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De la mano de la Virgen. Homilía en el Centenario Marianista

Publicado: 01/11/1992: 1091

Homilía en el Centenario Marianista

Cádiz, 1992


En el marco de la liturgia de este día dedicado a todos los Santos, celebramos el centenario de la llegada de los Marianistas a Cádiz. Ellos quieren dar gracias a Dios por el don de su vocación, por la fidelidad mantenida durante largos y difíciles años a sus compromisos educativos y evangelizadores, y por los bienes de la salvación con que a través del ejercicio de su ministerio agració a tantos gaditanos por caminos a veces insospechados.

Ellos son muy conscientes de que “todo beneficio y todo don perfecto” (Sant 1, 17) viene del Padre misericordioso y fiel. Por eso agradecen mucho que nos hayamos asociado a ellos en esta Eucaristía; quieren en ella que “la bondad tan generosamente derramada” por Dios sobre ellos, “por medio de su querido Hijo, se convierta en himno de alabanza a su gloria” (Ef 1, 6), porque “la bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza, son de nuestro Dios por los siglos de los siglos” (Ap 7, 12).

Al dar gracias, ellos y nosotros, a Dios y a la Virgen por sus cien años de trabajo en nuestra Iglesia gaditana, tenemos que volver nuestra mirada a sus orígenes. A finales del año 1888 llegaron a Cádiz dos extraños viajeros. Eran dos franceses. Y dónde otros franceses no pudieron entrar un siglo antes por la fuerza de las armas, lograron entrar ellos con la fuerza de la fe. Cádiz los acogió con cariño, porque venían de la mano de la Virgen. Durante su estancia en Cádiz se alojaron en el Palacio Episcopal. Concretamente en la sala de visitas que se habilitó para dormitorio. El Obispo Calvo y Valero los atendió con toda cordialidad y les impresionó por su sencillez y bondad.

Cuatro años más tarde abrieron su primer Colegio. Comenzó de forma modesta, en el número 11 de la calle Benjumeda. Era una casa alquilada, muy sencilla, pero suficiente para los cinco alumnos que se habían matriculado. Y así, el 3 de noviembre de 1892, comenzó en Cádiz la tarea educadora de los Marianistas. Ya en marzo de 1894 se trasladaron a la calle San José, donde permanecieron hasta 1973.

Llegaron en el momento justo. Un ilustre antecesor mío, el Obispo Calvo y Valero, estaba intentando dar altura intelectual a la diócesis gaditana y al Seminario, para que se pudiera establecer el diálogo del Evangelio con la modernidad. Y los Marianistas venían curtidos por su experiencia en la Francia revolucionaria donde habían nacido y habían ido creciendo lenta y dolorosamente. En un mundo que estaba cambiando rápidamente, pretendían “formar cristianos que desarrollen todos sus valores humanos y sobrenaturales, edifiquen la caridad terrena y extiendan el Reino de Dios como testigos y apóstoles de la Iglesia”.

Otras muchas Congregaciones religiosas habían nacido y estaban naciendo con una extraordinaria exhuberancia en el siglo XIX para ocuparse de los pobres, los ancianos y de los enfermos. Todas constituyen una gran riqueza de la Iglesia y han prestado un servicio impagable a la sociedad. En la segunda mitad del siglo XVIII nace en Francia Guillermo José Chaminade, en una familia de costumbres recias y tradicionales, y con un profundo sentido religioso que trataron de inculcar a sus quince hijos. No corrían años tranquilos para la Iglesia de Francia. El año 1797, cuando tenía 36 años, cruzó la frontera con España, camino del destierro, por no haber jurado la Constitución Civil del Clero. El Padre Chaminade pasó tres años en Zaragoza con su hermano y un grupo bastante numeroso de sacerdotes franceses. Y una larga tradición marianista asegura que fue en Zaragoza, rezando ante la Virgen del Pilar, donde él intuyó de alguna forma lo que luego sería la Compañía de María. Vuelve a Francia con el título de Misionero Apostólico dispuesto a infundir una nueva vida a la Iglesia con métodos nuevos y con instituciones nuevas. Guillermo José de Chaminade y sus colaboradores más inmediatos vieron con gran lucidez que el futuro de la persona y de la sociedad se decide en la escuela. Y pretendieron anticiparse y luchar contra las causas de la pobreza. Porque una persona sólo es verdaderamente libre cuando está bien preparada y cuando ha desarrollado todos los dones que Dios le ha dado. Estaban convencidos de que una de las mejores formas de amar era trabajar en la educación de los niños y de los jóvenes. Sabían que para responder a las exigencias y al reto que el mundo moderno planteaba a la Iglesia era necesario preparar seglares creyentes capaces de situarse en vanguardia, allí donde se está haciendo el mundo nuevo.

Es difícil valorar toda la riqueza que el trabajo de los marianistas, lleno de fe y de profesionalidad, ha aportado a las gentes de Cádiz. Lo saben muy bien esos 40.000 alumnos que han frecuentado el Colegio de San Felipe Neri y han encontrado en él el cultivo del saber riguroso, de la calidad humana, de los valores éticos, de la fe comprometida y del amor a la Virgen y a la Iglesia. Por eso la Iglesia de Cádiz, quiere celebrar hoy, fiesta de todos los santos, la memoria agradecida de esa “muchedumbre inmensa que nadie podría contar” (Ap 7, 2) de Marianistas bienaventurados, escondidos o inadvertidos, pobres y humildes de corazón generoso, afligidos que comunicaron paz, justos que padecieron violencias sin odio ni rencores, artesanos de paz y misericordia, valientes que sufrieron incomprensiones y malos tratos… De tantos y tantos Marianistas que caminaron por nuestras calles y trabajaron en nuestras aulas y en nuestros confesionarios y que, en vez de corona, llevaron sobre sus cabezas nuestros mismos problemas, dificultades y preocupaciones con la fuerza que da la fe y de la mano de María. Los marianistas vinieron a España, según palabras del Superior General, P. José Simler, para saldar una deuda de agradecimiento… Porque fue a los pies de Nuestra Señora del Pilar donde vuestro fundador concibió el primer designio de fundar la Compañía de María, durante su exilio, en tiempos de la Revolución Francesa. Después de cien años, los gaditanos tenemos que deciros que la deuda está sobradamente saldada y queremos corresponder con nuestro agradecimiento y con lo que más necesitáis: nuevas vocaciones.

Pero un cristiano tiene que mirar siempre hacia delante. Lo mejor es lo que nos queda por hacer. La tarea del educador es siempre difícil, pero también apasionante. Y si se trata del educador cristiano, como es el caso de los Marianistas, es mucho lo que pueden ofrecer al mundo moderno. Porque también hoy necesitamos estar en la vanguardia. Para ser hombres y mujeres dialogantes; para fomentar la tolerancia; para mantener viva la esperanza de que se puede lograr una sociedad más humana y más justa, porque Jesucristo ha vencido definitivamente al mal; para armonizar, sin desvirtuaciones ni rebajas, la fe con la cultura moderna; para apostar decididamente por la paz; para que nuestras comunidades educativas sean “un recinto de verdad y de amor, de libertad y de justicia”. En resumen, para que seamos suficientemente libres, capaces de seguir anunciando a Dios con obras y con palabras.

No lo podemos olvidar. Hace cien años abrieron los Marianistas el primer Colegio con sólo cinco alumnos. Pero aquel pequeño grano de mostaza fructificó pronto con enorme fuerza y pujanza. Porque aquellos dos extraños viajeros vinieron con el corazón lleno de fe. Porque llegaron de la mano de la Virgen.

En noviembre de 1942 se celebró el cincuenta aniversario de la fundación de Cádiz. Entre los diversos actos de tipo religioso y cultural que se celebraron, el día 5 se colocó la primera piedra del nuevo Colegio de San Felipe, que hoy acoge a más de dos mil alumnos. Como recuerdo del Centenario nos dejan una parroquia en marcha en un barrio pobre de pescadores de la Línea de la Concepción.

La Iglesia de Cádiz os acompaña, queridos Marianistas, con su afecto, su agradecimiento y su oración para que, fieles al carisma de vuestro fundador y de la mano de la Virgen, sigáis siendo “hombres que no mueren”, dispuestos a abrir nuevos caminos al Evangelio en este segundo centenario que inauguramos hoy.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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