DiócesisHomilías Mons. Dorado La Virgen de la Caridad Publicado: 12/08/1990: 1152 La Virgen de la Caridad Sanlúcar, 12 de agosto de 1990 1.- San Bernardo de Claraval fue un monje del siglo XIII que en su tiempo contribuyó más que nadie a la renovación de la Iglesia, a la construcción de Europa y al florecimiento de una cultura riquísima que ha llegado hasta nosotros. Nos interesa destacar esta tarde su profundo amor y su filial devoción a la Santísima Virgen. Él solía proponer a los cristianos de su época una fórmula muy sencilla para orientarse en aquellos años de crisis y de decadencia, en los que fácilmente invadían los ánimos de la gente los sentimientos de desconcierto y perplejidad y de no saber a qué atenerse. La fórmula, muy válida y eficaz según su propia experiencia, era ésta: “respice stellam, invoca Mariam”. “Pon los ojos fijos en la estrella e invoca a María”. (La estrella luminosa era también María). En esta novena a la Virgen de la Caridad, con motivo de los 25 años de su coronación canónica, en que el recuerdo de la Virgen pasa a ocupar el primer plano de la actualidad y se reaviva en el corazón de los católicos de Sanlúcar el amor y la devoción a nuestra Señora; y para estos tiempos de cambios rápidos que tan profundamente afectan a la Iglesia, me atrevo a proponeros como medio para orientarnos y como camino de salida de nuestros desánimos y de nuestras incertidumbres y crisis, la misma fórmula que resultó tan fecunda y creadora en la vida y en la acción de aquel humilde fraile y ferviente devoto de la Santísima Virgen, que fue San Bernardo de Claraval: “respice stellam, invoca Mariam”: fijad vuestros ojos en esa estrella luminosa que es la Virgen de la Caridad e invocad a María con una oración humilde y confiada. 2. Debajo de tan sorprendente solución para los graves problemas que hoy nos acucian, y que a muchos parecerá un simplismo o una ingenua beatería, hay dos grandes convicciones para un creyente: - el convencimiento de que la Virgen es la mejor realización histórica del Evangelio de Jesús de Nazaret. Ella fue una mujer enteramente ganada por el Evangelio de Jesucristo. Y para esta época en que no valen los programas de segunda o tercera mano; cuando son más necesarios los testigos que los maestros; cuando hace falta gente que tenga una experiencia religiosa y apostólica muy de primera mano y que vivan muy directamente el atractivo de Jesucristo viviente, que es el Evangelio perenne de Dios a los hombres, María es la Estrella que ilumina con su vida, que es Evangelio en acción, como la mejor creyente y la mejor discípula del Señor. - y una segunda convicción: la fe en la eficacia de la oración, como nos asegura el Señor en el Evangelio: “lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os será concedido”. Las personas más creativas de la Iglesia y de mayor eficacia apostólica han sido los grandes místicos, es decir, los grandes orantes y las personas profundamente contemplativas. También hoy tenemos que vencer la resistencia a recuperar todo aquello que es necesario para mantener una vida espiritual y apostólica vigorosa: la oración constante, las prácticas de piedad, el sosiego de la contemplación y la confianza ilimitada de quien vive en las manos de Dios que es nuestro Padre. A la luz de estas convicciones, la invitación de San Bernardo aparece más fecunda y prometedora de lo que parecía a primera vista. La fiesta de la Virgen de la Caridad, sea cual sea la situación y el estado de ánimo en que nos encontremos cada uno, es una invitación a dejarnos iluminar por la fuerza evangélica de la vida de la Santísima Virgen y a invocarla como Mediadora de la Gracia de Dios. 3.- Todos los que seguís con cierta atención las preocupaciones y la vida de la Iglesia Universal y de la Iglesia española, sabéis que la gran tarea a la que se nos convoca, a la que nos remite la situación actual, es la que muy certeramente se ha llamado la “nueva evangelización”. “Estáis constatando en vuestro propio país nuevas necesidades de evangelización. La tarea puede parecer inédita, más ardua que nunca. Realidades como “sociedad pluralista”, “secularización”, laicismo, distanciamiento con respecto a la institución religiosa, indiferentismo religioso, o incluso el ateísmo, son otros tantos desafíos que desaniman a algunos de nuestros sacerdotes y de nuestros fieles”. Estas palabras que dirigió el Papa Juan Pablo II a los Obispos belgas en mayo de 1985, son perfectamente aplicables a nuestra situación española. Buena prueba de ello es que el objetivo general del programa de la Conferencia Episcopal Española para este trienio es “impulsar una nueva evangelización”. Convocar a una nueva evangelización, como lo está haciendo con tanta fuerza el Papa, es reconocer implícitamente que estamos al final de un ciclo histórico que se ha caracterizado por la armonía entre la fe y la cultura. El gran drama de nuestro tiempo es que se ha roto esa armonía. Casi sin darnos cuenta hemos llegado a unas formas de vida y de pensamiento, a unas actitudes y a unos comportamientos, que no han nacido de la fe ni conducen a ella. Más bien se presentan como una nueva alternativa que de forma arrogante quiere construir un mundo sin Dios y alejado de toda influencia de la fe cristiana. La fe cristiana, para muchos de nuestros contemporáneos, y quizás para muchos de nosotros, no ofrece nada que pueda satisfacer nuestras necesidades cotidianas. No aporta ni felicidad, ni solución a nuestros problemas, ni curación del cuerpo, ni paz del corazón, ni salvación ni liberación. Sin embargo, la salvación del hombre en su totalidad, constituye el núcleo del mensaje de Jesús. Y en esas estamos, en el empeño de encontrar los caminos, el estilo y los métodos de una nueva evangelización. Esta tarea es de las que exigen mucho tiempo y no menos esfuerzo. Como fórmula que nos ayude a salir de este callejón sin salida aparente, me atrevo a recordar esta tarde la invitación de San Bernardo: “respice stellam, invoca Mariam”. Y en concreto a la Virgen de la Caridad: La nueva cultura en que se pretende hacer la síntesis con la fe cristiana ha sido definida por alguien como la “civilización del amor”; hay que crear una Iglesia solidaria y solidarizada con las grandes preocupaciones del mundo. + Antonio Dorado Soto, Obispo de Málaga Diócesis Málaga @DiocesisMalaga Más artículos de: Homilías Mons. Dorado Esperanza. Domingo II de AdvientoPentecostés Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir