DiócesisHomilías Mons. Dorado Sagradas Órdenes Publicado: 29/07/2006: 893 S.I. Catedral Poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación (Lect. 1º 2P. 1, 5-11; Sal 15; Ev. Jn 15,14-17) 1.- ‟No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayáis y deis fruto‶ (Jn 15, 16). Estas palabras del evangelio que se ha proclamado tratan de introducirnos en la dimensión profunda del acto que vamos a realizar: la ordenación de seis presbíteros y de un diácono. El Señor se ha fijado en cada uno de vosotros y os ha elegido para que seáis signo eficaz de su presencia en el mundo. Como ha dicho de manera audaz el Papa Benedicto, para que actuéis ‟con su yo‶, con ‟el yo‶ de Jesucristo. Vuestra identidad va a recibir una nueva dimensión. Por la imposición de manos sobre vuestra cabeza, el Señor toma posesión de vosotros y os dice: Tú me perteneces y estás bajo mi protección. La unción de vuestras manos con el óleo santo manifiesta que están destinadas a ser instrumentos de servicio y de bendición para todos. La entrega de los evangelios que se va a realizar os habilita para proclamar su palabra. Y el cáliz que vais a recibir de mis manos os invita a ser ‟hombres para los demás‶, a dar vuestra vida día a día. En cierto sentido, mediante estos ritos antiquísimos se pretende expresar que ya nos os pertenecéis a vosotros, sino que quedáis expropiados para servir al Señor sirviendo los hombres, sus hijos; de manera especial, a los pobres y a cuantos se encuentran marginados y solos. Es natural que, al meditar en la grandeza misteriosa del sacerdocio, nos sintamos sobrecogidos. Pero os recuerdo lo que repite constantemente Jesús en el Evangelio: No tengáis miedo; no temáis, porque ha sido Él quien os ha elegido y os envía; y Él ha vencido al mundo. Sabemos que os aguarda un clima humano y cultural inhóspito para los creyentes; una sociedad de la que algunos desean desterrar el nombre de Dios; un mundo en el que una tercera parte de sus habitantes están crucificado por la injusticia y la violencia; y en el que las gentes del hemisferio Norte, al que pertenecemos nosotros, se ven empujadas por el ansia de consumo y de placeres y apenas piensan en Dios. Sin embargo, ha repetido Jesucristo, en el evangelio que se acaba de proclamar, que nosotros somos sus amigos, que Él está con nosotros y camina a nuestro lado. No somos trabajadores a destajo, ni funcionarios aburridos por la monotonía de la tarea, ni soñadores utópicos que tratan de escapar de la realidad, sino los amigos de Jesús con los que Él disfruta en la oración y a los que ha encomendado continuar su tarea. Por eso nos espera cada día junto al sagrario, para ayudarnos a comprender su Palabra y mostrarnos el rostro amigo de Dios, en medio de los vaivenes oscuros de la vida. Para sostener en pie nuestra debilidad. Ese es el motivo de que, junto a la sorpresa y al asombro, os embargue la alegría por el don inmenso que vais a recibir. Jesucristo os conoce personalmente, os ha elegido a cada uno, os ha destinado a hablar y actuar con su propio ‟yo‶, os va a tomar bajo su protección con la fuerza del Espíritu y os repite: ‟Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo so mando... A vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer‶ (Jn 15, 14-15). Y como tales amigos, estáis llamados a ser, en medio del mundo, las manos de Jesucristo que ayudan a levantarse al hombre herido; la palabra del Señor, que anuncia el amor de Dios al hombre; y los brazos del Crucificado que acogen emocionados al hijo que se había alejado de la casa familiar. Verdaderamente os ha tocado realizar, como ha dicho el Salmista, una hermosa tarea: hablar a los hombres de Dios y hablar a Dios de los hombres. Pero, como he dicho antes, vivimos inmersos en una profunda crisis cultural, en un mundo en el que se mezclan las grandes conquistas humanas con el eclipse de Dios y del sentido de la vida. Y como sois humanos, es posible que os tienten la perplejidad y el miedo, ante la inmensidad del encargo y el recuerdo de los compañeros que un día emprendieron la marcha como vosotros hoy y luego se han ido quedando al borde del camino. ¿Como es posible que las tinieblas hayan vencido a la luz en su corazón? ¿No estaban bajo la especial protección de Jesucristo? ¿Qué podéis hacer vosotros para que no se apague la luz de vuestra fe entre los azares y los golpes de la vida? 2.- Escuchad lo que ha nos dicho San Pedro en la primera lectura: ‟Poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección?‶ (2P 1,10). Os lo repito, pues desearía que, cuando os pongáis ante el Señor cada mañana y cada noche, os acordéis de la recomendación de San Pablo que os repitió vuestro hermano Obispo en el día de la ordenación sacerdotal: ‟Poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección‶. Pues la vocación no es una llamada puntual que se escucha y que se acoge de una vez para siempre, sino una historia de amistad que se va consolidando cada día al hilo de los acontecimientos, cuando se saben vivir a la luz de la fe y en trato íntimo con Jesucristo. Eso es lo que nos dice San Pedro y lo que nos enseña su trayectoria personal. También él vivió una experiencia deslumbrante cuando conoció a Jesús. Se sentía capaz de todo, hasta de dar la misma vida por el Maestro. Pero las dificultades le llevaron a dudar, como el día en que vio que le faltaba tierra bajo los pies al caminar sobre el agua; le llevaron a escandalizarse y protestar, cuando Jesús les explicó que iba a morir en una cruz; le llevó a reaccionar con extrema violencia en Getsemaní, pensando que era la mejor manera de defender al amigo; y le llevó a negar a su Maestro en el momento en que Jesús era rechazado por todos y necesitaba su amistad. Pero Pedro, a pesar de todas sus debilidades y pecados se mantuvo atento a la llamada divina y consiguió vencer la duda; comprender que el camino de la cruz es el camino de Dios; reconocer su pecado para acoger el perdón divino. Porque la vocación no implica que seamos perfectos, sino que es una historia de amistad, una llamada nueva cada día, un proceso abierto que nos va configurando con Cristo a través de la búsqueda constante, la obediencia y el perdón. Afianzar la propia vocación y elección consiste en profundizar en la búsqueda de Dios, en la entrega generosa a los demás y en el trato íntimo con el Resucitado. Como insistía el Beato Manuel González, no olvidéis que el sagrario debe ser el lugar natural y preferido del sacerdote, donde afianza y da contenido a su vocación y a su elección, y se adentra en el misterio de la Cruz. Pues para alcanzar esa libertad que nos permite darnos y servir sin condiciones, los sacerdotes tenemos que salir de Egipto, cruzar el Mar Rojo, sobrevivir en el desierto y alimentarnos con el maná de la Eucaristía. ‟Para no poner en ridículo nuestro ministerio, nunca demos a nadie motivo de escándalo‶ (1º Cor. 6, 1). ‟Si quieres saber como se realizan estas cosas, dice San Buenaventura, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos‶ (Itinerario, 7, 4). Es un texto tan bello, que emociona. Pero estas actitudes profundas no se improvisan, sino que son consecuencia del entrenamiento diario. Por eso nos ha dicho también San Pedro que tenemos que añadir a nuestra fe la virtud. Es decir, esa forma de actuar constantemente en honda sintonía con el Evangelio que se llega a convertir en nuestra segunda naturaleza. Pues sólo quien se ejercita diariamente en el amor, la fe y la esperanza; en la humildad y demás actitudes evangélicas será una persona virtuosa y tendrá la fuerza interior necesaria para afrontar las tentaciones y dificultades. Pero siempre, teniendo como elemento central de nuestra contemplación el amor que Dios nos tiene a cada uno y nos ha manifestado al llamarnos y elegirnos. Como dice también el papa en la homilía antes citada, ‟para que el ajetreo diario no marchite lo que es grande y misterioso, (...) necesitamos volver a aquella hora en la que Él puso sus manos sobre nosotros y nos hizo partícipes de este misterio‶. Vais a recibir el ministerio sacerdotal en este primer templo de la Diócesis, que está dedicado a la Anunciación de María. Os pongo a todos bajo su amparo, para que, como Ella, dejéis con alegría y con asombro que el Espíritu configure en vuestra alma a Jesucristo. Ella lo llevó en su seno, para dárselo a toda la humanidad; y vosotros lo llevaréis en vuestro corazón, para actuar ‟con el yo‶ de Jesucristo Cabeza, y ofrecérselo a todos mediante vuestra forma de vivir, vuestra palabra y los sacramentos que hoy os confía la Iglesia. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Solemnidad de San Ciriaco y Santa PaulaFestividad de la Sagrada Familia Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir