DiócesisHomilías Mons. Dorado Jornada de la Paz. Homilía Publicado: 31/12/1970: 937 Jornada de la Paz. Homilía Guadix, 31 de diciembre de 1970 Queridos hermanos: Nos reunimos de nuevo en esta noche final del año para celebrar el Día de la Paz, secundando así la feliz iniciativa del Papa Pablo VI. El objetivo de esta Jornada es tomar conciencia de la responsabilidad de todo hombre en la construcción de un mundo en paz. La obra de la paz requiere un esfuerzo a todos los niveles y escalas y cada persona tiene que responder de su aportación a la paz, como miembro de una familia y ciudadano de un país. Ante esta llamada los cristianos debemos preguntarnos, para que nuestra acción sea acertada: - ¿cuál es la naturaleza de la paz que deseamos? - ¿cuáles son los medios y los caminos para conseguirla? El ideal de la paz Vivir en paz ha sido siempre una aspiración fundamental de la humanidad. ¿Quién no se siente identificado con el ideal de la paz y de la justicia? La paz es el ideal del hombre. Un ideal que ha visto rara vez realizado. La historia humana es una sucesión constante de conflictos, de guerras, de violencias. Hay una contradicción dolorosa en el corazón del hombre entre sus deseos de paz y sus instintos de violencia. Y nuestra ya larga experiencia no ha sido suficiente para convencernos de que la violencia no remedia los verdaderos males, que nunca conduce a la verdadera paz, sino, a lo más, a una situación a partir de la cual será necesario construir la paz por los únicos medios posibles, los medios pacíficos. “La espada no crea la paz”, decía Pío XII. La verdadera paz En el mundo de hoy vuelve a extenderse un clima de violencia. El Papa nos lo advierte certeramente: “Resurgen los demonios de ayer, nos dice. Retorna la supremacía de los intereses económicos con el fácil abuso de la explotación de los débiles; retorna el hábito del odio y de la lucha de clases; retorna el brazo de hierro de las ambiciones en pugnas, de los individualismos cerrados e indomables…; se recurre a la tortura y al terrorismo; se considera la paz como un puro equilibrio de fuerzas poderosas…”. Nosotros debemos analizar sinceramente las manifestaciones de falta de paz y sus causas: en nuestra vida personal e íntima, en nuestra vida familiar, en la vida cívica y en la misma comunidad eclesial. Y ante el recrudecimiento de la agresividad y de la intolerancia, de los ataques mutuos y de la incomprensión, debemos recordar el mensaje del Señor: “Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Y que este deseo colectivo se concrete en hechos precisos para aumentar la paz. No cualquier clase de paz, porque el mismo Señor distingue entre la paz que da el mundo y su paz. No una paz ficticia que oculte injusticias, sino la verdadera paz, la que Cristo ha venido a traer a los hombres de buena voluntad. La paz que nace de la justicia; es decir, que es el fruto de un orden puesto en la sociedad humana por su divino Fundador. “La paz que se construye día a día en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres” (Pacem in terris), y que lleva consigo el proceso y el desarrollo de los más pobres. Los caminos de la paz Pero no todos los medios son buenos ni lícitos para conseguir este don de Dios. Sabemos que el fin no justifica los medios. No se puede conseguir la paz con la exacerbación iracunda que no admite más diálogo que con los que previamente estén de acuerdo con nuestros intereses, con nuestro grupo o con nuestra clase social. No se puede conseguir la paz si nos preocupamos sólo de mantener nuestra paz y no buscamos la paz para todos. No se puede conseguir la paz con la intransigencia exclusivista, ni con la dureza de actitudes entre los mismos cristianos y la aparición del odio entre nosotros. El verdadero camino de la paz “Para construir la paz son absolutamente imprescindibles la firme voluntad de respetar a otros hombres y pueblos y su dignidad, y un solícito ejercicio de fraternidad” (Gaudium et spes, 75). La paz es un efecto del amor. “La paz verdadera debe fundarse en el dogma basilar de la fraternidad humana. Es decir, en el respeto, en el amor debido a todo hombre por el solo hecho de ser hombre… por ser hermano”. Al elegir el Papa como lema de la Jornada de este año: “Todo hombre es mi hermano”, su intención ha ido la de ayudar a tomar conciencia de la unidad de la familia humana y favorecer así una solidaridad más sincera y más profunda entre los hombres. El fundamento íntimo de esta fraternidad es Dios manifestado como Padre en Jesucristo. La fraternidad universal de Dios se ha hecho definitiva en la hermandad de los hombres en Cristo. Esta hermandad radical es la que nos hace llamar a Dios Padre nuestro y nos exige el amor a los enemigos y la súplica por los que nos persiguen. Este espíritu de fraternidad, que es la fibra más íntima de la ética cristiana, es la medida, individual y social, de la presencia salvadora de Dios entre nosotros. “Todo hombre es mi hermano” se hace el tema universal de penitencia, oración y acción cristiana en este año que comienza. Ésta es nuestra fuerza para alcanzar la paz que es un don de Dios y que Él ha prometido a los hombres de buenas intenciones. Que al recibir esta noche al Dios de la Paz, purifique nuestros corazones de toda enemistad, de toda violencia y nos conceda la gracia de ser hombres que buscan la paz para que seamos llamados hijos de Dios. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Guadix-Baza. Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo I de Adviento (Ciclo A)Santísimo Cristo de La Laguna (I) Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir