DiócesisHomilías Mons. Dorado

Solemnidad del Santísimo Corpus Christi

Publicado: 22/05/2008: 1079

S.I. Catedral

“Glorifica al Señor, Jerusalén. Alaba a tu Dios, Sión”.


Con estas palabras invitaba el Salmo 147 a los miembros del Pueblo de Israel a reconocer y proclamar con agradecimiento el amor de Dios y su presencia salvadora en medio del mundo.

Era la misma advertencia que hacía Moisés, como nos ha recordado la Primera Lectura, a un pueblo fácilmente olvidadizo:

“No te olvides del Señor tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de la esclavitud… que sacó agua para ti de una roca de pedernal y que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres” (Deut 8, 14-16).

Ese mismo vuelve a ser el mensaje de la Fiesta del Corpus Christi para nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI.

Así lo expresa uno de los himnos más significativos que solemos cantar en ese Día:

“Alabad al Señor,
sus grandezas cantad;
es el Dios del Amor
de la inmensa bondad”.

El Día del Corpus se trata de resaltar el carácter público de nuestra profesión de fe, en cumplimiento del mandato de Nuestro Señor Jesucristo:

“Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que os digo al oído, proclamadlo desde la azotea. Porque si uno se pone de mi parte delante de los hombres, yo también me pondré de su parte. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del Cielo”.

Y es que, desde el Evangelio, no hay otra alternativa: o creyentes públicos o descreídos; o confesores o incrédulos. Quien tiene fe no se la puede acallar, y la dice y “la hace”. Se le nota por encima del pelo su identidad creyente. Y, al contrario, el que arrastra una fe vergonzante, el que disimula su condición creyente, el que se esconde a la hora de la dificultad testimonial… o está a punto de perderla o es que no tiene fe.

En la fiesta del Corpus queremos proclamar que para los católicos la Eucaristía es el centro de nuestra vida y del mundo. La Eucaristía lo es todo, verdaderamente todo. Porque la Eucaristía es Jesucristo, el “verdadero Pan bajado del Cielo”. “Y sin la Eucaristía –como decían los primeros cristianos- no podemos vivir”.


Porque si algo tiene la fe es su necesidad de ser dicha, su condición de publicidad y su pasión por el pregón y la azotea. Aunque nace en la intimidad y el silencio personal, la fe necesita plazas públicas y emplazamientos estructurales, como el pez necesita del agua. El verdadero creyente es un testigo del Dios Vivo, y es en público, en la sociedad, con frecuencia indiferente y hostil, donde verifica su autenticidad y donde adquiere credibilidad.

Por eso, nada más lejos de la fe que el anonimato y la privatización. Las sacristías, los círculos cerrados, las especulaciones intimistas, los silenciamientos y actitudes vergonzantes… son formas de silenciar la Palabra (con mayúscula) que para poder existir, necesita romper puertas e irrumpir en el mundo. De ahí que el golpe más bajo que se puede asestar a la fe cristiana es recluirla al foro interior, hacerla insignificante, no escandalosa, no perceptible, echarla de las escuelas y de la vida pública.

Más aún: cuando a la fe, de una forma o de otra, no se la persigue, cuando pasa desapercibida es señal evidente de que ha sido desnaturalizada. Y es que, para los testigos de Cristo, la persecución, que no es una eventualidad, sino una posibilidad siempre actual, es la gran oportunidad de madurar, el “verdadero confesionario” donde se revela a Cristo entre los hombres. Persecución que es confesión y martirio, gracias a la invitación de Cristo a no temer, porque Dios se pone de parte de quien no le orilla en la vida.

Nuestra Iglesia diocesana quiere orientar sus trabajos y actividades hacia un objetivo que hemos descrito así: “Fortalecer y transmitir la fe”. O, dicho de otra manera, que la Iglesia y los cristianos conozcamos, celebremos, vivamos y testimoniemos el Evangelio de Jesucristo en medio de las circunstancias específicas de nuestra sociedad.

Hoy, en la Fiesta del Corpus Christi, queremos proclamar a voz en grito y en nuestras calles y plazas “que Dios está aquí”, realmente presente en nosotros y entre nosotros y que la Eucaristía es para los cristianos el centro del mundo y “la fuente y la meta de la vida cristiana”.

La Eucaristía es todo, verdaderamente todo, porque la Eucaristía es Jesucristo. Es Jesús vivo y operante, “el verdadero Pan bajado del Cielo”, en el cual el Padre le da a cada hombre de todo tiempo y lugar el Don personal de su Hijo, Jesucristo. Es el Don de todo lo que Él es y ha hecho, a través de la pobreza radical de la apariencia del Pan. Para saciar en nosotros su hambre con el Pan de Vida, que ha bajado del Cielo, nos transforma en Él y así nos permite vivir con su Vida, haciendo lo que Él ha hecho y amando como Él amó.

Ante la Eucaristía nos sentimos urgidos a cantar públicamente al Amor de los Amores, porque Dios está aquí, porque Jesús es entre nosotros el Pan Vivo que ha bajado del Cielo; y nos sentimos interiormente impulsados a anunciar a todos los hombres que el que come de este Pan vivirá para siempre.

“Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra Comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura. Amén”.

Este tesoro estupendo nos introduce en la alegría, en la acción de gracias y proporciona un impulso a toda nuestra vida.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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