DiócesisHomilías Mons. Dorado

La Virgen del Rosarío

Publicado: 07/10/1992: 1175

La Virgen del Rosario

Cádiz, 7 de octubre de 1992


1.- La fiesta de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, es un acontecimiento religioso singular en Cádiz, que no puede quedar reducido a la repetición rutinaria, siempre bella y emotiva, de una costumbre entrañable que forma ya parte de la historia de nuestra ciudad. Como acontecimiento religioso tiene su origen y su explicación en la fe cristiana secular del pueblo gaditano y sólo tiene sentido si se celebra desde la fe.

La fiesta de nuestra Patrona es una gracia de Dios que hemos de aprovechar para nuestra santificación personal y el mejoramiento espiritual de nuestra comunidad cristiana. Porque unas fiestas que no nos hacen mejores no son fiestas cristianas.

La Virgen es siempre portadora de un mensaje; y haremos bien si en el silencio del corazón y en la oración nos atrevemos a preguntarle: ¿Qué quieres de nosotros, querida y venerada Virgen del Rosario, patrona de Cádiz?

Queremos renovar la pastoral de nuestra iglesia diocesana intensificando unas líneas de acción que vienen exigidas por el análisis de nuestra situación religiosa y por las demandas del Evangelio y de nuestra época histórica. No voy a detenerme ahora en exponerlas con profundidad. En estos momentos será suficiente sugerirlas indicando cómo María puede imprimir en ellas su sello maternal.


2.- Intensificar la evangelización. La Iglesia diocesana necesita intensificar su esfuerzo por evangelizar a todos los bautizados, especialmente a los más alejados. Hemos de ayudar a centrar la fe religiosa de cada cristiano en la persona de Jesucristo resucitado y, por Él, en el Padre, con la fuerte vivencia del Espíritu Santo. Hay que ayudar a los cristianos a profundizar en la fe, a robustecerla en su dimensión personal, a hacerla más culta, mejor fundamentada en la Sagrada Biblia, a mantenerse fieles a los contenidos fundamentales del dogma y de la moral católicas, a descubrir sus compromisos apostólicos en el mundo. Para ello debemos intensificar la acción catequética, en todos los niveles, la enseñanza de la Religión en las escuelas, la organización de iniciativas apostólicas para jóvenes y adultos, que presenten el Mensaje del Evangelio sin ambigüedad y con valentía, sin complejos ante la cultura laicista favorecida desde algunas instancias de poder, desde los más importantes medios de comunicación social, de carácter estatal y privado, así como desde una determinada enseñanza y desde no pocas disposiciones legislativas de los últimos años. Para esta tarea es imprescindible la creación de un laicado educado en la oración, con una buena formación teológica, espiritual y apostólica, dispuesto a ocupar su espacio eclesial en la acción pastoral y evangelizadora y a ser testigos de los valores morales y de una vida honrada e intachable en sus compromisos cívicos.

En esta línea tan importante de la pastoral, María imprime su sello maternal ayudándonos y acompañándonos en el proceso de nuestra conversión a Jesucristo y como “estrella de la evangelización”.


3.- Pero si queremos ser mensajeros del Evangelio de Jesucristo en nuestros días, es necesaria la renovación de nuestra Iglesia diocesana. No podemos realizar una pastoral evangelizadora si no avanzamos en la renovación como Iglesia y como miembros de la Iglesia. La Iglesia tiene que auscultarse a sí misma para ver hasta qué punto está respondiendo al Señor y sirviendo al mundo. Las dos pasiones que dan vigor a la Iglesia son la pasión por el Dios Vivo y la pasión por los pobres. Personalmente estoy persuadido de que la falta de vigor no le viene a la Iglesia ni de los gobiernos hostiles, ni de las economías salvajes, ni de las leyes desfavorables, sino principalmente de la debilidad y de la mediocridad de nuestra pasión por Dios y de nuestro compromiso.

Si esto es así, aparece clara la necesidad de hacer más religiosa nuestra vida y de tener una experiencia viva del Dios Vivo.

Estamos ante una gran dificultad religiosa de nuestro tiempo. Es verdad. Esta nueva cultura ni es fruto de la fe ni conduce a ella. Más bien es fruto de una visión atea de la vida y contribuye a suscitar escepticismo, desinterés y rechazo hacia los planteamientos religiosos.

Pero siempre ha sido difícil aceptar a Dios como Dios; siempre. Siempre hemos tenido la tentación de colocarle en segundo o tercer o enésimo lugar en nuestra vida. Aceptar a Dios como Dios es siempre un problema. No sólo porque Dios complica la vida del hombre. También porque Dios no aparece en nuestra sociedad ni como evidente ni como necesario. El nombre de Dios ha perdido en nuestra sociedad una buena parte de su capacidad evocadora. Nosotros creemos que nuestro Dios, el que se nos ha revelado en Jesús, es un Dios vivo, presente y activo.

Pues bien, si nosotros queremos vigorizar a la Iglesia, esto sucederá cuando la opción por Dios se convierta en pasión, cuando se dé una verdadera complicidad de nuestra voluntad con el proyecto y la voluntad de Dios. Cuando Dios sea tan vivo que sepamos leer su presencia en lo que pasa, en las relaciones, en las situaciones, en las dificultades y progresos, en los grandes y en los pequeños acontecimientos. Cuando nuestro Dios sea el de Jesús y por tanto nos lleve a vivirlo y encarnarlo como Él lo vivió y encarnó.

Volvamos nuestros ojos a María. ¿Quién como Ella para enseñarnos el camino de la pasión por Dios? Ella vivió contemplando en su corazón los hechos y las palabras de Dios, ajustándose a ellos en sus decisiones y compromisos con fidelidad. La fe de María, centrada siempre en Cristo, razón de su existencia, iluminaba todos sus actos, tanto en las cosas pequeñas como las grandes revoluciones.


4.- Y junto a la pasión por Dios, la pasión por los pobres. En términos eclesiásticos, avalados por Juan Pablo II, se trata de una opción preferencial, no exclusiva, pero sí preferente por los pobres. Y me refiero a los pobres-pobres; a los que no tienen donde caerse muertos; que, a veces, no son siquiera capaces de colaborar en su propia liberación; a los que no son pancarta publicitaria de nadie. Son los inmigrantes “ilegales”, las familias de nuestros toxicómanos, los parados sin subsidio, los ancianos desatendidos, los jóvenes “callejeros” de nuestros barrios, los niños asesinados antes de nacer… Estos pobres-pobres deben ser los principales destinatarios de nuestra parcialidad. Para que esta opción sea efectiva se requiere una educación exigente. Educación para un trato familiar y cercano. Educación exigente para un estilo de vida sobrio y sencillo: muchos de los gastos que nos permitimos y de los sueldos que nos asignamos serían alegrías no justificables si tuviéramos más de cerca la óptica de los pobres. Una exigente educación para una defensa de sus intereses. Esta defensa lleva a la cruz siempre. Quienes se han tomado esto en serio nunca “han hecho carrera” en este mundo

La Virgen María, cuya alma proclama la grandeza del Señor y cuyo espíritu salta de gozo en Dios su Salvador, nos lleva de la mano a los pobres, a los predilectos de Dios; es la Virgen Misericordiosa inclinada a las miserias nuestras porque ha comprendido que Dios tiene entrañas de misericordia. Nos acogemos a Ella que es Madre de los pobres, de los afligidos y de los que sufren. Y a su protección encomendamos a todos los gaditanos y nuestros planes pastorales de este año.

Bajo tu amparo y protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen el Rosario, gloriosa y bendita.

 


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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