DiócesisHomilías Mons. Dorado

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

Publicado: 08/12/1982: 1021

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
Diciembre de 1982


Queridos hermanos:

Los católicos del mundo entero celebramos hoy con alegría la fiesta de una mujer a quien llamamos la “Llena de Gracia” y “Madre de misericordia”.

Con esta Eucaristía queremos profesar públicamente nuestra devoción y amor a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Nos estimulan y nos comprometen más en esta ocasión las palabras que el Papa Juan Pablo II nos dirigió a los Obispos españoles en su reciente Visita Apostólica:

“Motivo particular de esperanza es para mí –nos decía- la sólida devoción que este pueblo profesa, privada y públicamente, a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Pertenecéis a una tierra que supo defender siempre con fe, con la ciencia y la piedad, las glorias de María: desde su Concepción Inmaculada hasta su Gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los Cielos, pasando por su perpetua virginidad…”.

Detrás de estas palabras hay el reconocimiento de una larga historia de amor a la Virgen, que ha enriquecido a la Iglesia española, ha sostenido nuestra fe y ha impulsado una simpar actividad evangelizadora, gracias a la cual, “la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy, reza a Dios, en español”.

Mirando hacia el futuro con esperanza, el Papa nos advierte paternalmente:

“No olvidéis este rasgo vuestro (vuestra devoción a la Virgen María). Mientras sea este vuestro distintito, estáis en buenas manos. No habéis de temer”.


2.- Estas palabras nos recuerdan el gran valor espiritual y pastoral del culto a la Virgen. La devoción a la Madre del Señor es ocasión:

- de crecimiento en la vida de fe,
- en la amistad con Dios,
- en la asimilación de los rasgos espirituales de Cristo, y
- en la caridad fraterna.

La piedad hacia María nos conduce al crecimiento en la Gracia Divina: finalidad última de toda la acción pastoral de la Iglesia. Porque es imposible honrar a la “Llena de Gracia” sin honrar en sí mismo el “estado de gracia”, es decir:

- la amistad con Dios,
- la comunión con él, y
- la inhabitación del Espíritu Santo.

Esta Gracia divina alcanza a todo hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo de Dios, como nos recuerda la carta de San Pablo que acabamos de leer.

La Virgen, en el Misterio de su Inmaculada Concepción, es el signo del poder transformador de la gracia de Dios y es espejo de lo que el poder vivificador de Dios puede crear en el hombre.


3.- No podemos olvidar este rasgo nuestro de la devoción a la Virgen. Con estos sentimientos y con la esperanza de encontrar en Ella un modelo para nuestra vida, celebramos hoy esta fiesta.

Cuando el 8 de diciembre de 1854, Pío IX define que “María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano”… nos está presentando a una mujer humilde como el modelo supremo de perfección ético-religiosa. María representa el modelo humano sin fisuras, ni siquiera en el primer momento de su ser; representa a la naturaleza humana sin vacilaciones ante el mal, sin concavidades de alma oscura. En Ella aparece la semejanza más perfecta con Dios.

Queridos hermanos: al contemplar a la Virgen Inmaculada, dejémonos juzgar por Ella. A esa luz se descubre mejor la verdad y la mentira de nuestras propias vidas. El contacto con Ella, al mismo tiempo que nos hace conscientes de nuestros pecados y de los bajos fondos de nuestro corazón, puede reavivar y estimular nuestros mejores anhelos e ideales de superación.

Porque la verdad del hombre a la luz del misterio de la Inmaculada es que todos –excepto Ella-, estamos sujetos a las fuerzas del Mal y del pecado, pero a todos se nos ofrece, por el poder y la gracia de Jesucristo, la posibilidad de ser “santos e inmaculados en su presencia…”

Celebremos con alegría y con confianza renovada este año la fiesta de la Inmaculada, que a la resbaladiza degradación permisiva de las costumbres opone la serena energía de la conciencia de la dignidad personal y comunitaria de hombre regenerada por el Bautismo y por la pertenencia a la “Comunidad de los Santos que es la Iglesia”.

La Inmaculada nos convoca a todos –como dijo el Papa a los jóvenes españoles- a la gran empresa de vencer el Mal con el Bien.

Como Ella, abramos hoy nuestro corazón de par en par a Jesucristo que viene de nuevo a nosotros en esta próxima Navidad.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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