DiócesisHomilías Mons. Dorado Ordenación de tres sacerdotes y un diácono Publicado: 13/09/2003: 847 Queridos sacerdotes y diáconos. Queridos Manolo, Rafael, Juan Manuel y Juan. Queridos padres, hermanos, familiares y amigos de los ordenandos 1. ‟El servicio de los presbíteros a la comunidad cristiana es un tesoro en vasos de arcilla‶. Este pensamiento constituye una de las afirmaciones fundamentales de San Pablo y de los Evangelios sobre el ministerio sacerdotal, y de él se derivan importantes consecuencias para nuestra vida. Un cura es, en primer lugar, un tesoro para la Iglesia y para el mundo. Porque a través de su ministerio se hace presente en medio de la comunidad la Palabra de Dios, la Eucaristía del Señor y el impulso santificador y renovador del Espíritu Santo. A través de su ministerio se realiza la reconciliación de los cristianos entre sí y con Dios. A través de su ministerio se educa la fe de los creyentes, se favorece la comunión y se promueve la vocación de los discípulos de Jesús a servir a la sociedad. Un cura es un tesoro para la comunidad. Pero un cura, como dice San Pablo, es un vaso de arcilla y por consiguiente es un recipiente pobre y modesto. No es un vaso de oro, de plata o de alabastro. Es barro cocido, que contiene, que vela y desvela el tesoro del ministerio. Un sacerdote es una persona con limitaciones físicas y sicológicas y con fallos morales. Sus buenas cualidades están entreveradas con sus defectos. Y como vaso de arcilla es, además, extremadamente frágil: se quiebra con facilidad, y al quebrarse compromete en cierta medida la eficacia salvadora del tesoro que lleva en sí. El sacerdote tiene que saber que, al ser llamado, recibe un gran tesoro que debe cultivar a través de una fidelidad constante. Dios ha querido que el tesoro del ministerio presbiteral fuese envasado en un recipiente de arcilla. Pablo nos da la clave de esta conducta llamativa: así se ve con mayor claridad que la fuerza de estos hombres es fuerza de Dios y no de los hombres. Y esta clave conduce a Pablo a una conclusión desconcertante, pero enteramente verdadera: ‟si la fuerza de Dios llega a su cumbre en la debilidad del apóstol, gustosamente me seguiré apoyando en mi debilidad para que habite en mí la fuerza de Cristo‶. Vuestras limitaciones interiores y dificultades exteriores, al igual que las mías, lejos de ser un obstáculo para la eficacia de nuestro ministerio son cauce y vehículo de la fuerza salvadora de Cristo. El que nos llamó con todo lo que somos y tenemos no nos retirará su confianza porque seamos débiles y pecadores. Con tal que sepamos reconocer nuestra debilidad, aceptarla en paz en aquello que no podemos evitar y procurar subsanarla con sinceridad en aquello que podemos mejorar. Dios no se escandaliza de nuestras limitaciones. Ha llamado al ministerio no a superhombres sino a hombres de carne y hueso, pobres y frágiles. Ahí debéis, acogernos, vosotros, hermanos y amigos. Decidnos con libertad nuestros defectos. Echadnos una mano para superarlos. Tratadnos con sinceridad y con misericordia. 2. El sentimiento de desproporción entre nuestro ministerio y nuestra persona es muy vivo en todo sacerdote sincero y realista. No sólo somos conscientes de la distancia que existe entre lo que hacemos y lo que decimos. Además de la distancia moral entre lo que hacemos y lo que decimos está la distancia entre nuestra actividad humana y la salvación divina. Esta doble desproporción se nos hace más sensible en los tiempos actuales. Dios parece estar en baja en la escala de valores de muchos bautizados. El Evangelio de Jesús suena no sólo a difícil sino a culturalmente extraño en nuestra sociedad. Incluso aquellos que aprecian a Jesús y a su Evangelio se sienten a veces desencantados por la mediocridad de la Iglesia. Y con todo, seguimos ofreciendo con esperanza y con alegría el mensaje, el proyecto y la persona del mismo Señor. Seguimos creyendo, como dice Isaías, que ‟como la lluvia y la nieve sólo vuelven al cielo después de haber empapado y fecundado la tierra, la Palabra de Dios pronunciada por nuestra frágil voz no volverá al vacío‶. En esa inmensa desproporción entre el valor del tesoro y la calidad de la vasija, a vosotros, queridos ordenandos, os corresponde poner el amor. Jesús os lo pide por tres veces como a San Pedro: Manolo, Rafael, Juan Manuel y Juan, ‟¿me amas?. No te pido que seas fuerte. Te pido que me ames; y que movido por este amor intentes una y otra vez ser fiel‶. Vosotros no sois curas ni por presión, ni por ambición, ni por pura ansia de mejorar la sociedad, ni por simple voluntad de servicio. Vosotros os hacéis curas porque amáis con todo el corazón y con toda el alma a Jesucristo, y queréis prestarle vuestra vida entera para que El hable, actúe, goce y sufra en su comunidad. No lo habéis conocido directamente y sin embargo lo amáis. Que esta pregunta del Señor ‟me amas‶ no deje de resonar nunca en vuestro corazón. Y que sea respondida siempre con humilde generosidad. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Ordenación de presbíteros y diáconosOrdenación de Diácono del Religioso Trinitario P. Antonio Elverfeldt Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir