Publicado: 09/04/1982: 852

Viernes Santo

Año de 1982

Hoy, Viernes Santo, empezamos propiamente la celebración de la gran fiesta de los cristianos: la Pascua de Jesucristo, el paso del Señor a través de la muerte a la Nueva Vida gloriosa del Resucitado.

1.- Este día está todo él centrado en la contemplación de la Cruz del Señor. Pero no con sentimientos de tristeza y menos de angustia, sino de celebración serena y esperanzada: la comunidad cristiana proclama la Pasión del Señor y adora la Cruz como el primer acto de la glorificación de Jesucristo y de la salvación del hombre. Contemplamos la Cruz desde la luz de extraordinaria claridad que fluye de la Resurrección. En el muerto hay una carga gozosa de esperanza pascual y de victoria. Es el grano de trigo que muere y da mucho fruto.

“Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo”.

2.- E color de los ornamentos es rojo, color de mártires, y no el morado o el negro, para recordarnos pedagógicamente que no estamos en unos funerales o en unas exequias, ni guardando luto. Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote se ha entregado voluntariamente a la muerte en nombre de toda la humanidad, para salvar a todos.

3.- El himno a la Cruz, que cantamos hoy con aires de triunfo y de victoria, aunque parezca una paradoja o una ironía cruel después del relato de la Pasión, nos invita a mirar la Cruz con ojos de júbilo. La Cruz no es, sin más, un instrumento de escarnio ni termina en la muerte y en el fracaso: (“Dulce árbol donde la Vida empieza, con un peso tan dulce en tu corteza”).

En la Cruz comienza la Vida y la regeneración del Universo. La Cruz marca el final de la esclavitud y del pecado:

“Dolido mi Señor por el fracaso de Adán,
que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló de flor humana
que reparase el daño paso a paso.

La Cruz marca el fracaso y la ineficacia de todo un conjunto de pretendidos valores: como el poder, el odio, la violencia, el egoísmo, la mentira, la frivolidad, la explotación del hombre… y el nacimiento de un nuevo orden de cosas, cifrado y resumido en las Bienaventuranzas de la pobreza, de la limpieza de corazón, de la mansedumbre, del amor, de la justicia.

4.- El Cristo de la Cruz no es un fracasado en su enfrentamiento y lucha a muerte contra el mal, que Él ha experimentado como algo poderosamente devastador y de una espesura y densidad sobrehumanas. La historia de la Pasión es la historia de la desdicha, en la que se acumulan todas las dimensiones del dolor físico, psíquico y social. Él no sólo ha soportado una tortura corporal de increíble crueldad, sino que ha padecido el fracaso de su misión, el aparente abandono de Dios, la negación de los que fueron sus íntimos, el descrédito público de su causa, la mofa escarnecedora de sus pretensiones. En él se cumple con creces el destino de aquel enigmático siervo doliente descrito por Isaías. En esta situación es donde Dios se nos revela como es: como Aquel que la vence asumiéndola solidariamente y transmutándola en semilla de Resurrección. Justamente porque existe el mal, sólo es creíble como Dios un Crucificado: ésa es la expresión de un Dios que ama incondicionalmente al hombre.

Pero, porque el mal no puede ser la última palabra, el Crucificado convalida su credibilidad en tanto en cuanto es también y para siempre “Aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos”.

En la Cruz es cuando Jesús se nos revela como Mesías y Salvador, porque es ahí, en la Cruz, donde vence a la muerte y al pecado. Por eso, el himno a la Cruz comienza de esta manera:

“Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor que, en trance de Cordero,
sacrificado en Cruz, salvó la tierra”.

5.- Acerquémonos hoy respetuosamente ante la Cruz, símbolo del amor de Dios y de nuestra vida y nuestra fe. Percibamos en lo más profundo de nuestro ser el mensaje que hoy se nos ofrece.

Y al besarla, digámosle de corazón con los mismos sentimientos de la Liturgia Hispánica:

“Señor, queremos ofrecer a tu majestad, el homenaje de nuestra gratitud, porque quisiste que tu Hijo Jesús, que era Dios verdadero contigo desde toda la eternidad, viniese a salvarnos y elevar a los cielos, con su humildad, a todo el género humano.

Te damos gracias porque Él tomó sobre sí nuestros males:

• fue golpeado, para perdonar con la fuerza de la paciencia nuestro pecado.
• fue azotado, para sanar nuestras heridas con su sangre.
• fue elevado al árbol de la Cruz, para crucificar en él nuestros males.
• fue muerto, para ganar para nosotros la vida eterna.

Por esta muerte gloriosa de tu Hijo y Señor nuestro te alabamos, Padre, y te damos gracias con todas nuestras fuerzas.

Y te pedimos que derrames tu Espíritu de vida sobre nosotros, que hoy veneramos la Cruz de tu Hijo, esperando su gloriosa Resurrección”.

 

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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