DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo de Resurrección

Publicado: 11/04/1993: 872

Año 1993

1.- “Yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo, por los siglos de los siglos” (Ap 1, 17-18).

El núcleo esencial de la experiencia pascual de los primeros discípulos es el encuentro personal con Jesús lleno de vida. Esta es la experiencia y certeza fundamental: Jesús vive y está de nuevo con ellos. Recuperan a Jesús como Alguien vivo, lleno de vida. Y se vuelven a encontrar con Él como “una nueva posibilidad de vida”. El Resucitado les ofrece la posibilidad de iniciar un nuevo modo de existencia. Experimentan el encuentro con el Resucitado como un acontecimiento que les ofrece salvación, liberación, renovación, felicidad, plenitud.


2.- San Pablo entiende toda la vida del creyente como un morir al pecado que nos deshumaniza y nos mata, y un resucitar a una vida nueva, de una amplitud y una profundidad nueva. Cristo es Alguien que vive y llena de su energía vital a todos los que se unen a Él. “A fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom 6, 4).

La muerte no es sólo el final biológico del hombre. La muerte, como destrucción de la vida, puede anticiparse e invadir diversas zonas de nuestra existencia y de la vida de la sociedad.

Son muchas las cosas que se nos pueden ir muriendo a lo largo de los días. Por diversos factores y circunstancias, el pecado va matando en nosotros y se nos va muriendo la confianza en las personas, la fe en el valor mismo de la vida, la capacidad para todo aquello que exija esfuerzo, el valor para correr riesgos. Casi inconscientemente el pecado va acrecentando en nosotros y va creando la pasividad, la inercia, la inhibición. Poco a poco podemos caer en el escepticismo, el desencanto, la pereza toral.

Quizá ya no esperamos gran cosa de la vida. No creemos ya demasiado en nosotros mismos ni en los demás. El pesimismo, la amargura, el mal humor, se apoderan cada vez más fácilmente de nosotros y de la vida social.

Quizá está muriendo nuestra vida interior. El pecado se ha convertido en costumbre que somos incapaces de rechazar. Nuestra fe es demasiado convencional, vacía, costumbre religiosa sin vida, inercia tradicional, formalismo externo y “letra muerta”.

De muchas maneras la muerte puede estar destruyendo nuestra vida interior, nuestras relaciones con los demás, nuestro amor creativo, nuestra capacidad de crecimiento, nuestra ilusión apostólica.


3.- Entonces creer en la Resurrección es escuchar las palabras llenas de vida de Jesús, acoger en nosotros su Espíritu vivificador, y descubrir por experiencia personal y en grupo que hoy Jesús Resucitado tiene fuerza para cambiar nuestra vida y resucitar en nosotros todo lo bueno que se nos ha podido morir.

La Resurrección de Jesús se vive y se hace presente en nosotros cuando, apoyados en la fe y alimentados por la Eucaristía, vamos liberando en nosotros las fuerzas de la vida y luchamos contra todo lo que nos deshumaniza, nos bloquea y nos mata como hombres y como creyentes.

Vivir la Resurrección de Jesús es vivir creciendo, vivir ensanchando nuestra vida, acrecentando nuestra capacidad creativa, intensificando nuestro amor, generando vida, estimulando todas nuestras posibilidades, abriéndonos con confianza al futuro, liberándonos de ataduras, servidumbres, cobardías, egoísmos que nos esterilizan y matan. Se trata de entender toda nuestra vida como un proceso de resurrección y de crecimiento hacia la plenitud final, de ir pasando ahora a una vida siempre más plena y más santa, más animada por el amor y por la Gracia de Dios, de “revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).

Como los primeros discípulos, proclamamos con alegría el mensaje pascual:

¡Hermanos, Cristo ha resucitado, resucitemos con  Él!

Y al encontrarnos con el Resucitado en la celebración de la Eucaristía, digámosle con fe y confianza:

“¡Oh divina esperanza de mi vida! Ya que he sido sepulcro de tu muerte, hazme, Señor, resucitar contigo”. Amén.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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