DiócesisHomilías Mons. Dorado Domingo IV de Adviento Publicado: 24/12/2006: 942 Domingo IV de Adviento Ciclo C. Año 2006 El Evangelio de la Misa de hoy, IV domingo de Adviento, nos desvela el misterio de la Navidad Cristiana. Al presentar a María como “madre de mi Señor”, Isabel, que la recibe en su casa, nos quiere enseñar que el “niño” que María lleva en su seno, además de ser un hombre en toda regla, es el Hijo de Dios Vivo, “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Por eso dice Isabel a su prima que “es bendito el fruto de su vientre”, pues donde llega Jesucristo, el hombre que descubre su presencia, no sólo salta de gozo, como saltó Juan Bautista cuando estaba en el vientre de su madre, sino que encuentra la luz que da sentido a su vida. Al hacerse hombre en el seno de María, Dios ha querido acercarse a todos y cada uno de sus hijos para invitarlos a todos a vivir como hijos de Dios. Llega con toda humildad, como dice la Primera Lectura de la Misa. No nace en Jerusalén ni es hijo de familias que sienten relevantes. Nace en un pueblo pequeño, en una insignificante aldea de Judá, que se llamaba Belén. Viene de gente pobre y quien hurga en sus raíces encuentra que tiene antecedentes muy humildes. Para venir al encuentro de los hombres, Dios se ha hecho pobre con los pobres de la tierra. Y es normal que entre sus más fieles seguidores se encuentren siempre los pobres y los que no presumen de grandezas. Porque Dios no quiere deslumbrar sino acercarse al hombre con amor. En lugar de impresionar con su poder y su fuerza, se acerca con un corazón amigo, para que cada uno decida libremente. La grandeza de Jesús de Nazaret no cotiza en los mercados de este tiempo, pues ni tiene dinero ni tiene familia ilustre, ni fue a la Universidad. Su grandeza es de otro tipo: tiene un corazón de oro, es una persona absolutamente libre, sabe captar los sufrimientos del otro, es el hombre para los demás y dicen los que trataron con Él que pasó por el mundo haciendo el bien. Su mirada devolvía a las personas la fe en sí mismos y en Dios, el sentido de su dignidad, el de ser libres y la solidaridad con todos. Y es que no vino a esta tierra para vivir enamorado de sí mismo ni encerrado en sus problemas. Vino para enseñarnos a ser hombres de una pieza, a ser personas de fe y a trabajar por el hombre, poniendo nuestra esperanza en las manos de Dios Padre. Pues, según afirma la Segunda Lectura de la Misa de hoy, lo primero que dijo al llegar a nuestro mundo fue: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Domingo II de AdvientoNatividad del Señor Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir