DiócesisHomilías Mons. Dorado Jornada de renovación parroquial Publicado: 04/11/2006: 950 ‟Se dedicaban a la enseñanza de los apóstoles, a compartir la vida, a la fracción del pan y al rezo‶ (Hch 2, 42). 1.- El pueblo de Dios nacido de la Pascua: El libro de los Hechos de los Apóstoles, leído y comentado a la luz de las Cartas de San Pablo, nos ofrece una eclesiología vida: nos presenta a la Iglesia naciendo, constituyéndose y configurándose, guiada y animada por el Espíritu, desde la presencia viva y vivificante del Resucitado. Tras la gran crisis que han sufrido con la crucifixión y la muerte de Jesús de Nazaret, sus seguidores han vivido luego una experiencia única y deslumbrante: se han encontrado con el mismo Jesús de Nazaret, que ha resucitado por el poder de Dios y vive. Y que estará invisiblemente con ellos hasta el fin de los tiempos; se han sentido inundados por el Espíritu Santo, que les ha dado un corazón nuevo; se han visto perdonados y acogidos como hijos, por Dios, nuestro Padre misericordioso y cercano, que ha cumplido las antiguas promesas. El impacto de esta experiencia de fe ha sido tan hondo que no encuentran palabras para expresarlo. Juan nos hablará de un nuevo nacimiento (Jn 3, 1, ss); Pablo y el mismo Juan nos hablarán de una verdadera resurrección con Cristo, que ya ha acontecido (Col 3, 1 ss.), del paso de la muerte a la vida (1 Jn 3, 14 ss), de una nueva creación que abarca no sólo al hombre (Sal 6, 15), sino a todo el universo (Ef 2, 10; 2 Cor 5, 18 ss). Llamados por el Espíritu, que los guiará a la verdad total, según la promesa de Jesús (Jn 16, 13), ahora saben que se han cumplido las antiguas profecías (Ec 36, 24 ss.), y que ha llegado el ‟día de Yahvé‶ (Am 5, 16). Así lo anuncia Pedro el día de Pentecostés (Hech 2, 14 ss), proclamando que el Crucificado-Resucitado es el Cristo y que con el don del Espíritu han comenzado los tiempos escatológicos. La antigua Pascua, figura y promesa, ha sido sustituida por la nueva Pascua: por el paso de la muerte a la vida, de la ley a la gracia, del hombre viejo al hombre nuevo, de los tiempos primordiales a los últimos tiempos. De la fuerza vivificante y transformadora del Resucitado ha nacido el nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios. 2.- El Evangelio de la Gracia. La lectura del Libro de los Hechos que se acaba de proclamar nos dice que la primera comunidad cristiana se dedicaba a la ‟enseñanza de los apóstoles‶. Esta enseñanza consistía, en su núcleo más profundo, en proclamar a voces –kerigma– lo que les había acontecido en la experiencia pascual, y en anunciar, desde esta experiencia e iluminados ahora por el Espíritu, todo lo que les había acontecido desde el primer encuentro con Jesús de Nazaret, a quien proclaman el Cristo y el Hijo de Dios vivo. Es una buena noticia que ha transformado sus vidas; que les ha abierto horizontes nuevos; que los ha llenado de alegría al saberse en paz con Dios; y de esperanza, porque vivir es caminar de la mano del Resucitado y con energía santificadora al encuentro con el Padre. Y es algo que viven como una experiencia honda de gratuidad, como un don: es algo que les ha sucedido, que se les ha dado. La buena noticia, el Evangelio que proclaman es el misterio de Jesucristo, el Hijo encarnado, muerto y resucitado, y que sólo en Él hay salvación para el hombre. Cuando San Pablo proclama con tanto vigor que no nos salva la Ley, ni las obras de la Ley (Gál 3), está poniendo de relieve una verdad fundamental de nuestra fe: la gratuidad de la salvación t el puesto único de mediador de Jesucristo. En el contexto de esta Semana de Espiritualidad, este ato central nos está hablando de la necesidad de una profunda evangelización para poder vivir como auténticos seguidores de Jesucristo. Únicamente la Palabra acogida con fe mediante la ayuda divina, nos dispone a celebrar los Sacramentos como signos eficaces de la vida nueva en Cristo. Sólo desde la proclamación del Evangelio el hombre actual puede vivir del encuentro regenerador con Jesucristo, que le dota, mediante los Sacramentos, de un corazón nuevo que le haga capaz de vivir evangélicamente. Precisamente uno de los pilares Vaticano II es la Constitución sobre la Revelación Divina. 3.- La vida nueva en Cristo. Nos dice también la lectura que acabamos de oír que los primeros cristianos ‟compartían la vida‶. Y la vida en toda esa compleja riqueza que nos ofrece la historia de cada día. Por otros pasajes del Nuevo Testamento sabemos que compartían sus bienes, su actitud ante el hambre que se cernió sobre Palestina, sus inquietudes ante la proclamación del Evangelios a los paganos, sus interrogantes sobre los esclavos, sobre la autoridad, sobre los mil detalles que tenían que afrontar con un espíritu nuevo. Eran conscientes de que el Evangelio les exigía, como comunidad de fe, una respuesta personal y comunitaria nueva a las diversas situaciones humanas. Desde una nueva experiencia de Dios habían descubierto una nueva manera de situarse ante el hombre y ante el mundo. Como nos recuerda el Vaticano II en la Gaudium et Spes, los cristianos tenemos que compartir desde la fe las preocupaciones, los sufrimientos, las esperanzas del hombre, dándonos una respuesta nueva, basada en la fraternidad y en el amor. En su abundante magisterio sobre la paz, el trabajo, los derechos humanos, la promoción de la justicia, el uso de la ciencia, ... el Papa Juan Pablo II nos recuerda que nada humano nos es ajeno y que hay vínculos muy íntimos entre la fe y la humana, como ya nos recordó Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, n. 31. Nuestra espiritualidad, nuestro vivir cristiano, tiene que encarnarse en la entraña de nuestra historia, en la que el Reino ya ha comenzado, aunque aún no ha llegado a su plenitud. Compartimos con todos los hombres los anhelos de cada día y tenemos que compartir como comunidad pascual las respuestas que brotan de la luz del Evangelio y de su energía transformadora, que mantiene viva y activa nuestra esperanza. También hoy nos acompaña y nos guía el Espíritu Santo, para saber encontrar los signos de los tiempos, para discernir con criterios evangélicos y para encontrar en Él una fuerza –parresía– que nos empuja arrolladoramente a buscar respuestas nuevas. 4.- Edificar la comunidad cristiana. Quizás nos preguntemos dónde encontraron luz y fuerza los primeros cristianos para abrir caminos al Evangelio en medio de aquella sociedad asfixiante. Contaban con la presencia activa del Resucitado, es cierto, pero también contamos hoy nosotros. Tenían la fuerza del Espíritu que se había derramado sobre sus corazones, pero también lo tenemos nosotros hoy. ¿De dónde brotaban su audacia, su profunda libertad, su confianza, su testimonio de amor fraterno y su alegría desbordante? Nos dice la Palabra de Dios que también se dedicaban ‟a la fracción del pan y al rezo‶. Y pienso que tenemos aquí la respuesta. Eran esos encuentros de oración lo que daba densidad y autenticidad a sus palabras cuando hablaban de Dios, de la salvación, del perdón de los pecados, de Jesucristo Salvador y de la fuerza del Espíritu. En su oración comunitaria viva, reactualizaban la experiencia de la Pascua, mediante la escucha atenta de la Palabra y la celebración de la Eucaristía. Sin una oración profunda, la proclamación del Evangelio puede concretarse en la transmisión de unas ideas poco consistentes, y la vida que brota del Espíritu en unas normas morales asfixiantes que se imponen desde fuerza. También el Vaticano II ha puesto como uno de sus pilares la Constitución sobre la Liturgia (Sacrosanctum Concilium). Únicamente desde esa experiencia de oración comunitaria podemos abrirnos al Espíritu que actúa en los Sacramentos y nos convertiremos en hombres que ‟saben de Dios‶, en testigos de lo que hemos visto y oído, porque se ha realizado en nosotros. Las dimensiones de evangelización, culto y servicio en la caridad nunca pueden ser alternativas para un cristiano. En raíz, son aspectos diversos de una misma experiencia de fe. Y nuestra forma concreta de vivirlos y presentarlos, tienen que aparecer en continua tensión integradora. Únicamente las circunstancias en que vivimos pueden llevarnos a acentuar temporalmente cualquiera de estas dimensiones, pero con clara conciencia de que nunca son alternativas, sino complementos esenciales de la experiencia de fe. 5.- Conclusión. Únicamente he tratado de comentar la Palabra para que nuestra celebración eucarística sea un encuentro salvador con el Resucitado y entre los hermanos que la vamos a compartir. También para nosotros hoy hay vida en esta celebración de la Pascua del Señor. Bajo estos humildes símbolos del pan y del vino se hace presente de forma real y viva el Crucificado-Resucitado con toda su energía transformadora. Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. 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