DiócesisHomilías Mons. Dorado

Nuestra Señora del Rosario

Publicado: 07/10/1988: 1350

Nuestra Señora del Rosario

Cádiz, 1988


Lecturas: Hch 1, 12-14; Lc 1, 26-38


1.- Celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, patrona de Cádiz. Es una fiesta cristiana, nacida de la fe de nuestro pueblo. Y como fiesta, se nos invita a la alegría, a la esperanza, al vivir fraterno y solidario. Y es la Virgen, nuestra Madre, quien nos dice dónde podemos encontrar motivos para la alegría y para la esperanza; motivos para seguir luchando por un mañana más justo, más fraterno y más solidario.

Porque la fiesta cristiana no es una fiesta para olvidar, para distraer la atención o para evadirse. Es una llamada a comprometerse con renovadas esperanzas a favor de la vida, a favor del hombre. Y hay motivos, os decía, para seguir luchando con alegría y esperanza. Nos los recuerda Nuestra Señora del Rosario, porque esta devoción tan sencilla, el santo rosario, que surgió como una forma de evangelizar a los pobres, nos anuncia en sus misterios que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo; que murió por nosotros en la cruz; que ha resucitado y nos ha dado su Espíritu. Es la alegre noticia de la fiesta de hoy: Dios se ha hecho hombre y nos ha dado su Espíritu, el Espíritu Santo, para que los hombres podamos vivir como hermanos, como la gran familia de los hijos de Dios.


2.- Pero nuestra fe es pequeña. Y, a veces, los cristianos, nos sentimos un poco perdidos y como paralizados. No acabamos de creer que el Evangelio tenga fuerza para provocar y renovar al hombre moderno. Quizá porque nosotros mismos no nos hemos dejado transformar por él. Y no lo anunciamos. Y vemos que van surgiendo generaciones de jóvenes que ya no conocen el Evangelio. Son esas generaciones que no ven otra cosa en nuestras fiestas y en nuestras imágenes que la cultura identificadora de un pueblo.

Sí, a veces nos sentimos como perdidos y paralizados. Como nos dice la Primera Lectura que se sintieron los discípulos de Jesús después de la Ascensión. No sabían qué hacer y se encerraron. Pero se pusieron a orar como nosotros estamos orando esta mañana. Y allí estaba María, la Madre de Jesús, con ellos. Igual que está con nosotros. ¿No ha sido ése el sentido del Año mariano? Toda la Iglesia ha estado orando junto con María. Como una gran vigilia para reanudar la evangelización de cara al año 2000. También a nosotros nos presta su apoyo y presencia de Madre para que nos lancemos a evangelizar, como hicieron los primeros seguidores de Jesús. Para que nos abramos al Espíritu Santo y demos testimonio del amor de Dios al hombre. Con obras y con palabras.


3.- Los cristianos de Cádiz estamos orando con María: porque queremos abrirnos al Espíritu de Dios; experimentar esa presencia de Dios que nos perdona, nos fortalece, nos transforma y nos llena de amor. Y será el Espíritu Santo el que hable luego por nuestros labios: el que nos impulse a evangelizar, a proclamar el Reino de Dios.

Es éste el objetivo pastoral que nos hemos propuesto en toda la diócesis para este curso: renovar nuestras parroquias y convertirlas en comunidades vivas que evangelizan; que dan testimonio de lo que han visto y oído. Es algo que anhelamos sinceramente y que estamos dispuestos a intentar. Pero la pregunta clave es cómo hacerlo.

Y pienso que la Palabra del Evangelio que se ha proclamado nos ofrece algunos elementos imprescindibles y un tanto olvidados hoy para esta renovación. No son los únicos, pero son los cimientos.

El Evangelio nos presenta un hecho histórico: la anunciación del Ángel y la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María. A través de María, el gran don de Dios, su Hijo, llega a toda la humanidad. Y si la Iglesia desea que Jesús llegue hoy a todos los hombres, tendrá que seguir el camino de María. Por eso dijeron los Santos Padres, y ha repetido el Vaticano II, que María es “tipo”, modelo de lo que debe ser y de lo que será la Iglesia.

¿Qué hace María ante la llamada de Dios? ¿Qué tiene que hacer hoy la Iglesia ante la llamada de Dios?: Escucha, ora y se ofrece.


4.- He aquí tres actitudes imprescindibles para renovar nuestras parroquias y para convertirlas en comunidades que anuncien el Evangelio.

Escuchar: dejarse evangelizar y meditar la Palabra en el corazón. Esa Palabra vida y cargada de fuerza que se nos da en la Escritura. Y hacer nuestra la experiencia de que el Evangelio salva, es liberador. Descubrir vitalmente lo que significa que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones y que somos capaces de querernos y de vivir la fraternidad. Sólo entonces podremos proclamar la Buena Nueva, el Evangelio que nos está salvando.

Escuchar es también descubrir la presencia del Espíritu en nuestro mundo: en los grupos que trabajan por la paz y por la justicia; en la eliminación de todo tipo de barreras entre los hombres; en conseguir una mejor calidad de vida para los pueblos más pobres y explotados… El concilio nos ha dicho que “el Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, está presente en esta evolución de la historia” (GS, 26).

Escuchar es abrirse al dolor y al clamor de los pobres y de los que sufren. Y la Iglesia, como María, necesita escuchar la llamada de Dios y preguntarse qué significa esa llamada.

Orar: es la segunda actitud de María. Vivir en amistad con Dios, abiertos a su amor y a su presencia, sabiendo que Él nos ama y nos sostiene. Y esto exige un trato frecuente e íntimo, un trato cálido y a solas con Dios.

La pregunta de María, “¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?”, no es la expresión de una duda. Es la pregunta sencilla y natural entre amigos, que nos descubre a María como persona orante, persona muy adentrada en la amistad con Dios.

La renovación de nuestras comunidades pasa por el camino de la oración. Los momentos más llenos y creativos de la historia de la Iglesia han estado marcados por la presencia de grandes orantes. Y es natural, porque toda renovación profunda y duradera es obra del Espíritu, don de Dios. Y sólo en la oración logramos escuchar a Dios y hallamos la fuerza para aceptar sus dones.

No hay peligro de que la oración auténtica nos aparte de los problemas humanos o de estar en la vanguardia de la historia: allí donde se está configurando el mañana, Dios, que se ha encarnado, nos devuelve al hombre. Y es Dios quien, mediante el Espíritu, pone en nuestros corazones el amor auténtico y abnegado a toda persona humana. Y sólo Él, rico en misericordia, logrará sostenernos cuando el amor nos crucifique.

Ofrecerse: como vemos que hace María en la Encarnación. Se ofrece a Dios como esclava. Porque ha escuchado a Dios, porque vive en profunda amistad y sintonía con Dios, María sabe que su plenitud está en cumplir la voluntad del Padre. Es este seguimiento de la voluntad de Dios lo que la hará más humana, más persona, más mujer. Lo que hará que aún hoy le sigamos diciendo que es una bendición, que es bendita entre todas las mujeres.

Así también la Iglesia. Porque Dios no es rival del hombre, sino quien le da plenitud: quien le abre a la esperanza y al amor incondicional. La Iglesia, cada comunidad y cada persona, crece y se realiza en la entrega y en el servicio. En el sí a la voluntad de Dios y en el amor incondicional al hombre, especialmente a los más pobres.


5.- Esta es nuestra fiesta, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. No es una evasión, sino una llamada honda a ser plenamente humanos y a luchar porque todos lo sean. Y creemos que sólo la fe en Dios, que sólo su Evangelio, nos abre esta posibilidad. Es lo que nos dice María en los misterios del Rosario: Dios se ha hecho hombre y el hombre no podrá realizarse plenamente, ni podrá construir una historia razonable, si prescinde de Dios.

A cada uno de nosotros, y a todos como comunidad, María nos invita a seguir a Jesús, a hacer lo que Él nos diga. O quizás nos invita a hacer nuestro el misterio de la Encarnación: a decir con decisión sí a Dios y sí al hombre.

El resto lo pondrá el Espíritu Santo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Cádiz

Diócesis Málaga

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