DiócesisHomilías Mons. Dorado

Esperanza. Domingo II de Adviento

Publicado: 05/12/2004: 967

Domingo 2º de Adviento

Ciclo A. Año 2004


1.- “Una pastoral esperanzada es uno de los principales retos que tenemos como Iglesia ante un contexto cultural difícil y con frecuencia adverso”. “cuando tratamos con sacerdotes, religiosos o laicos, notamos que, por muchos factores, la esperanza es una planta débil y delicada” (Conferencia Episcopal Española).

Con semejantes palabras se dirige el Papa a las Iglesias de Europa, “afectadas a menudo por un oscurecimiento de la Esperanza… Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo… Del futuro se tiene más temor que deseo” (EE, 7).

Por eso la consigna para nuestro tiempo es clara: “Caminemos con esperanza”, nos dice el Papa. “Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse contando con la ayuda de Cristo”.


2.- El tiempo de Adviento que estamos celebrando es una infinita Esperanza. Es Dios quien la ha puesto en el horizonte de los hombres e invita a caminar hacia ella. La actitud para emprender el camino es la Conversión. Este es el mensaje de este 2º Domingo de Adviento. Su heraldo es Juan el Bautista.

En la Primera Lectura, Isaías dice a los hombres el objetivo inmediato de su conversión a la Esperanza: un mundo sinceramente reconciliado, unido bajo el Mesías esperado.

Y San Pablo nos recuerda, en la Segunda Lectura, que todas las Escrituras fueron escritas por Dios para enseñanza nuestra, a fin de que por Ellas mantengamos la Esperanza. Por eso jamás hemos perdido ni perderemos la Esperanza.


3.- ¿Cuáles son las raíces de la Esperanza?

El Papa, de forma rotunda, nos dice que “Jesucristo Vivo en su Iglesia es la fuente de Esperanza para Europa”. Porque “en la raíz de la desesperanza está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo”. Jesucristo es el único e indefectible fundamento de la verdadera Esperanza.

Apoyados en esta convicción podemos señalar también cuatro grandes raíces en nuestra Iglesia de España en que se puede apoyar nuestra esperanza personal y pastoral.

a). En primer lugar: descubrir con alegría y con responsabilidad la gran historia de nuestra Iglesia española. Es una historia de fe, una historia de vocación misionera, de honradez y de fidelidad, una historia de amor al prójimo.

El conocimiento y la estima de nuestra propia historia espiritual, debe ser:

- fuente de energía y optimismo,

- de seguridad en nosotros mismos, y

- estímulo para la responsabilidad.

b). Creer más en la vitalidad de nuestra fe. Hay, con frecuencia, una duda más o menos confesada que corroe nuestra vida y paraliza nuestro esfuerzo: ¿aporta la fe y el mensaje que anunciamos algo válido a la sociedad en que vivimos? Ante estas interpelaciones nos sentimos incómodos y acomplejados, porque quisiéramos ser pragmáticos y eficaces como lo es la sociedad utilitarista en que vivimos.

Y es que nos hace falta reafirmar el valor humanizador de lo religioso, cuando es vivido auténticamente; y nos hace falta recuperar la confianza en la fuerza de la fe viva y en la fecundidad del Evangelio para salvar; es decir, para liberar y plenificar al hombre, ofreciéndole sentido, verdad y esperanza.

Tenemos que descubrir con admiración y con agradecimiento que en la fe cristiana tenemos un gran ideal de vida, un ancho camino por delante, de esfuerzo, de generosidad, de servicio a los demás y de salvación.

c). Tenemos que avivar con gozo nuestra conciencia de lo mucho que vale ser miembros de la Iglesia de Jesucristo. A veces no sentimos suficientemente el valor tan grande que tiene pertenecer a la gran familia que es la Iglesia Católica, donde se encuentra la presencia y la memoria de Jesucristo que es:

- la salvación de los hombres,

- la verdad de nuestra vida, y

- la esperanza de la humanidad.

En la Iglesia poseemos:

- el Evangelio de Jesús,

- su presencia real junto a nosotros en sus sacramentos, que deben llenarnos de alegría.


En la Iglesia:

- somos hermanos de los mejores hombres y mujeres de la tierra; de los que precedieron en el signo de la fe y de los muchos que ahora mismo anuncian a Jesucristo, atendiendo a los más necesitados en las partes más pobres del mundo, haciendo todo el bien que pueden con la mejor voluntad y amor de su corazón.
-
Tenemos que sentir la alegría de pertenecer a esta gran familia de hombres y mujeres que siguen a Jesucristo en el mundo y, como él y en su nombre, “pasan haciendo el bien”.

d).  Tenemos que avivar nuestra esperanza poniendo delante de nuestros ojos el ancho mundo de personas que vuelven confiadamente al mensaje de salvación que tiene la Iglesia: matrimonios y familias, jóvenes, maestros y educadores, trabajadores y obreros, enfermos y ancianos, sacerdotes y religiosos, pueblo sencillo…

Las expectativas del pueblo nos interrogan a nosotros:

¿Qué hacemos para difundir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo a toda esa masa de gente que pone en él su esperanza y su confianza?

Somos una Iglesia un poco perezosa, deprimida y un tanto aturdida.

Pidamos al Señor que en este Adviento:

.- nos dé confianza en nosotros mismos,

- confianza en la validez del mensaje del Evangelio para la sociedad en que vivimos, y

- que nos dé el dinamismo que necesitamos para poner en marcha todas las grandes posibilidades de evangelización, de fraternidad, de servicio apostólico a nuestro pueblo.

Finalmente: caminemos con esperanza. Salgamos animosos al encuentro del Señor.

+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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