DiócesisHomilías Mons. Dorado Cristo de Urda Publicado: 28/09/2002: 985 El Cristo de Urda es una figura familiar y entrañable para los hijos de este pueblo y de toda la Mancha. La imagen de este Cristo está grabada en el corazón de los que aquí nacisteis y quedasteis, y de los que nos fuimos a vivir fuera. Hoy es la Fiesta de “nuestro Cristo” y por eso tenemos clavada en él nuestra mirada encendida por la fe. Yo quisiera con mis palabras dar a esta mirada una mayor profundidad para que captéis y percibáis mejor el significado del Cristo con la Cruz a cuestas. 1.- Este Cristo es la señal más grande del amor que Dios nos tiene. El Evangelio de San Juan nos dice: “Tanto amó Dios al mundo (a nosotros) que entregó a su propio Hijo”. Dios nos mostró su amor creando este mundo para nosotros. Pero ésta no es la señal máxima del amor de Dios. Dios nos ha dado la salud y la vida. Pero ésta no es la máxima señal del amor de Dios. Dios nos ha dado una familia, una educación, unos medios de vida. Pero ésta no es la máxima señal del amor de Dios. Dios nos ha entregado a su Hijo y ha permitido incluso que fuera expulsado violentamente del mundo porque nos ama. La única razón es ésta: expresarnos su amor: y es que Dios no sólo es Amor, sino que no es más que Amor. Cuando nos preguntan qué significa ser cristiano, decimos: querer a Dios más que a todas las personas y cosas de este mundo. Es verdad. Pero hay una verdad más fundamental y más importante: ser cristiano es saber con toda el alma que Dios nos ama, que Dios me ama personalmente a mí con un amor inmenso. Que Dios no me abandona nunca. Que se preocupa por mí. Que no hay en este mundo para Él nada más importante que yo. Todos tenemos penas, disgustos, sufrimientos: una salud quebrantada, un matrimonio roto, una pérdida económica grande. A veces los disgustos nos hacen delirar y decimos: “Dios no me hace caso… A Dios no le importa nada”. Otros se preguntan: “¿Es posible creer en Dios después del genocidio de Auschvits?” Y nunca estuvo Dios tan cerca como en la Cruz de Cristo Jesús. Con todo el amor de un Padre. Nunca está Dios tan cerca como cuando lo estamos pasando mal y tenemos muchos problemas. Él nos hace compañía para que vayamos resolviendo los problemas que podamos arreglar y vayamos aceptando los problemas que no podemos arreglar. A los pies de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, que fue acompañado y amado por Dios su Padre, también nosotros aceptamos, como Él, que Dios nos ama. 2.- El Cristo de Urda, cargado con la Cruz, nos enseña además otra gran lección: que su Pasión no ha terminado. Que Él sigue crucificado en el guardia civil muerto por los terroristas, en la muchacha engañada por su novio que no la quiere, en la mujer maltratada, en el joven que espera un puesto de trabajo que no le llega, en el obrero explotado, en los marginados que no tienen techo. Cuando de niños oíamos el relato de la Pasión o veíamos una película sobre la Pasión del Señor, sentíamos deseos de lanzarnos a Él y descolgarle, curarle sus heridas y acariciarle con nuestro amor. No podemos volver a Jerusalén por el túnel del espacio y del tiempo para hacer esto. Pero podemos cargar con la Cruz o al menos consolar en ella a muchos crucificados de la tierra. Podemos estar junto a un anciano deprimido. Podemos escuchar a una madre de familia atribulada. Podemos hacer gestiones por un muchacho sin trabajo. Podemos compartir nuestro dinero para que llegue a los más necesitados de aquí o del Tercer Mundo. Podemos. Y eso que hacemos a los demás, se lo hacemos al Señor Crucificado, al Cristo de Urda, al Hijo de Dios. Y es más: si no lo hacemos a los demás, todos los padrenuestros y las novenas y las flores y los cirios, no valen para nada. Porque no se puede acariciar la cabeza y pisotear los pies de una persona a la que amamos. Y si tratamos bien al Cristo, pero maltratamos a otros, acariciamos la Cabeza del Señor, pero pisoteamos los pies del Señor. 3.- Por fin, este Cristo bendito, nuestro Padre Jesús Nazareno, nos enseña que lo definitivo no es el sufrimiento, sino la Alegría. Este Cristo con la Cruz a cuestas es el Cristo Resucitado. Es el mismo. Él bajó a los sótanos del ser hombre. Experimentó el miedo y la angustia. Fue tentado por la depresión. Se sintió abandonado por su Padre. Pero al final Dios lo resucitó, porque la última palabra del amor de Dios no es la muerte de Jesús sino su Resurrección. Cuando estamos en el túnel creemos que sólo hay túnel. Pensamos que no hay salida. ¡Sí hay salida! Dios nos consuela en nuestro dolor, nos ayuda a solucionar los problemas ya en esta vida. Y Dios nos promete una vida plena y dichosa más allá de la muerte. Fiémonos de Dios. Como Cristo, que en los momentos de mayor oscuridad, entregó su vida diciendo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús, cuando se sentía acosado por sus enemigos y sabiendo que iba a ser crucificado, dijo unas palabras que hoy se cumplen: “Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”. Que este Cristo levantado entre el Cielo y la tierra siga atrayendo hacia sí a todos los urdeños y manchegos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Ante Él, decimos: “Feliz tú porque has creído. Creo, Señor, pero aumenta mi fe”. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Santísimo Cristo de UrdaSolemnidad del Santísimo Corpus Christi Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir