DiócesisHomilías Mons. Dorado

Solemnidad del Santísimo Corpus Christi

Publicado: 10/06/2007: 1068

S.I. Catedral

Gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo

1.- “Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que, a mi vez, os he transmitido” (1 Co 11, 23). Estas palabras de primera Carta a los fieles de Corinto, con las que San Pablo nos presenta la institución de la Eucaristía, nos sitúan ante el núcleo más profundo de la vida, de la oración y del culto cristiano: el sacramento de la caridad, fuente y meta de la evangelización y de la existencia de la Iglesia.

Es una tradición que procede del Señor en su sentido más pleno, pues “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), hasta dar su misma vida por nosotros, revelándonos el amor infinito de Dios al hombre, a cada hombre. Y lo hizo anticipando místicamente su muerte y su resurrección en la Última Cena. Por eso, ya desde los primeros tiempos, los cristianos se reunían cada domingo para la “fracción del Pan”, como dice San Luchas en el libro de Los Hechos, y como nos consta también por testimonios no cristianos. La Iglesia no ha dejado nunca de celebrar la Eucaristía cada domingo. Y con el paso del tiempo, se vio la necesidad de celebrarla también cada día; de manera especial, en los días festivos.

Es natural, porque el Evangelio es Jesucristo, el Hijo unigénito del Padre, que se ha hecho hombre para hacernos hijos de Dios y partícipes de la vida divina. Ahora sigue activamente presente en medio de nosotros, para alimentar nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza. Después de su Ascensión, la comunidad cristiana no lo puede ver con los ojos del cuerpo, pero lo descubre con los ojos de la fe y sabe que ahora su vida se nos comunica por los sacramentos de una manera misteriosa y real. Pues como dice el Vaticano II, “en la fracción del Pan eucarístico compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con Él y entre nosotros” (LG 7).

En este sacramento, el Señor viene al encuentro del hombre para acompañarle en su caminar por la historia; y se convierte en comida que sacia nuestra hambre de verdad, de bondad y de belleza; nuestra hambre de amor. Sólo espera de nosotros que abramos el corazón y la inteligencia a su venida, para que se produzca ese encuentro de amistad que transforma a la persona en lo más profundo de su ser. Con palabras de Santo Tomás de Aquino, “no hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales”.

Cuando analizamos detenidamente la historia de la Iglesia, nos damos cuenta de que detrás de cada impulso de renovación y de cada vida santa hay una profunda piedad eucarística. Esto nos recuerda que es Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo, quien renueva y alimenta a la Iglesia sin cesar, pues como dijo Juan Pablo II. “la Iglesia vive de la Eucaristía”. Por eso, os invito hoy a profundizar en lo que hemos pedido al Señor en la oración colecta de la misa:


2.- Que nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente los frutos de la redención. Estas palabras nos advierten implícitamente de que la vida cristiana languidece cuando no está centrada en la Eucaristía: en la celebración de la misa, donde Jesucristo nos alimenta y renueva sin cesar; y en la adoración Eucarística, donde tomamos conciencia viva del amor y de la primacía de Dios en la edificación del Reino. Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, en la que la adoración ocupa un lugar eminente, hemos de recordar y meditar las luminosas palabras de Benedicto XVI, cuando dice que “en la Eucaristía, el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros”, y “la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración (...), la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una misma cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera” (SC 66).

De ahí la importancia de esa actitud que se advierte en numerosas parroquias, que tratan de recuperar el legado evangélico del Beato Manuel González fomentando el culto eucarístico también fuera de la santa misa. Este planteamiento, cuando se realiza con hondura evangélica, lejos de ser una manera de encerrarse en los templos y evadirse ante los problemas del entorno, nos ayuda a mirarlos con los ojos de Jesucristo y a dar una respuesta de cercanía y amor como la suya, que hizo decir a los que le conocieron que fue poderoso en obras y en palabras, y pasó por el mundo haciendo el bien. Porque la autenticidad de la celebración eucarística y de la adoración fuera de la misa se verifican por el amor afectivo y efectivo que generan. Es lo que nos sugiere el evangelio que se ha proclamado, cuando Jesús, compadecido de la gente, dice a sus discípulos:

3.-  “Dadles vosotros de comer” (Lc  9, 13).  Él se refería al pan ordinario que la gente estaba necesitando en aquel momento, igual que se refería a ese pan Benedicto XVI, con su reciente llamada a los países más ricos del mundo reunidos en Alemania. Porque la satisfacción de las necesidades básicas de la persona no es ajena al Evangelio, pues se trata de derechos humanos inalienables y como dijo Pablo VI la defensa y la promoción de los derechos fundamentales de la persona constituyen un elemento integrante de la evangelización (cf. EN 31).

En la Última Cena, tras haber pronunciado las palabras con las que entrega su vida por nosotros, Jesús nos dijo a los suyos: “Haced esto en memoria mía”. Con este mandato nos invita a celebrar la Cena, pero también nos impulsa a ejercer el sacerdocio común, que consiste en la entrega existencial a los demás, en el amor al otro hasta las últimas consecuencias. Pues la Eucaristía no sólo es la mayor expresión del amor de Dios al hombre, es también fuente inagotable de amor para su Pueblo. Por eso nosotros celebramos en una misma fecha la fiesta el Cuerpo y de la Sangre del Señor y el Día de Caridad.

“Dadles vosotros de comer”, nos sigue diciendo el Señor ante las muchedumbres hambrientas. Este año, Cáritas ha determinado centrar su mirada en la falta de escuelas que sufren millones de niños. Y es natural esta preocupación, porque sin una educación de calidad, la persona no puede desarrollar todas sus capacidades ni relacionarse con los demás ni procurarse el alimento necesario. Por consiguiente, no debe ser el compromiso de unos pocos miembros de la Iglesia, sino un compromiso firme de todo el pueblo de Dios a lo largo de todo este año.

Por mi parte, además de alentar a todos a toméis parte activa como Dios os dé a entender en esta propuesta de Cáritas, os invito a mirar con ojos creyentes a las personas de vuestro entorno, pues hay muchas que tienen todos los bienes materiales necesarios y, sin embargo, padecen otras hambres que no logran identificar: hambre de justicia, hambre de verdad, hambre de paz, hambre cariño, hambre de Dios en definitiva.

Como ha dicho el Papa en su Exhortación Apostólica Sacramentum Charitatis, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Jesucristo “a hacerse ‘pan partido’ para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más humano y más fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: ‘Dadles vosotros de comer’” (SC 88)..

Pues, con palabras de la Santísima Virgen en su visita a Isabel, el Reino de Dios que está llegando es también una invitación a que los pobres puedan comer y vivir como hijos de Dios.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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