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Santísimo Cristo de la Laguna (II)

Publicado: 15/09/1993: 957

Santísimo Cristo de La Laguna (II)

(La Laguna, 15 de septiembre de 1993)


“Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”

Santísimo Señor, Cristo de la Laguna: Tú nos sondeas y nos conoces, sabes que somos incapaces de comprender tu misterio y el nuestro. Conoces nuestra incapacidad, si el Padre no nos lo revela, para contestar a tu pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”.

Te pedimos, oh Padre, en nombre de Jesús: envíanos tu Espíritu, que conoce la profundidad del hombre y el misterio de tu Hijo, para que nos enseñe a conocer a Jesucristo y el poder de su Resurrección y la participación en sus sufrimientos (Fil 3, 10). Haz que sepamos ver claramente lo que en nosotros hay de peso, oscuridad y oposición a Ti y a tus caminos. Manifiéstanos también a nosotros la gloria del rostro de Cristo, para que algo de ese resplandor brille en nosotros e, interiormente transformados, podamos conocer a tu Hijo Jesús y hacerlo conocer como salvador y fuente de transformación de la vida de todos los hombres.

Santísimo Cristo de La Laguna:

Tú llamas a seguirte. Y arrancas al hombre de los suyos.
Tú llamas a seguirte. Y pides vender todo y darlo por nada.
Tú llamas a seguirte. Y exiges perder la vida, perderlo todo.

Aquí estoy, Señor, porque me has llamado: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo”.

En esta nueva situación vuelve a adquirir actualidad la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”. Esta pregunta no deberíamos olvidarla; sería bueno que la dejáramos llegar hasta nosotros en estas Fiestas como una pregunta que nos hace el Santísimo Cristo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”. Es decir, ¿quién es el Santísimo Cristo para mí?

En vuestra manera de vivir, en vuestro comportamiento moral, en vuestra conducta familiar, profesional y pública, ¿qué estáis diciendo –con vuestra vida- que soy Yo?, ¿qué significo yo, de hecho, en vuestra vida?

Una pregunta del Santísimo Cristo, la más importante, a la que tendríamos que responder no con lo aprendido de memoria: sólo vale la respuesta personal, la respuesta que se da con el corazón, con la vida.

A esta pregunta contesta Pedro, en nombre de sus compañeros, con una espléndida confesión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. El mismo Cristo lo alaba, lo llama bienaventurado y acepta la respuesta como una revelación que el mismo Dios ha hecho de su identidad y de su misión.
Reconocer a Jesús como el Mesías equivalía a decir que para ellos era el Salvador esperado, el Salvador único y el Salvador absoluto, el único que tiene palabras de vida eterna y fuera del cual no hay salvación posible.
A partir de ese momento, desde entonces –dice el Evangelio-, comenzó Jesús a enseñarles cómo tenía que ser el Mesías, el Salvador y cómo tenían que vivir sus discípulos, sus esclavos o servidores. Esta nueva enseñanza está resumida en los tres anuncios de la Pasión, que tienen el mismo esquema:

a). Jesús les enfrenta, en primer lugar, con su propia realidad: comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho, ser reprobado o rechazado por la gente de cultura y por las clases sociales más influyentes, ser condenado a muerte y resucitar. Hasta ahora Jesús no había hablado abiertamente. Había atraído a los suyos con el atractivo de su persona, de su poder milagroso, de su bondad,… les había llenado de confianza. Ahora puede hablarles con claridad. Las palabras son extremadamente duras, porque se habla de morir, de ser rechazado y matado, en una perspectiva de resurrección que los discípulos no entienden.

b). El misterio del Santísimo Cristo está presente en su integridad y crea en los discípulos una sensación de desánimo y turbación que se expresa en la intervención de Pedro, que se pone a reprenderlo. Se manifiesta así la reacción del hombre común, de cada uno de nosotros: esto no debe ser, no tiene sentido, es una locura o un escándalo. Expresa nuestra incapacidad de entender el misterio profundo del Santísimo Cristo, que resulta inaceptable desde el punto de vista de la común lógica humana.

c). Y, a continuación, les va a explicar lo que significa ser cristiano, ser devoto o esclavo, lo que significa ser discípulo:

”Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera ganar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Reino, se salvará”.

En otras palabras, Jesús pide que se elija con valor una vida parecida a la suya. Jesús se pone delante, se presenta  a sí mismo e invita a cada uno a estar allí donde Él está, por lo menos con el corazón, con el deseo, porque ésta es la forma de entender profundamente el sentido del Evangelio y de entenderle y de quererle a Él.

Las palabras del Santísimo Cristo chocan con lo que estamos permanentemente escuchando, metidos en esta matriz socio-cultural. Se nos habla de ganar la vida, de retenerla, de disfrutar del mundo y de las cosas, sin poner la confianza en revelaciones ni promesas que no estén al alcance de la mano ni se puedan disfrutar aquí y ahora de manera inmediata. No gustan palabras como “cruz” o “negarse a sí mismo”, pero son las palabras que están en el centro de la enseñanza y de la vida de Cristo; y que sólo tienen sentido si las interpretamos en la clave del seguimiento.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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