DiócesisHomilías Mons. Dorado

Festividad de Santa María de la Victoria, Patrona de Málaga

Publicado: 08/09/2005: 1136

S.I. Catedral

De Ti ha salido el Sol de Justicia
(Lecturas Rom 8, 28-30; Sal 12; Mt. 1, 1-23)


1.- Dichosa eres, Santa Virgen María. Estas palabras de la Liturgia nos invitan
a poner a tono la mente y el corazón para conmemorar el nacimiento de la Virgen,
fiesta que, en Málaga, celebramos con la advocación de Santa María de la Victoria,
Patrona de la ciudad y de la diócesis.

La Virgen María es dichosa porque ‟salió del corazón del Verbo eterno que, por
obra del Espíritu Santo, modeló aquel cuerpo y aquella alma que debían servirle un día
de tabernáculo y altar‶ (Card. Schuster). Es dichosa porque acogió la Palabra de Dios
en su corazón, la guardó para meditarla (Lc 2, 19 y 51) y la dejó fructificar en su vida,
hasta convertirse en una bella parábola de la santidad de Dios y de las maravillas que
se proclaman en el Magníficat (cf Lc 1, 46-55). Finalmente es dichosa porque, como
dice el Concilio,  ‟avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo la unión con su Hijo
hasta la cruz‶ (LG 58) y se convirtió en ‟modelo destacadísimo en la fe y en el amor‶
(LG 53); en ‟imagen y comienzo de la Iglesia‶ (LG 68); en Madre de los pobres, Salud
de los enfermos y Refugio de los pecadores. Por eso, canta la Liturgia que ‟cuando
nació María, el mundo se iluminó‶. Y también por eso nosotros hemos venido hoy a
manifestarle nuestro amor, a cantar sus glorias y a venerarla con afecto.

Pero sabemos que la grandeza de la Virgen, esa grandeza que se manifiesta en
su fidelidad a Dios y al hombre, tiene su fundamento último en el papel que desempeñó
en la Historia de la Salvación. Porque es la Madre de Jesucristo; la Puerta por la que
entró Dios en la historia de los hombres.


2.- De ti ha salido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, nos ha dicho el
versículo del ‟Aleluya‶. La Iglesia quiere recordarnos que la Virgen es Madre de Dios,
y que el amor que la profesamos, cuando es maduro, nos lleva a encontrarnos con
Jesucristo, el Rostro humano de Dios, su Imagen, el Hombre Nuevo en quien
recuperamos la amistad divina y la capacidad de amar que perdieron nuestros primeros
padres.

Por este motivo, la Iglesia nos invita hoy a caminar, de la mano de María, al
encuentro de Jesucristo, para que participemos de la fuerza renovadora que brota de
su muerte y resurrección; y para que nos convirtamos en herederos de esa vida divina
que transforma al hombre en lo más profundo de su ser y le convierte en impulsor de
una nueva humanidad.

Pues la vida cristiana no consiste principalmente en seguir un nuevo código de
conducta, sino en adentrarse en el corazón de Dios; en participar de su misma vida;
esa vida que brilla en la fe, el amor y la esperanza de los Santos, y los hace impulsores
de una nueva humanidad. Por la fe y por el bautismo, los seguidores de Cristo
quedamos injertados en el amor salvador y liberador de Dios; y participamos ya en la
tierra de un dinamismo divino que se alimenta en los sacramentos y que se traduce en
relaciones de amor y de servicio a todos.

Cuando nuestra libertad colabora con el Espíritu Santo, vemos cómo nos
alcanza también a nosotros aquella transformación que tuvo lugar en el sacrificio del
Calvario: la transformación de la muerte en vida; y del odio, en amor. La victoria sobre
el pecado y sobre la muerte.

Porque Cristo es nuestro Dios y nos libera de las cadenas que nos impiden
amar, para que nos convirtamos en instrumentos eficaces de la construcción de ese
mundo nuevo que anhelamos; de ese mundo nuevo que se manifiesta en la vida y la
obra de los verdaderos discípulos, piedras vivas del templo del Espíritu, como dice San
Pedro (cf 1 P 2,5).

Por supuesto que los cristianos tenemos que trabajar con todos los hombres de
buena voluntad - también con los no creyentes- para que mejoren las leyes que regulan
la vida social y económica de los pueblos; para que avance en todas partes el respeto
a los derechos humanos; para que las conquistas de la ciencia, especialmente las de
la medicina, beneficien también a los pobres. Todo esto se puede realizar sin fe, pero
si olvidamos que Jesucristo es el  ‟Sol de Justicia, nuestro Dios‶, y no acudimos,
mediante los sacramentos, a Él, fuente inagotable de todo bien, terminamos por
convertirnos en sarmientos secos, incapaces de dar frutos evangélicos (cf Jn 15, 4).

