DiócesisHomilías Mons. Dorado

Virgen de la Palma

Publicado: 01/11/1991: 1182

Virgen de la Palma

Cádiz, 1991


Venerable Archicofradía y queridos hermanos que en la fiesta de Todos los Santos, que hoy celebramos, os reunís en esta Eucaristía, para venerar y dar gracias a la Reina de todos los Santos, la Santísima Virgen de la Palma Coronada.

Os invito a todos a poner vuestra mirada en la imagen de la Virgen de la Palma para decirle con nuestro corazón agradecido:

“Virgen de la Palma, el pueblo de Cádiz vuelve hoy sus ojos a Ti, que fuiste el instrumento providencial de que se sirvió el Hijo de Dios para venir a ser el Hijo del hombre y dar comienzo a los tiempos nuevos”.

“Tiempos nuevos” podemos llamar con razón los gaditanos a los que ocurrieron el día 1 de noviembre de 1755, fecha en que nuestra ciudad fue milagrosamente salvada, por la intervención de la Santísima Virgen, del terrible maremoto que hizo temblar la tierra e hizo cundir el pánico de que todo desaparecería tragado por los furiosos oleajes de la mar que saltaron por encima de las murallas.

Hoy queremos recordar y hacer memoria histórica de cuanto la Virgen ha hecho por los hijos de este pueblo, como instrumento providencial de nuestro Señor Jesucristo.

Pero no debemos contentarnos solamente con el recuerdo agradecido de la protección de la Virgen de la Palma que salvó a nuestro pueblo de tan graves amenazas en el pasado. Mirando al presente y al futuro de nuestra tierra y contemplando las actuales amenazas a que nos vemos expuestos, queremos decirle con gran confianza:

“¡Virgen María!
¡Mística Palma!
¡Tú sola eres
Nuestra Esperanza!”

Por una parte las amenazas a nuestra fe y a nuestra identidad cristiana, que han sido la gran riqueza de nuestro pueblo.

La fe y la vida cristiana vienen padeciendo una larga crisis que se remonta por lo menos a los últimos veinticinco años y se agrava cada día más. Podemos afirmar que estamos ante un agudo problema de fe en una sociedad crecientemente secularizada. Es la fe la que se ha conmovido como se conmovió la tierra el año 1755-, desquiciando los sólidos cimientos de la vida cristiana. Recientemente el Papa Juan Pablo II, al mismo tiempo que reconocía nuestra “rica religiosidad popular que traduce al lenguaje de los sencillos las grandes verdades y valores del Evangelio”, nos advertía que no debemos olvidar “que también entre nosotros se está produciendo, por desgracia, un preocupante fenómeno de descristianización” y denunciaba el “neo-paganismo” de la sociedad española, que afecta no sólo a los no creyentes sino también a los mismos cristianos, que experimentan en su propio ser “las presiones de una sociedad basada en el agnosticismo y la indiferencia religiosa”.

Por otra parte, están las nuevas amenazas contra la vida y de la dignidad de las personas –que tienen otros nombres y manifestaciones-, pero que son la cara oscura de la deshumanización a la que estamos abocados. Me parece que los españoles aún no hemos empezado a reaccionar con el vigor suficiente ante el resquebrajamiento de la familia y las plagas del divorcio y del aborto provocado, ante el endurecimiento de las relaciones sociales, ante el desamor a los ancianos y enfermos, ante el agotamiento del bienestar social y el crecimiento alarmante del paro, ante el avance de la corrupción y la violencia armada, ante el permisivismo sexual y “la búsqueda afanosa del placer fácil que provoca el que innumerables personas queden traumatizadas y a menudo busquen refugio en la drogadicción, en el alcoholismo o en la violencia”.

¿No os parece, queridos gaditanos, que es hora de que, con la misma fe que el capellán de la Capilla de la Palma, D. Francisco Macías, en 1755, ante el nuevo maremoto que nos amenaza, tomando el guión de la Virgen de la Palma, exclamemos: “Hasta aquí, Madre mía, y no más”?

¿O es que no estamos convencidos de que la fe en Dios y la confianza en la Virgen de la Palma pueden más que las olas del neo-paganismo y de la inmoralidad que hoy nos amenazan?

En los tiempos de grandes mutaciones o maremotos, la Iglesia siempre ha tenido un mismo recurso: volver a lo fundamental de la fe y a lo auténtico; purificarse; convertirse; orar y trabajar, con paz y esperanza; ajustarse más a las exigencias de Jesús; unirse más estrechamente en torno a la Palabra de Dios, a los Sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, a la Tradición verdadera, en una intensa comunión con el verdadero magisterio de la Iglesia.

Y a partir de ahí, y con una confianza recuperada en Dios y en la Virgen, los católicos tenemos que salir de nuestra rutina y pasividad en un gran movimiento evangelizador y misionero. Tenemos delante una gran responsabilidad: es la hora de la nueva evangelización. A esto es a lo que hay que apuntarse. Todo lo demás son entretenimientos pasajeros y estériles.

“Es necesario proclamar con nueva energía y convencimiento que encontrar a Dios y aceptarlo son condiciones indispensables para descubrir la verdad del hombre. Que la Buena Nueva de la Salvación en Jesucristo es fuente y garantía de la propia humanidad, clave para entender al hombre y al mundo, así como fundamento y baluarte de la libertad y salvaguardia de la plena realización de las capacidades auténticamente humanas”.

En la Encíclica “Redemptoris Mater”, el Papa presenta a la Virgen como modelo de fe. La fe es la clave para entender su vida y la razón de su grandeza: Feliz Tú, porque has creído”, le dirá su prima Santa Isabel.

Y es que cuando se cree de verdad en Dios, todo es diferente, todo se ve con nuevos ojos y se ama con un corazón distinto. Nada es igual del todo si creemos de verdad en Dios y contamos con Él. Por eso el católico que pretende descubrir la última significación de las cosas a partir de Dios, tiene una manera de ver y valorar la creación, una forma de vivir que en definitiva no coincide nunca con la del ateo o del agnóstico. La fiesta de Todos los Santos nos recuerda hoy que sólo los cristianos, animados por el ideal de santidad, serán capaces de hacer nueva la humanidad misma.

Queridos gaditanos, ante las nuevas amenazas que nos acechan, volvamos con confianza nuestra mirada a la Virgen de la Palma Coronada, que es nuestro modelo en la vida de la fe, de la caridad y de la unión personal con Cristo.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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