DiócesisHomilías Mons. Dorado Misa Crismal Publicado: 11/04/2006: 967 S. I. Catedral TESTIGOS FIELES DE LA REDENCIÓN 1.- ‟Oh Dios, ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres‶. Son palabras tomadas de la oración colecta de esta misa crismal que estamos celebrando: ser testigos del amor de Dios y de la salvación que ofrece al hombre de todos los tiempos. Aunque el núcleo más antiguo de esta celebración consiste en la bendición de los óleos y en la consagración del santo crisma, el Vaticano II estableció que se invitara a participar en ella a todos los presbíteros, junto con los miembros del Pueblo de Dios que puedan acompañarlos, para poner de manifiesto la comunión eclesial y la pluralidad de ministerios. De paso, sugiere al Obispo que dirija a los sacerdotes una palabra de aliento antes de que renueven sus promesas. Y lo primero que se me ocurre hoy, queridos sacerdotes, que sois mis colaboradores más directos, es repetir un pequeño fragmento del Apocalipsis, tomado de la segunda lectura: ‟Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra‶ (Ap 1,5). Comprendo que estamos viviendo un tiempo muy difícil, en el que los medios de comunicación sólo hablan del sacerdote y de la Iglesia cuando cometen algún error y se dejan seducir por el Maligno; un tiempo en el que muchos pretenden erradicar el mismo nombre de Dios y recluir a los católicos en la sacristía; un tiempo en el que, a base de escuchar que no existen ni el bien ni la verdad pues todo es relativo, aumentan aquellos de los nuestros que empiezan a dudar; un tiempo en el que se cuestiona la enseñanza del Magisterio y cada uno se construye silenciosamente su Credo y sus principios morales. Y, quizá, lo más duro consiste en que después de la insistencia de Juan Pablo II a favor de una nueva evangelización, y de las expectativas que provocó el Jubileo del Tercer Milenio, no se vislumbran signos claros de esperanza en el ambiente pastoral. En cierta medida, nuestro tiempo es muy similar al de los destinatarios del libro del Apocalipsis. Precisamente por ello os repito: ‟Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra‶. La parábola del grano de trigo, que madura en el silencio de la tierra y tiene que morir para dar fruto sin que el labrador sepa cómo ni cuándo, puede arrojar alguna luz sobre el momento presente. Porque también nuestros proyectos mejores y más preparados han de sufrir los rigores del invierno y tienen que cruzar por la oscuridad de la noche. Mirad a Jesucristo abandonado por las muchedumbres que lo habían aclamado; contempladlo triste en Getsemaní, sufriendo física y psíquicamente camino del Calvario, y expirando en la cruz. Todo nos habla de final y de fracaso. Sin embargo, sabemos por la fe que la cruz y la muerte constituyen su gloria, como dice el evangelista san Juan; el momento más elocuente de su amor. No olvidéis, queridos sacerdotes, lo que dice Benedicto XVI en su reciente carta Encíclica: ‟La Eucaristía nos adentra (a todos, pero especialmente a los sacerdotes) en el acto oblativo de Jesús, (pues) no recibimos solamente de modo pasivo el ‘Logos‵ encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega‶ (DC 13), en el amor hasta dar la propia vida. A nosotros nos ha llamado libremente Jesús para estar con Él y para proclamar el Evangelio. Y ahora hay que poner en manos de Dios los frutos de nuestro trabajo, a pesar de que nos tiente sin cesar la cultura calculadora y pragmática que respiramos. 2. ‟El Espíritu de Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido‶ (Is 61, 1). Estas palabras del profeta Isaías, que Jesucristo hace suyas en el evangelio que se ha proclamado, también se nos pueden aplicar a cada uno de los sacerdotes. Pues como dijo el Papa Juan Pablo II, ‟gracias a la consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y que se compendian en su caridad pastoral‶ (PDV 21). Esta consagración, esta presencia permanente del Espíritu, que nos configura ontológicamente con Jesucristo, es la fuente última de la caridad pastoral, de nuestra entrega hasta el fracaso aparente. Pero sólo conseguiremos interiorizarla en la medida en que nos abramos cada día al Señor para que dicha configuración impregne nuestras ideas, nuestras actitudes y, sobre todo, nuestros sentimientos. Pues como dicen algunos expertos en psicología, ‟somos lo que son nuestros sentimientos‶. Por eso os invito a no vivir a la defensiva. Es hora de que la Iglesia, en especial sus sacerdotes, abandonemos el estilo de quienes se preocupan más de defenderse de lo que dicen y opinan los demás, que de ofrecer nítidamente el Mensaje que Dios les ha confiado. No podemos seguir caminando a remolque de lo que digan, opinen y hagan los que se proclaman agnósticos, sino que debemos situarnos en la vanguardia de la vida con la creatividad, la luz y la fuerza del Espíritu. Muchos de nuestros cansancios y agobios tienen su raíz más honda en la falta de fe en Dios y en la validez del Evangelio para el hombre de hoy. Lo que más nos fatiga no siempre es el trabajo, sino la baja estima de nuestra vocación y de nuestra misión. Es hora de que proclamemos el Evangelio con la fuerza seductora de la esperanza y de la alegría. Sé bien que estos sentimientos no se pueden alcanzar a base de voluntad, pero San Pablo nos asegura que son los frutos que hace germinar el Espíritu Santo en todos aquellos que se abandonan en sus manos (cf Ga 5, 22-23). 3.- ‟Para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista‶ (Is 61, 2). Llevamos muchos años, diría que a partir del Vaticano II, intentando ser fieles a este mandato. Lo he podido comprobar durante mis conversaciones con vosotros, durante nuestros retiros y durante mis visitas pastorales. Hoy os ruego que no os dejéis vencer por el desaliento. Estoy convencido de que también el hombre actual escuchará a quien le hable de Dios ‟con autoridad‶ y a quien le dé motivos de esperanza. Además cuando se vive con esperanza y alegría, con la certeza de que hemos sido llamados por Dios y ungidos con la fuerza del Espíritu, el servicio abnegado a los pobres, la cercanía a los que sufren y la proclamación del Evangelio con obras y palabras, dan a nuestra vida ese tono profético que nos lleva a proclamar con el salmista que, en el reparto de los dones divinos, nos ha tocado la mejor de las tareas, una herencia verdaderamente hermosa (Sal 15). Hoy, consciente también de nuestra debilidad, os invito a dar gracias con María al Señor, que nos ha mirado con benevolencia y ha querido servirse de nosotros para que el Reino se siga construyendo en nuestro mundo. Que Él nos ayude ‟a conservar la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas... y ojalá que el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismo, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Evangelio del Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo‶ (EN, 80). +Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Misa de medianocheMisa Crismal Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir