DiócesisHomilías Mons. Dorado Fiesta de Todos los Santos Publicado: 01/11/1992: 854 Fiesta de Todos los Santos Año 1992, S.I. Catedral. “Es verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Jesucristo, Señor nuestro. Porque hoy nos concedes la gracia de celebrar la gloria de tu ciudad santa, la Jerusalén celeste, que es nuestra Madre, donde eternamente te alaba la asamblea festiva de todos los santos, nuestros hermanos”. En estas palabras del Prefacio de hoy, queridos hermanos, se resume el sentido de la fiesta de Todos los Santos y se expresan los sentimientos con los que debemos celebrarla. No me parece superfluo que al contemplar en este día a Todos los Santos, nos hagamos la misma pregunta que hace uno de los ancianos en el texto del Apocalipsis que se ha proclamado en la Primera Lectura. “¿Quiénes son esos y de dónde han venido?” Pregunta ciertamente importante; porque ese es nuestra vocación y esa es nuestra meta: El Concilio nos ha recordado que todos hemos sido llamados a la santidad (cap. V de la LG) y nuestro destino es la vida eterna (cap. VII de la LG). Y pregunta necesaria, porque esa forma de vida –la de los Santos- resulta extraña y sin relevancia social en el mundo de hoy; y porque en la misma Iglesia, a fuerza de no usar esa palabra –la santidad-, corremos el riesgo de perder el horizonte que da sentido a nuestra vida y de hacer dejación en el empeño de tender a ella. ¿Quiénes son los santos? El Apocalipsis nos da una respuesta; “Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”. Dicho en otras palabras: son los que han seguido fielmente en su vida a Jesucristo y han participado en su vida, en su muerte y en su Resurrección: - los que han seguido sus huellas: el Evangelio, - los que han hecho sus gestos: la caridad, - los que han llevado su marca: la Cruz. El Evangelio de hoy nos hace su retrato completo en el texto de las Bienaventuranzas. Al contemplar de cerca la forma de vivir de los Santos, en lo que tienen de admirable y de extraño, surge también la pregunta: ¿Y de dónde han venido? Es decir, ¿cómo es posible esa forma de vida que contrasta con nuestra mediocridad y nuestra debilidad? ¿De dónde han sacado las fuerzas? La Segunda Lectura, de la 1ª Carta de San Juan, nos revela la respuesta: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos!”. La santidad es una gracia, un don de Dios, una participación en su vida que se nos comunica en el Sacramento del Bautismo y se alimenta con los demás Sacramentos que nos hacen semejantes a Él. “Todo el que tiene esta esperanza en Él se hace puro como puro es Él”, añade San Juan. A nosotros sólo nos corresponde acoger este don y esta gracia como dice el Salmo Responsorial: buscarle y seguirle: “Estos son los que buscan al Señor”. “El hombre de manos inocentes y puro corazón… recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de Salvación”. Entre todos los Santos destaca nuestra Madre, la Virgen María, a quien con razón llamamos la Santísima Virgen María, que es “el orgullo de nuestra raza”, la verdadera Bienaventurada, como la llamó Santa Isabel: porque “escuchó la Palabra de Dios y la cumplió”. Hoy queremos honrarla también a ella bajo el título entrañable de “Virgen de la Palma”, uniéndonos con el mismo amor con que la han amado e invocado nuestros predecesores durante 300 años. Os invito a todos a poner nuestra mirada en la imagen de la Virgen de la Palma para decirle con corazón agradecido: “Virgen de la Palma, el pueblo de Cádiz vuelve hoy sus ojos a Ti, que fuiste el instrumento providencial del que se sirvió el Hijo de Dios para venir a ser el Hijo del hombre y dar comienzo a los tiempos nuevos”. “Tiempos nuevos” podemos llamar con razón los gaditanos a los que ocurrieron el día 1 de noviembre de 1755, fecha en que nuestra ciudad fue milagrosamente salvada por la intervención de la Santísima Virgen del terrible maremoto que hizo temblar la tierra. Hoy queremos recordar con agradecimiento cuanto ha hecho la Virgen de la Palma por los hijos de este pueblo durante trescientos años, como instrumento providencial de Nuestro Señor Jesucristo. Pero no debemos contentarnos sólo con el recuerdo agradecido de la protección de la Virgen de la Palma, que salvó a nuestro pueblo de tan grandes amenazas en el pasado. Mirando al presente y al futuro de nuestra tierra y contemplando las actuales amenazas a las que nos vemos expuestos, queremos decirle con gran confianza: “Virgen María, Mística Palma, Tú sola eres Nuestra Esperanza”. Porque hoy también nos sentimos acosados por nuevas y modernas amenazas. Por una parte las amenazas a nuestra fe y a nuestra identidad cristiana que ha sido la gran riqueza de nuestro pueblo. El Papa denunciaba recientemente el “neo-paganismo” de la sociedad española y que afecta no sólo a los no creyentes, sino también a los mismos cristianos, que experimentan en su propio ser las presiones de una sociedad basada en la indiferencia religiosa. Es la fe la que se ha conmovido, desquiciando los sólidos cimientos de la vida cristiana. Por otra parte, están las amenazas contra la vida y la dignidad de las personas. Me parece que los católicos españoles aún no hemos empezado a reaccionar con el vigor suficiente ante el resquebrajamiento de la familia y las plagas del divorcio y del crimen del aborto provocado, ante el avance de la corrupción, ante el permisivismo sexual, ante el endurecimiento de las relaciones sociales y ante la búsqueda afanosa del placer que provoca el que innumerables personas queden traumatizadas y busquen refugio en la drogadicción, el alcoholismo y la violencia. En los tiempos de grandes mutaciones o maremotos, la Iglesia siempre ha tenido el mismo recurso: volver a lo fundamental de la fe; purificarse y convertirse; orar y trabajar con paz; ajustarse más a las exigencias de Jesús; unirse más estrechamente en torno a la Palabra de Dios, a los Sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, a la Tradición verdadera, en una intensa comunión con el verdadero Magisterio de la Iglesia. La fiesta de Todos los Santos nos recuerda que sólo los cristianos, animados por el ideal de santidad, serán capaces de hacer mejor a la sociedad. Queridos gaditanos: ante las nuevas amenazas que nos acechan, volvamos con confianza nuestra mirada a la Virgen de la Palma Coronada, que es nuestro modelo en la vida de la fe, de la caridad y de la unión personal con Jesucristo. “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen de la Palma, gloriosa y bendita!”. Amén. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Natividad del Señor1 de enero de 1997 Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir