DiócesisHomilías Mons. Dorado

Asamblea de Inicio de Curso de todos los Consejos

Publicado: 19/10/2002: 811

Asamblea de Inicio de Curso de todos los Consejos

19 de octubre de 2002

Textos:
Hechos 18, 1. 5-11
Gál 5, 16-25
Juan 17, 18-23


1.- Muy queridos todos: presbíteros y diáconos, religiosas y religiosos, laicos y laicas de la Iglesia de Málaga.

Todos los años nos reunimos en estas fechas para inaugurar los afanes y trabajos del curso pastoral recién iniciado. Nos congregamos en torno a la Eucaristía, porque sabemos que en ella reside el vigor espiritual y apostólico que necesitamos para abordar el cumplimiento de nuestros programas pastorales. Celebramos la Misa Votiva del Espíritu Santo porque deseamos sentir su presencia consoladora, su acción vitalizadota, su aliento unificador y su fuego evangelizador.

Sólo porque estamos persuadidos de esta presencia activa del Espíritu nos atrevemos a marcarnos las metas consignadas en el programa pastoral de estos dos próximos cursos. Al evocarlas hoy nos asalta el temor y nos alienta la esperanza.


2.- El temor se nos agolpa en preguntas candentes:

¿Qué puede hacer la Iglesia de Málaga a favor de una familia profundamente condicionada no sólo por muchos factores positivos de nuestra civilización occidental, sino también por influencias negativas que disgregan su unidad, erosionan su solidaridad, debilitan su estabilidad y empobrecen su mundo de valores?

¿Qué fuerza tiene para los jóvenes de nuestra diócesis la propuesta cristiana en el seno de una sociedad que, al tiempo que estimula en ellos el consumismo material y sexual, les ofrece escasas salidas profesionales y oscurece las metas e ideales capaces de despertar su entusiasmo, su generosidad y su esfuerzo?

¿Qué pueden encontrar en nuestras parroquias, en nuestras celebraciones, en nuestros procesos catequéticos, en nuestros programas de acción social, aquellos laicos adultos inquietos que no desean acomodarse a los esquemas cómodos e insolidarios del ambiente?

¿Cómo presentar de manera convincente y persuasiva a los mejores muchachos de nuestra comunidad la pasión por ser presbíteros, religiosos o misioneros?


3.- Estas son las preguntas que nacen del temor. Pero la esperanza domestica al temor, sin hacerlo desaparecer completamente.

a). La esperanza nos recuerda que el modelo de familia amplio y plural que presenta la fe cristiana es, en su nobleza y en su belleza, una propuesta bienhechora, capaz de suscitar grandes adhesiones.

b). La esperanza nos asegura que entre el programa cristiano y las más genuinas aspiraciones de muchos jóvenes existe una verdadera afinidad, una saludable “complicidad” (NMI).

c). La esperanza sostiene que nuestra fe, vivida auténticamente por toda una generación cristiana de laicos adultos, es un fermento que puede humanizar las profesiones, los intercambios económicos, el mundo de la educación y de la sanidad.

d). La esperanza nos dice que una paciente pastoral vocacional, acompañada del testimonio de nuestra vida, puede despertar generosas decisiones en algunos de nuestros muchachos y muchachas.


4.- Uno de los rasgos más llamativos de nuestra Iglesia occidental es el déficit de vigor. La Iglesia parece una comunidad débil en medio de un mundo poderoso que, dejos de dejarse influir por ella, la debilita cada día más. No son, por lo general, días de optimismo, ni de entusiasmo, ni de creatividad valerosa. La Iglesia necesita recuperar “tono vital” frente al “cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos” (Plan Pastoral de la CEE, año 2002). Y ese “tono vital” necesario no lo encontrará nuestra Iglesia sino hacia dentro y hacia los márgenes.

Hacia dentro profundizando en su unión vital con el Señor. Hacia los márgenes, implicándose en el servicio a los pobres. Las dos grandes debilidades de nuestra Iglesia diocesana son su reducido ardor por Dios y su escasa pasión por los pobres.

Cuando haya recuperado su tono vital en esas dos dimensiones, recobrará su cohesión y dinamismo: es decir, reforzará su comunión y su misión.

Nadie más que el Espíritu Santo puede conducirnos a esta meta. Y por eso, cuando tantos ardores de ayer parecen que se han convertido en tibiezas de hoy, le invocamos al Espíritu Santo con las palabras de la Liturgia:

“Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo.
Doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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