DiócesisHomilías Mons. Dorado

Domingo de Ramos. Ciclo B

Publicado: 13/04/2003: 1110

Domingo de Ramos. Ciclo B

Año 2003


1. Acabamos de comenzar la Semana Santa con la procesión de las palmas. El Domingo de Ramos es como una síntesis de toda la riqueza de esta Semana, en la que celebramos los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que están ya apuntados en la Oración Colecta de esta Misa, que dice así:

“Dios Todopoderoso y Eterno, Tú quisiste que nuestro Salvador se hiciera hombre (Encarnación) y muriera en al Cruz (Pasión). Concédenos que un día participemos de su Resurrección”.


2. A lo largo de esta semana los cristianos estamos invitados a meditar y celebrar sacramentalmente el Misterio Pascual de nuestro Señor Jesucristo.

El tema que debe centrar nuestra atención no es el sufrimiento como tal, sino el amor de Dios, que se nos ha manifestado con toda su grandeza en la Cruz de Cristo. Pues toda la elocuencia de la Cruz consiste en que es la expresión más impresionante de un amor llevado hasta las últimas consecuencias.


3. Durante su despedida Jesús había dicho a sus seguidores que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15). Y Él dio la vida, pues su muerte no fue un desenlace fatal ni un accidente imprevisto. Jesús tuvo conciencia de lo que se le venía encima, pero lejos de huir afrontó las consecuencias de su existencia a favor del hombre. Por eso pudo decir, en vísperas de la Crucifixión: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1).

Es verdad que sintió miedo y angustia ante la tortura y la muerte, como se pone de manifiesto en la escena de Getsemaní, pero entendió que su aceptación de la muerte como obediencia a Dios y consecuencia de su amor al hombre, constituiría su timbre de gloria. Por eso San Juan presenta la Cruz como una “exaltación”, como la “glorificación” de Jesucristo.


4. A través de los diversos relatos de la pasión y muerte, se nos invita a descubrir la grandeza del amor que Dios nos tiene. No sólo envía a su Hijo más querido a compartir la condición humana, sino que le sostiene en su entrega hasta dar la vida por nosotros. Mediante la muerte, dice San Pablo, Jesucristo nos ha justificado, nos ha reconciliado con Dios, nos ha convertido en sus hijos adoptivos y nos ha hecho partícipes de su vida.

Además, para que vivamos como hijos, ha infundido en nuestro corazón, por el Sacramento del Bautismo, el Espíritu Santo, que nos santifica, nos sostiene y nos guía por la senda del Evangelio.

Lo mejor que puede ocurrirnos a lo largo de esta semana es que abramos el corazón de par en par a este amor que Dios nos regala por la Cruz de nuestro Señor Jesucristo. Es ahí donde encontraremos la fuerza necesaria para amar como ama el Señor, con el amor que brota del Evangelio.

Muchos de nuestros problemas actuales tienen su raíz profunda en la falta de amor; y en que tampoco sabemos aceptar que el amor, que es la plenitud de la persona, tiene como reverso el signo de la Cruz.

Cuando olvidamos la Cruz de Cristo, nos quedamos con un concepto de amor empobrecido y debilitado, que no ayuda a mejorar la convivencia ni da esa plenitud que es la madurez humana y evangélica.

Es importante meditar con sosiego en la grandeza y en el sentido de la Pasión y Muerte del Señor. Aunque a primera vista nos provoquen miedo y rechazo, la fe nos dice que es el camino para la vida, pues como nos enseña San Pablo, “si con él morimos, viviremos con Él” (Rom 6, 8).

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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