DiócesisHomilías Mons. Dorado En la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Publicado: 29/03/2006: 750 Homilía de Mons. Dorado Soto durante la Eucaristía celebrada el miércoles de la IV semana de Cuaresma, en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal (Lecturas del día. 29 de marzo de 2006. Ciclo B) 1.- Dios ‟ha hecho brillar la luz en nuestros corazones‶ (2 Co 4,6). Estas palabras de San Pablo se han cumplido también en mí. Y dado que el día uno de abril celebraré el cincuenta aniversario de mi ordenación sacerdotal, me habéis encargado de presidir la Eucaristía y comentar la Palabra de Dios. Pero antes de entrar en dicho comentario, deseo expresar mis sentimientos. Para ello, tomo las palabras del salmista, cuando dice: ‟Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad". Soy consciente, como San Pablo, de que ‟todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación‶. Además, como cualquier cristiano, y de manera especial los sacerdotes, he comprobado que ‟llevamos este tesoro (el tesoro de la fe y el del ministerio sacerdotal) en vasos de barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no viene de nosotros ‶. Mentiría si afirmara que mi servicio al Pueblo de Dios ha sido fácil, pero sí que ha sido apasionante. Mis primeros años de sacerdote fueron tiempo de búsqueda y de sorpresa. Trabajé con la Acción Católica Rural, con el Movimiento Familiar Cristiano, con los Cursillos de Cristiandad y como profesor del Seminario ¡Sólo Dios sabe en qué medida forjaron mi personalidad creyente el equipo sacerdotal con el que compartí mis tareas apostólicas y un grupo de seglares dotados de una vida interior profunda! Por cierto que entre los sacerdotes se encontraban nuestros hermanos Gabino Díaz Merchán y Rafael Torija Yo aportaba mi juventud, el deseo de aprender, mi sacerdocio recién estrenado y el afán por encontrar nuevas formas de proclamar y de vivir el Evangelio; y ellos, la constancia, el trabajo paciente y la confianza en Dios. Era el tiempo en que se estaba gestando el Vaticano II. Todavía muy joven, en pleno Concilio, el Espíritu Santo me llevó a la diócesis de Guadix-Baza, para acompañar a Don Gabino, designado Obispo de la misma. Poco después, Pablo VI me llamó a sucederle en esta sede episcopal y al cabo tres años me designó para la diócesis de Cádiz y Ceuta. Fueron unos tiempos muy intensos, en los que nos tocó vivir los cambios eclesiales derivados del Vaticano II; los cambios sociales debidos a la transformación de una España rural en una España urbana; y los cambios políticos que propiciaron la llegada y consolidación de la democracia. Los Obispos experimentamos, igual que San Pablo, noches enteras sin dormir y jornadas agotadoras de diálogo no siempre sereno. Por mi parte, tuve que afrontar la detención de sacerdotes y los problemas de astilleros, amenazados por el cierre. Estaba en juego la libertad de la Iglesia y el pan de las familias. Pero lo que me hizo sufrir más fue la secularización de algunos sacerdotes y el abandono por parte de numerosos religiosos y religiosas. Sufrí no sólo porque abandonaron el ministerio, sino por el dolor que supuso también para ellos dar este paso. En medio de estos cambios esperanzados y difíciles, mi fe se purificó y me llevó a experimentar lo que había rezado infinidad de veces: que el Señor es nuestra fuerza y salvación. La oración personal, la celebración diaria de la misa y otros encuentros de oración me ayudaron a comprobar que Jesucristo es el único Pan de Vida que alimenta la fe y el amor de sus seguidores. También me ayudó grandemente el diálogo sereno con los amigos. Por lo demás, las dificultades y la conciencia de que nadie tenía la respuesta adecuada dio origen a un estilo de trabajo pastoral basado en la comunión, la escucha y la acogida de todos los carismas. Casi veinte años después me trasladaron a Málaga, en donde ahora sirvo al Señor y al Pueblo de Dios, ‟estando ya la casa sosegada‶, como diría San Juan de la Cruz. 2.- ‟Te he constituido alianza del pueblo para (...) decir a los que están en tinieblas: ‘Venid a la luz‵‶, nos acaba de decir el profeta Isaías (Is 49, 8-9). Al reflexionar sobre la Palabra de Dios en relación con los temas que nos ocupan a la Conferencia Episcopal, deseo fijarme en estas impresionantes palabras: ‟En tiempo de gracia, te he respondido, en día propicio te he auxiliado, te he defendido y te he constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: ‘salid‵; a los que están en tinieblas: ‘Venid a la luz‶. Siento que el Señor nos está invitando, mediante este mensaje, a fortalecer la esperanza y la confianza en el Evangelio, en el seno de esta sociedad secularizada en la que nos corresponde proclamar su Palabra. Porque sólo Él puede convertir los montes en caminos y conmoverse, como una madre buena, ante los hijos de sus entrañas. La certeza de que Él ‟bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas‶, como ha dicho el Salmo, y de que jamás olvidará a su Pueblo, aunque las madres se olviden de sus hijos, tiene que marcar ahora nuestro encuentro y nuestra búsqueda. Tal vez nos esté pidiendo que prestemos más atención a cuentos se esfuerzan por vivir el Evangelio con toda autenticidad, que antepongamos las palabras de aliento a las palabras de condena y que presentemos con alegría y paz profunda a Jesucristo. Es cierto que caminamos por valles áridos, pero no es menos cierto que el Señor es ‟clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad‶, "bondadoso en todas sus acciones‶ y ‟está cerca de los que lo invocan‶ (Sal 144,8-9). Por ello, en lugar de centrar nuestra mirada en las tinieblas que nos rodean y dejar que sean ellas las que marquen nuestras decisiones, os invito a profundizar en las palabras de Jesús que nos ha dicho en el Evangelio: ‟Mi Padre sigue actuando y yo también actúo‶. Él es la Luz que ha vencido a las tinieblas; la Verdad, que se sigue abriendo paso en medio de la mentira; y el Camino que atraviesa nuestro desierto para conducirnos al Reino. Conscientes de que no podemos hacer nada por nuestra cuenta, nos corresponde a nosotros escuchar su voz amiga a través de la oración, de la reflexión y del diálogo sereno. Los análisis sociológicos sobre la actitud de nuestro pueblo ante la fe nos llevan al pesimismo, nos turban y nos pueden inducir a ponernos en una actitud defensiva, que no es la mejor para hablar del Evangelio. Por eso resulta tan provocador y consolador escuchar esas palabras que nos ha dicho el evangelista Juan: que hasta los muertos oirán la voz del Hijo del Hombre. Es verdad que no me resulta fácil mantener una actitud de esperanza, pero la fe me enseña que Jesucristo ha vencido al pecado y a la muerte, y que sigue activamente vivo también en nuestro mundo. Por eso, os invito a que nos abandonemos en las manos de Dios, siguiendo el ejemplo de María. Conocía su pequeñez, pero también conocía la grandeza del Señor, que se sirve de los pequeños y de los débiles para obrar maravillas, para decir al Pueblo de Dios que el mundo actual tiene necesidad de santos, de personas que proclamen agradecidos con San Pablo: ‟He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor‶. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Clausura de curso académico centros diocesanos de formaciónAniversario de la entrada en la Diócesis del Cardenal Herrera Oria Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir