DiócesisHomilías Mons. Dorado

Santísimo Cristo de Urda

Publicado: 28/09/1998: 946

1.- Celebramos hoy y mañana la fiesta del Santísimo Cristo para la que os habéis preparado con una novena de oración y reflexión.

Las fiestas del Santísimo Cristo son un acontecimiento religioso singular en nuestro pueblo, que no puede ni debe quedar reducido a la repetición, siempre bella y emotiva, de una costumbre que forma ya parte de nuestra historia desde hace muchos siglos.

Como acontecimiento religioso tiene su origen y su explicación en la fe cristiana de nuestros antecesores. Nosotros lo hemos recibido como una riquísima herencia y como una gracia que debemos acoger con una fe personal y transmitirla a las próximas generaciones sin adulteraciones ni impurezas.

La fiesta del Santísimo Cristo de Urda es el paso de Jesús por nuestras calles y por nuestra vida, que nos invita a hacer más religiosa nuestra vida, a nuestra santificación personal y a la renovación espiritual de nuestras familias y de nuestras comunidades cristianas. Si esta celebración no nos hace mejores, más cristianos y más evangélicos, si no nos acerca más a nuestro Padre Dios y a nuestros hermanos los hombres, me temo que se quede en una celebración vacía y sin sentido.

El Santísimo Cristo es siempre portador de un mensaje, de una Palabra de Vida. Él mismo es el mensaje y la Palabra. Y es bueno que cada uno le preguntemos en el silencio del corazón:

¿Qué quieres de mí y de nosotros, aquí y ahora, Santísimo Cristo? ¿Qué quieres decirnos a cada uno de tus hijos este año y en esta situación concreta en que vivimos?


2.- La preparación del Gran Jubileo del año 2000:

La Iglesia entera está comprometida en estos años finales del siglo XX en la preparación del Gran Jubileo con el que queremos celebrar los 2000 años del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Y el Papa nos ha repetido que esta preparación consiste en “Fortalecer la fe y el testimonio evangélico de todos los cristianos”. Esto es lo urgente.

Urge que centremos cada día más nuestra fe en la persona de Jesucristo muerto y resucitado. Urge que nos dejemos conducir vitalmente por Jesucristo a Dios nuestro Padre, para vivir como hijos y hermanos. Urge que nos abramos al Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Se trata de ayudar a cada cristiano, a cada uno de nosotros, a “vivir según la forma del Santo Evangelio”, como decía bellamente San Francisco de Asís.

Y junto a esta fe más consciente y más personalizada, tenemos que capacitarnos para saber dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a los hombres y mujeres de hoy. Que sepamos decir por qué creemos en Dios y quién es el Dios en quien nosotros creemos. Que nos acostumbremos a leer y escuchar con frecuencia la Palabra de Dios contenida en la Biblia. Que conozcamos mejor y vivamos los contenidos fundamentales de nuestra fe y de la moral cristiana. Que nos atrevamos a confesar y vivir nuestra fe en este mundo secularizado, sin complejos, sin ambigüedades y sin rebajas. Frente a una cultura que parece marginar a Dios por decreto, por ideología o por consigna, tenemos que proclamar con obras y con palabras, que sin Dios la existencia del hombre se oscurece, el camino hacia los demás se estrecha y los proyectos se desvanecen en la nada. Que sólo Él da sentido y consistencia a nuestra vida; porque él, en Jesucristo, ha venido “para que tengamos vida y la tengamos en abundancia”.

El mundo de hoy necesita más cristianos –curas y seglares- con una profunda experiencia de Dios (“amigos fuertes de Dios” –como decía Santa Teresa-), con un conocimiento más actualizado de los misterios de nuestra fe y con un espíritu apostólico y misionero más creativo.

Personalmente estoy persuadido de que la falta de vigor evangélico y evangelizador de la Iglesia no se debe principalmente a unas leyes hostiles ni a una cultura desfavorable; que también se debe más bien a nuestra mediocridad, a la debilidad de nuestra pasión por Dios, a nuestra anemia espiritual. Las dos pasiones que dan vigor a la Iglesia y a los cristianos son la pasión –el “apasionamiento”- por Dios y la pasión por el hombre.


3.- El Santísimo Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre, se acerca también este año a cada uno de nosotros con una palabra de vida, en un ambiente de alegría y de fiesta. Lo que da sentido a nuestra Fiesta es Cristo, que pasa junto a cada uno de nosotros.

El Evangelio que hemos proclamado en esta Misa nos narra una escena de la vida del Señor que se repite hoy entre nosotros. Dice que “en cierta ocasión, la gente se agolpaba junto al Cristo para oír la Palabra de Dios… y que el Señor se subió a unos de los barcos… se sentó y estaba enseñando a la gente desde la barca”.

También nosotros nos agolpamos hoy junto al Cristo para oír la palabra de Dios; y Él nos enseña desde la barca.

En el Evangelio de hoy el Cristo nos hace, al mismo tiempo, una invitación y nos describe cómo quiere que sea nuestra relación con Él:

- Una invitación: “rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”. “Remar mar adentro” es una llamada a no ser cristianos de orilla (superficiales, ambiguos y sin riesgo); “mar adentro” equivale a una vida cristiana:

• con profundidad,
• con radicalidad y asumiendo el riesgo,
• donde Dios es sólo nuestro auxilio y nuestra ayuda,

-Y en el ejemplo de Pedro nos descubre las tres etapas de nuestra relación con Él: balbuceamos como niños: “Tú lo sabes todo; Tú sabes, Santísimo Cristo de Urda, que te amo”.

Amar a Jesús es seguirle, ligarme a su Persona, a su Mensaje, a sus valores y actitudes, de manera definitiva, de tal modo que “nadie nos separe del Amor de Cristo”.

Seguirle es adherirme, en una relación de amistad íntima, a Jesucristo y al programa de vida que él propone.

Seguirle, como Pedro, es aceptar que Él abre un camino nuevo, desconocido, sobre el cual lo que hay que hacer es caminar detrás de Él hacia donde Él quiera llevarme. Es dejar que Otro nos conduzca, poniendo en Él nuestra esperanza y confiando en su palabra.

Concédenos, Señor, la gracia de escuchar el eco desconcertante de esta palabra: “Sígueme” que Tú dices a todo hombre y a toda mujer que abre el oído a tu Evangelio. Concédenos traducirla en auténticas obras de imitación tuya.

Santísimo Cristo:

Danos fe recta,
esperanza cierta,
caridad perfecta,
humildad profunda,
sentido y conocimiento para cumplir en todo tu santa voluntad.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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