamente a los tres misterios centrales de nuestra fe.


1.- La Encarnación es evocada en la Liturgia de hoy en la Carta de San Pablo a los Filipenses, que hemos proclamado en la Segunda Lectura:

“el Hijo de Dios se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos”. (Flp 2).

Dios ha querido salvarnos compartiendo nuestra condición humana, débil, sufriente, pobre. Ha querido experimentar la dicha y el dolor de ser hombre. La Encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento pleno de docilidad filial al Padre y nos muestra también el aspecto de la solidaridad con los hermanos.

Ser cristiano consiste en encarnarse al estilo de Dios, que se hace patente en dos rasgos: el primero está descrito en la Lectura de Isaías:

“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban; no oculté el rostro a insultos y salivazos”.

Quien se encarna tiene que arrostrar incomprensiones, exigencias y maledicencias.

El segundo rasgo está recogido por San Pablo:

“Cristo se rebajó”.

Si el Altísimo se rebajó hasta los abismos de la condición humana, ¿qué otra cosa debemos hacer nosotros sino romper barreras, acortar distancias y ponernos al nivel de los más humildes?


2.- La Pasión está presente en todos los textos y gestos de la Liturgia de hoy. El relato de la Pasión es el núcleo más antiguo del Evangelio. La lectura asidua y reflexiva del relato evangélico ha sido fuente inagotable de espiritualidad en la historia del cristianismo. Se configuró en torno a la celebración de la Eucaristía. Por eso empieza con la evocación de la Última Cena, en que Jesús la instituyó. La Eucaristía ilumina el sentido teológico de la Pasión, que culmina en la Crucifixión. La entrega del Cuerpo y de la Sangre es Realidad hecha signo de la Generosidad Divina con que Cristo se da por nosotros en sacrificio de Alianza Eterna. Y se nos da “para incorporarnos a Él”. Los que viven la Eucaristía se sitúan por connaturalidad en el centro de la Cruz. San Pablo resumió la Pasión diciendo que “Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros”. Darse es la palabra inclasificable del Amor. En la Pasión Cristo nos lo dice con infinita evidencia.


3.- La Resurrección está claramente presente en el Domingo de Ramos. La procesión de las palmas no es un simple recuerdo de un día de triunfo en vísperas de una gran tragedia. Jesús no es “Rey por un día”. En la procesión hemos celebrado ya anticipadamente su victoria final: la Resurrección. Si nuestra Misa de hoy se iniciaba con una oración en la que se evocaba la Resurrección, se cerrará con otra en la que, con un juego poético de palabras, le pediremos que “así como la Muerte de su Hijo nos ha hecho esperar lo que todavía no poseemos, su Resurrección, nos haga poseer lo que esperamos”. Y en el canto del Prefacio diremos al Señor que “al morir destruyó nuestra culpa y al resucitar fuimos justificados por Él”.

Vivir como cristianos no consiste sólo en encarnarnos, sino también en padecer, por muy paciente que sea nuestro sufrir. Consiste también en resucitar, es decir, en vivir a pleno pulmón la vida nueva del Señor, que es libertad, alegría, fraternidad, piedad. Consiste en ser transmisores de la Resurrección siendo promotores de libertad, alegría, fraternidad y piedad.

Que esta celebración comunitaria de la Liturgia de la Palabra y de la Plegaria Eucarística, nos prepare para vivir intensamente la Semana Santa del año 2008. En esta Eucaristía recibimos todo el fruto de la pasión de Jesús. Él nos da no sólo su Cuerpo y su Sangre, sino también su unión con el Padre y nos pone, por tanto, en el camino de una vida generosa y de la unión definitiva con Dios.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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