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V Centenario fundacional de la Pontificia y Real Archicofradía de la Sangre

Publicado: 01/07/2007: 953

Pontificia, Real y Muy Ilustre Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, María Santísima de Consolación y Lágrimas y del Santo Sudario

1.- Con una gran variedad y riqueza de proyectos y actos religiosos, culturales y sociales, estáis celebrando el V Centenario fundacional de la Pontificia y Real Archicofradía de la Sangre.

Hoy queréis fijar vuestra mirada en la Santísima Virgen, a la que veneráis como la Virgen de Consolación y Lágrimas, con la Coronación Litúrgica de su imagen.


2.- En el texto del Evangelio que hemos proclamado hoy comienza el evangelista San Lucas el relato de toda la historia de la Pasión del Señor, que tiene como acontecimiento final el misterio de la lanzada del Cristo de la Sangre, que tuvo como fruto primero la conversión de un soldado romano, Longino, autor de la lanzada, que al contemplar cómo moría el Señor hizo aquella manifestación de Fe y de conversión: “Un  hombre que muere así sólo puede ser Dios”.

Fue el acto final de la Pasión y Muerte del Señor que comienza con la subida a Jerusalén y el anuncio, los tres anuncios, que hace el Cristo de su Pasión y Muerte, al mismo tiempo que invita a sus discípulos, a los primeros cofrades, a seguirle.

Para ser un verdadero cofrade “hay que seguirle”; es decir:

- hay que andar a su paso,
- con su ritmo,
- tras sus huellas.

San Lucas presenta en este momento del camino de Jesús tres características o rasgos de quien le proclama su Sagrado Titular y ser su cofrade:

- en la primera, el Hijo del hombre se declara en el más radical de los desposeimientos: carecer de toda instalación: pobreza, libertad…
- en la segunda instantánea: “dejar a los muertos que entierren a sus muertos…” quiere decirle con esa frase hiperbólica que la llamada de Dios no admite espera.
- y en la tercera recuerda con la parábola del labrador que lo “de atrás… ya no existe”: se requiere prontitud y si regateos.

El Cristo de la Sangre nos recuerda que el precio de nuestra salvación ha sido y es la entrega por todos nosotros: expresión de que Dios ha amado tanto a los hombres que ha entregado a su propio Hijo.

Para nuestro ambiente cultural, el ambiente de los compromisos débiles, de los experimentos en cuestiones de amor y de amistad, del vivir esclavos del presente, la fe y el seguimiento de Jesucristo, de que nos habla del Cristo de la Sangre, resulta escandalosa.


3.- En el año 1929 la Archicofradía incluye en el Cortejo procesional por primera vez la imagen de María Santísima de Consolación y Lágrimas, atribuida al imaginero malagueño del siglo XVIII Fernando Ortiz, propiedad de la esposa de D. Antonio Baena, que es donada a la Archicofradía para ser procesionada.

Hoy, con la Coronación Litúrgica de esta sagrada imagen, cumplimos uno de los proyectos previstos en la celebración del V Centenario fundacional de la Pontificia y Real Archicofradía de la Sangre.

Desde muy antiguo el pueblo cristiano invoca a María y venera sus imágenes y la corona con coronas de gloria, añadidas como complemento necesario de especial significación.

¿Cuál es su significación?

3.1. La Iglesia saluda a la Virgen María como Señora y Reina, la persona humana en que se revistió de carne humana el Rey de los siglos. Para honrar tanta dignidad y grandeza, los fieles han ido poniendo espontáneamente coronas a las imágenes de María, y la Iglesia no sólo ha aprobado este proceder, sino que ella misma ha instituido un Rito solemne de Coronación.

La corona no es un adorno caprichoso. La corona es traducción iconográfica del mensaje evangélico, es un signo santo que tiene a Cristo como último referente y un estímulo para nuestra vida cristiana.

La Iglesia siempre ha mirado a la Virgen María como Virgen coronada por Dios. “La coronaste de gloria y dignidad”, como dice el Salmo. Y así hemos de mirarla también nosotros.

El arte sacro se ha recreado en la corona de la Virgen María; la destaca y la resalta intencionadamente para llamar nuestra atención. La corona, con las aureolas y diademas que la enriquecen y complementa, es símbolo de todas las grandezas y glorias de María.

La corona es signo de realeza: en María significa que es “Reina y Madre de misericordia”. La corona en María significa que es “la Omnipotencia suplicante”. Ella es Reina porque posee la riqueza de todas las virtudes y la plenitud de la Gracia.

Nosotros, llenos de admiración y entusiasmo, le decimos: “Dios te salve, Reina y Madre”.

3.2. “Apareció una figura portentosa en el Cielo. Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas”, nos dice el Apocalipsis. Esta portentosa mujer es figura de la Iglesia. La Iglesia ha llegado en la Virgen María a su perfección. Y lo que se dice de la Iglesia se aplica también a María, que es el miembro supereminente de la Iglesia. María es la parte mayor, la parte mejor, la parte principal y más selecta de la Iglesia.

María no es un estorbo para ir a Dios. Todo en María conduce a Dios, lleva a Dios. “María en su vida realizó la figura perfecta del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes; y encarnó las Bienaventuranzas evangélicas predicadas por Cristo. Por lo cual toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y obras, encuentra en ella la más auténtica forma de perfecta imitación de Cristo”.

3.3. “El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado”. La Liturgia pone en labios de la Virgen María esta aclamación de clara resonancia bíblica. “Me ha coronado”. Ninguno más digno de ser coronado que la Virgen María, Madre de Dios. La llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres, la que llaman bienaventurada todas las generaciones, la Hija predilecta del Padre, la que es Madre del Hijo de Dios, Rey del universo, la más espléndida gloria del Espíritu Santo, bien merece una corona.

La corona en las sienes de la Virgen es la traducción plástica del Magnificat: constantemente está proclamada la grandeza del Señor, como Ella cantó: “El Señor ha hecho en mí cosas grandes”, “hace proezas con su brazo”. María es la mayor proeza hecha por Dios en las criaturas. Bien merece una corona.

Al verla así coronada y exaltada, nosotros no podemos menos de gritar con entusiasmo: “Más que Tú sólo Dios, sólo Dios”. Al hacer esta exclamación estamos glorificando a Dios, que se ha “lucido” en María, la obra más grande de la Gracia.

Alabando la obra estamos ensalzando al Autor. Bien merece una corona.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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