Pues como nos ha dicho la primera lectura, tomada de la carta de a los
Romanos, Dios nos ha escogido, nos ha predestinado y nos ha justificado para que,
mediante la fe viva, el amor eficaz y la esperanza alegre, seamos en este mundo la
imagen elocuente de su Hijo; para que continuemos, con la humildad del grano de
mostaza, la obra salvadora de Jesucristo, el primogénito de muchos hermanos (cf Rom
8, 28-30).


3.- ‟Que exulte toda la Iglesia, renovada por estos misterios Santos‶,
vamos a decir en la oración final de esta Eucaristía. Pues la Iglesia se renueva en la
Eucaristía y nos recuerda que todo el influjo de la Virgen María en la salvación de los
hombres, brota de la sobreabundancia de los méritos de Jesucristo (LG 60).
Por eso es necesario que hoy nos dejemos impregnar por estos sentimientos de
alegría y esperanza que brotan del Resucitado, pues vivimos inmersos en una
sociedad desesperanzada, que ha sustituido la pasión de vivir por lo que llaman calidad
de vida; el impulso creativo frente a las situaciones injustas, por gestos esporádicos
ante el que sufre; y la fuerza transformadora de la fe, por las previsiones de estudios
sociológicos. Como un hombre más de este tiempo, valoro calidad de vida en lo que
tiene de lucha contra el sufrimiento; alabo todo gesto de solidaridad, aunque sea
esporádico, como una forma importante de amor a quien necesita ayuda; y admiro,
agradecido, los resultados de la técnica, pero echo en falta, especialmente entre
nosotros, los cristianos, la fuerza creadora y provocadora de la fe.

Esa fuerza que resplandece en los Santos y supo descubrir caminos de
salvación frente a los problemas de cada momento histórico. La fuerza que impulsó a
San Pablo a proclamar el Evangelio en todos los rincones del mundo entonces
conocido; la que hizo de Juan Pablo II, en nuestros días, un instrumento divino para
romper las cadenas que tenían aherrojada a una gran parte de la humanidad; y la que,
contra todo pronóstico y sensatez, convirtió a personas humanamente irrelevantes en
los grandes impulsores de movimientos de liberación en favor de los enfermos, de los
ancianos abandonados y de los niños de la calle; movimientos que perduran, como se
puede constatar en el legado de San Juan de Dios, de la Beata Juana Jugan y de San
Juan Bosco. Estaban edificados sobre roca y siguen activos en el mundo del siglo XXI.

Lo que distinguió a estos hombres y mujeres fue su apertura al Misterio de Dios,
que se nos ha manifestado en Jesucristo y , por los sacramentos, nos ha hecho
partícipes de la energía creadora del Espíritu. Pues como dice el Vaticano II, por los
sacramentos se nos comunica y se alimenta la caridad, que es el alma de todo
apostolado (LG 33). Por eso os animo a tomar conciencia de vuestra condición de
bautizados; a acudir arrepentidos al sacramento de la penitencia; y a celebrar la
Eucaristía de forma asidua y fervorosa.

Santa María de la Victoria, que nos ha congregado para celebrar esta misa, nos
invita hoy, como un día invitó los encargados del banquete en las bodas de Caná (cf
Jn 2, 5), a hacer lo que Jesús nos diga. Y podemos saberlo escuchando las palabras
que dirigió Benedicto XVI a los jóvenes congregados hace un mes en Colonia: ‟Puesto
que (en la Eucaristía) recibimos al mismo Señor y Él nos acoge y nos atrae hacia sí,
seamos también una sola cosa entre nosotros. Esto debe manifestarse en la vida; en
la capacidad de perdón; en la sensibilidad hacia las necesidades de los demás; en la
disponibilidad a compartir; en el compromiso con el prójimo (...).No debemos, por
ejemplo, abandonar a los ancianos a su soledad ni pasar de largo ante los que sufren.
Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos abren los
ojos. Entonces no nos conformaremos con seguir viviendo preocupados por nosotros
mismos, sino que veremos dónde y cómo somos necesarios... (Y concluía el Papa:)
Demostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo que espera este testimonio de
los discípulos de Jesucristo‶.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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