DiócesisHomilías Mons. Dorado

Vigilia de la Inmaculada

Publicado: 07/12/1990: 1024

Vigilia de la Inmaculada

Año 1990


1.- Siempre es gozoso celebrar una fiesta de Nuestra Señora. Se nos llena el corazón filial de una alegría muy honda y contagiosa. Sentimos su presencia maternal en nuestra vida.

Más en esta Vigilia de la Inmaculada de este año, en que nos reunimos para dar gracias a Dios por el IV Centenario de nuestro Seminario, donde se han formado tantos sacerdotes para el servicio a nuestra Iglesia diocesana.

Las lecturas bíblicas nos han introducido en la contemplación de los tres acontecimientos más importantes en la vida de María: la Anunciación, la Cruz y Pentecostés. Hemos contemplado a la Virgen Inmaculada que “escucha y recibe la Palabra de Dios”, que “ofrece generosamente al Padre” el Hijo convertido en “varón de dolores”, que siente nacer en su corazón, silencioso y pobre, la Iglesia de la misión y la profecía.


2.- La selección de esos pasajes ha sido intencionada. Para todos nosotros es hoy muy necesario sentir su llamada a vivir en su plenitud de fe, en su ardor de caridad y en su perfecta docilidad al Espíritu. Pero, sobre todo, esta noche en que queremos dar gracias y orar por las vocaciones sacerdotales, nos parece que esas tres dimensiones de la vida de María iluminan el misterio de la vida consagrada. La vocación nace en la plenitud de fe de María en la Anunciación; en su ardor de caridad en la Cruz; y en su plena docilidad al Espíritu, en Pentecostés.


3.- En el momento de la Anunciación está María con su Sí, con su Fiat, está la plenitud de su fe. María que dice Sí. Y dice que Sí porque sabe que Dios, que es amor, se lo pide; y sabe que ese Dios que es amor y se lo pide, lo puede todo. Entonces no duda y le dice Sí: “yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.

La Iglesia nace de la plenitud de fe de María, en la sencillez de su sí total, generoso, radical a la Palabra. Cambió la historia cuando María dijo Sí. Y Ella fue feliz, bienaventurada.

La vocación sacerdotal es una invitación a cerrar los ojos, a pegar el salto por la fe y a decir que Sí al Señor, a su voluntad adorable, a su plan de amar sobre todas las cosas. No importa que nos cueste o no entendamos. Para María bastó la seguridad de estas tres cosas: que Dios la amaba con amor de predilección; que Dios se lo pedía; que para Dios nada hay imposible. Desde la certeza de esos tres elementos es posible decirle a Dios que Sí con toda el alma, aún en lo humanamente difícil y absurdo. Entonces el alma se serena y se llena de pozo, porque se siente inquebrantablemente ligada al amor de Dios.

Hoy Dios sigue diciendo a muchos jóvenes, como el Ángel a María: “¡Alégrate!”, “No tengas miedo”, “Para Dios nada hay imposible”.


4.- El segundo momento del nacimiento de la Iglesia, nace en el ardor de la caridad de María, ardor de amor que se expresa más plenamente en la donación de la Cruz. Nace la Iglesia del costado de Cristo y allí está María, serena, al pie de la Cruz.

Gracias, María, porque también allí dijiste que Sí. Pero, gracias porque no fue solamente en la Cruz; porque tu amor se hizo contemplación primero; y se hizo servicio a los hermanos después; porque tu amor se hizo redención siempre y culminó en la Cruz. El amor de María siempre se hizo servicio.

¡Cuánto tenemos que aprender! ¡María, enséñanos también a nosotros a vivir así! Queremos que la Iglesia nazca en nuestro ardor de caridad. Un amor, Señora, que sea contemplación continua y servicio generoso a los hermanos; que sea, sobre todo, una oblación gozosa en la Cruz.


5.- Y después, Pentecostés. Llega el momento de la Iglesia misionera, apostólica, evangelizadora; de la Iglesia profética, que sale del Cenáculo. Allí está María, que preside la comunión y la oración de los apóstoles. La Iglesia nace en la plena docilidad de María al Espíritu. Desde entonces será María de la Esperanza, la que nos iluminará, porque empezará la Iglesia a peregrinar, saliendo del Cenáculo: a Jerusalén, a Samaria, a Galilea, hacia todos los confines de la tierra. Y María estará misteriosamente presente como Nuestra Señora del Camino, de la Esperanza. No sólo mientras vivió, sino también ahora, glorificada en cuerpo y alma en los cielos, siendo esperanza cierta, va acompañando esta Iglesia nuestra que peregrina en la Cruz, proclamando la muerte del Señor y anticipando su venida.

María del Camino, de la Esperanza, en la plena docilidad al Espíritu, dejándose invadir plenamente y conducir por Él. Porque el camino de la esperanza es una peregrinación en el Espíritu.

Que también nosotros, Señora nos dejemos invadir plenamente por el Espíritu, que seamos dóciles, sencillos, gozosamente fieles al Espíritu Santo. Que caminemos en la fe inquebrantable de la esperanza, que contagiemos la esperanza a los demás.


6.- Señora y Madre Inmaculada. Hoy queremos decirte: “Muchas gracias”. Muchas gracias, Señor, por tu Sí, por tu completa disponibilidad de esclava. Por tu pobreza y tu silencio.

Muchas gracias, Señora de la Cruz, del amor y de la entrega, por el gozo de sus siete espadas. Por el dolor de todos tus caminos, que fueron dando paz a tantas almas. Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y la distancia.

Muchas gracias porque has bendecido durante cuatro siglos a nuestro Seminario y porque seguimos alentando a nuestros jóvenes a seguir incondicionalmente a tu Hijo en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada.

Señora Inmaculada, que todos aprendamos que la vida es siempre un Fiat y un Magnificat, un “Sí” y un “Muchas gracias”. Amén.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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