DiócesisHomilías Mons. Dorado ¿Dónde encontrar a Dios? ¿Cómo reavivar la fe en Dios? Publicado: 25/03/2003: 2333 ¿Dónde encontrar a Dios? ¿Cómo reavivar la fe en Dios? 25 de marzo de 2003 En medio de las dificultades y oscuridades –la ausencia de Dios, la crisis de Dios, el eclipse de Dios- Dios está aquí en nosotros, entre nosotros, en el mundo. “El hombre es un ser con un Misterio en su corazón, que es más grande que él mismo” (U. von Baltasar). También hoy Dios habita el corazón del ser humano, De forma callada, pero real, Él está en cada uno de nosotros. La pregunta que nos hacemos es ésta: - ¿cuáles son los caminos que nos pueden llevar hoy hacia Dios? - la actual crisis religiosa que parece ocultar a Dios, ¿no puede convertirse en llamada para buscar su rostro? - ¿dónde y cómo encontrar hoy signos e indicios de su presencia entre nosotros?, ¿cómo creer en Él? El presentimiento de Dios: El primer camino para encontrar a Dios somos nosotros mismos y nuestra experiencia de la vida. El hombre es un misterio, al que buscamos respuesta: • Siempre en busca de seguridad y siempre desamparado. • Nacido para vivir y abocado a la muerte. • Capaz de las mayores grandezas y de las mayores miserias. • Buscando la verdad y errando constantemente. • Capaz de dominar el mundo y sin conseguir ser dueño de sí mismo. • Hecho para amar y empequeñecido por el egoísmo. ¿No estamos los hombres, aún sin saberlo, buscando a Dios y anhelando su salvación? ¿No es Él el Único que puede responder a nuestros interrogantes y anhelos más profundos? El hombre está clamando por un destino absoluto. Desde el fondo de su ser anhela una plenitud total pero siempre queda malograda en su existencia concreta. ¿No está pidiendo toda la historia desembocar en una plenitud absoluta? ¿Hemos de aceptar como lo más humano y normal una existencia que no sea sino fluir desde la nada hacia la nada? ¿No será más bien nuestra existencia un fluir de Dios hacia Dios? Suprimiendo a Dios, ¿no queda el hombre reducido a una pregunta sin respuesta? Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, ¿no está Dios como único posible Salvador del hombre? Jesucristo, camino hacia el Padre. Para los cristianos, el camino decisivo que lleva a Dios es Jesucristo. En Él se nos revela ese Dios presentido en la conciencia del ser humano. Estoy convencido de que para muchos que viven hoy su fe de forma débil y vacilante, o han abandonado la práctica religiosa, conocer mejor a Jesús, escuchar sin prejuicios su mensaje, dejarse guiar por su Espíritu, sintonizar con el estilo de su vida, puede ser el camino más seguro para encontrarse con Dios. “Nadie se acerca al Padre sino por Él” (Jn 14, 6). 1). Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. En Jesucristo encontramos el Camino para acercarnos al Misterio de Dios: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo Único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado” (Jn 1, 18). La persona de Jesús, sus gestos, su actuación, su mensaje, su vivir, su morir y resucitar, nos sitúan ante la presencia misteriosa del Dios Vivo encarnado y manifestado en Él: “quien ve a Jesús, ve al Padre” (Jn 14, 9). En Él se nos ofrece la Verdad de Dios, se nos comunica su Vida, se nos revela el Camino que lleva hasta Él. Para acoger plenamente a Dios es necesario: - seguir a Jesús, - vivir su experiencia, - practicar su vida, y - dejarnos animar por su Espíritu. Sólo quien vive como Jesús: - acoge al Dios de la Vida. Sólo quien ama como Él: - se abre al Dios del amor. Sólo quien vive la fraternidad y se acerca a los abandonados, obedece al Padre de los pobres. 2). El verdadero rostro de Dios. La imagen de Dios nos llega a cada uno configurada por una determinada tradición, educación y ambiente religioso… ¿Cómo liberar esa imagen de Dios de falsas adherencias? ¿Cómo dar un contenido más verdadero a ese nombre de Dios que hemos escuchado de niños? ¿Cómo llenarlo de vida? Lo primero es dejarle ser Dios. No empequeñecerlo con nuestras ideas y cálculos. No representárnoslo a partir de nuestra mediocridad y nuestros resentimientos. Buscar su verdadero rostro siguiendo a Jesús. Descubrirle como un Dios Padre, Amigo y Salvador. El Dios que se nos revela en Jesucristo: • Un Dios que busca sólo la salvación del ser humano. • Un Dios amigo de la Vida, cercano a las necesidades del hombre. • Respetuoso con la libertad del hombre. • Un Dios de los pobres y abandonados. • Un Dios que quiere introducir en la historia su Reino: de justicia, fraternidad y paz. • Un Dios crucificado por nuestra salvación. • Un Dios Resucitado. 3). Llamados a creer. Jesús es una llamada a la conversión: “El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está cerca. Convertíos…” Algo nuevo se ha puesto en marcha. Dios está cerca. Su reinado de justicia, de libertad, de amor y fraternidad comienza a abrirse camino. Lo que se nos pide es creer esta Buena Noticia. Acoger a Dios. Se nos invita a: - pasar de la increencia a la fe, - de la indiferencia a la decisión, - de la soledad a la amistad con Dios, - del individualismo egoísta al amor fraterno. Esta conversión no es algo forzado. Es la transformación que se va dando en nosotros a medida que aceptamos a Dios como Alguien que quiere hacer nuestra vida más humana y feliz. En esta conversión lo importante no es intentar “ser mejor”, sino abrirse a ese Dios que nos quiere a todos mejores y más humanos. Actitud de búsqueda. Dios siempre nos está buscando. Pero sólo se deja encontrar por quien, sostenido por su gracia, lo busca de todo corazón- Sólo habita allí donde se le hace entrar. De ahí la promesa de Jesús: “Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá… Porque el que busca, halla; y al que llama se le abrirá”. (Mt 7, 7-8). Lo primero es adoptar una actitud de búsqueda. Dios dirige y sostiene esa búsqueda. a). Búsqueda personal. Para caminar hacia Dios es necesaria la experiencia personal. De lo contrario, la persona siempre habla “de oídas”. Es necesario buscar personalmente su verdadero rostro, abrirnos confiadamente a su presencia. Lo más auténtico que puede hacer el hombre es buscar. b). Deseo de Dios. El gran obstáculo para la búsqueda de Dios es la indiferencia, el cerrar los oídos a toda llamada que nos invita a buscar la verdad última de nuestra vida, el temor a la búsqueda sincera y noble. Hay búsqueda de Dios donde hay deseo. Con frecuencia lo único que puede ofrecer a Dios es su deseo. Nuestra fe crece cuando crece nuestro deseo de abrirnos a Dios. Este deseo de Dios se hace siempre oración: “Señor, que vea”. Dios no se esconde al que le busca así. Nuestra fe está muchas veces contagiada de rutina, o indiferencia; o debilitada por las dudas y vacilaciones. Entonces hemos de seguir buscando a Dios aunque sea “a tientas”. Dios es más grande que nuestra debilidad o nuestra duda. Atención a lo interior. Para encontrarse con Dios es necesario descender al fondo de uno mismo. Hemos de desarrollar nuestra capacidad de “interioridad”. Dios es lo más íntimo de nosotros mismos. Es necesario aprender a detenerse, hacer silencio y crear ese clima de recogimiento personal indispensable para reconstruir nuestro interior. Lo primero es encontrarnos con nosotros mismos, haciéndonos estas preguntas fundamentales: “¿qué busco yo en la vida?”, “¿por qué me afano?”, “¿dónde pongo yo mi debilidad última?”. Y acoger el misterio personal de Dios: “En Ti, mi Dios, confío, no quede yo defraudado”. Caminar en la Verdad, 1.- Sinceros con Dios. Atención a nuestros auto-engaños y justificaciones. No es bueno vivir de falsas consignas: “Todo da igual”, “lo importante es sentirse bien”, “no se puede hacer nada”. Hemos de reconocer nuestras incoherencias y contradicciones y, sobre todo, hemos de ponernos ante Dios, él y yo, a solas. Dejando de un lado la máscara. Dice San Agustín: “Puedes mentir a Dios, pero no puedes engañarle. Por tanto, cuando trates de mentirle, te engañas a ti mismo”. En el núcleo de la fe hay siempre “verdad humilde”. No se puede experimentar la cercanía de Dios si no es con humildad. Una oración de la Liturgia que expresa bien este sentimiento: “Señor, ten misericordia de nosotros, que no podemos vivir sin Ti, ni vivir contigo”. Esta es la verdad: no podemos vivir sin Dios y no acertamos a vivir con él. 2. Reconocer el pecado. No es fácil salir de las mentiras cuando se llevan años viviendo una relación superficial con uno mismo y con Dios. Pero Dios nos sigue buscando, aunque sea bajo forma de insatisfacción. La conciencia del pecado es saludable. Nos dignifica. Por otra parte, no todo es ruina en nosotros. Siempre hay rendijas abiertas a lo bueno, a lo humano. Por esas rendijas se nos acerca Dios. El encuentro con Dios se da en el arrepentimiento sincero y humilde: “Oh Dios, ten compasión de mi, que soy pecador” (Lc 18). 3. La experiencia del perdón. La fe sólo crece en la experiencia del perdón. Por una parte la decisión sincera: “Volveré a mi Padre”. Por otra, la escucha gozosa del perdón: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. El creyente vive de la gracia, no de sus méritos. Por eso, no es la autosuficiencia lo que lo caracteriza, sino la invocación: “Ten misericordia de mí, oh Dios, según tu bondad. Lávame a fondo de mi culpa, limpia mi pecado. Crea en mí un corazón limpio. Devuélveme la alegría de la salvación. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Misa CrismalFiesta de la Conversión de San Pablo Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir