Publicado: 30/05/2004: 1057

Pentecostés 2004

Cristianos laicos, constructores de esperanza.


1.- Los católicos celebramos hoy la Solemnidad de Pentecostés, el día que los primeros seguidores de Jesús se echaron a la calle a proclamar el Evangelio con obras y con palabras.

Desde hace años, la Acción Católica escogió la Solemnidad de Pentecostés para poner bajo la sombra del Espíritu Santo su proyecto evangelizador y su servicio sincero al fin de la Iglesia.

Posteriormente se entendió que en este día se debería incluir también la vocación de todos los laicos de tantos modos manifestada por el Espíritu Santo.

Es cierto que nadie puede apropiarse al Espíritu, presente en todas las vocaciones y ministerios, en todos los servicios y carismas, en las incontables manifestaciones de santidad, agente eficaz de comunión, impulsor incansable de las misiones, garante auténtico de la fidelidad al Señor.

Con esta celebración queremos subrayar que, en estos momentos duros para la misión y la evangelización entre nosotros, los laicos son necesarios. Laicos conscientes de su vocación. El Señor ha hecho que se encuentren en todas las actividades de la vida humana que necesitan recibir con vigor la Buena Noticia de Jesucristo.

Son niños también, y los jóvenes, los adultos, los mayores. En el mundo obrero y en al Universidad, en el voluntariado de la cárcel o junto a los enfermos. En la familia, en los grupos activos de Cáritas o entre los inmigrantes, en tantos movimientos apostólicos, asociaciones y hermandades. Y repasando la vida de nuestra Diócesis, en todos los ámbitos y trabajos están responsablemente nuestros laicos.

Ha cumplido más de diez años el documento de la Conferencia Episcopal “Los cristinos laicos, Iglesia en el mundo”. Ha tenido años fecundos y sigue dando vigor y abriendo caminos.


2.- Para esta jornada se le recuerda una tarea concreta. Se ha escogido para lema de este año el compromiso de ser “constructores de esperanza”. “Cristianos laicos, constructores de esperanza”. Y es que hoy el gran tema es la Esperanza frente al desencanto, la actitud de sospecha, el mal humor y el tono agrio y agresivo de forma permanente. En nuestra historia personal hay muchos momentos de desconfianza, de cansancio, de desobediencia. Tenemos el peligro de encerrarnos dentro de nosotros mismos, de no dejarnos llevar por el amor de Dios y de no dejarnos a nosotros mismos para seguir a Jesucristo.

Es difícil creer y es difícil amar como el Señor amaba; pero en muchos momentos lo más difícil es esperar, mantener el talante del que espera. Es difícil esperar cuando el Mensaje no interesa, se ridiculiza, se responde con apatía o se nos piden servicios con intereses egoístas o poco religiosos.

El gran tema de fondo es que nos ayudemos mutuamente, con la gracia de Dios, a situarnos en nuestro tiempo y en nuestra sociedad con una fuerte confianza en el Evangelio de la Gracia, con una fe renovada y eficiente, con un nuevo ardor apostólico y misionero, convencidos de que el desarrollo de la cultura y el crecimiento de los recursos humanos no desplazan la necesidad de Dios ni la importancia de la fe


3.-  Las esperanzas de un mundo renovado se realizaría, según los Profetas, cuando el Espíritu de Dios llenase de su presencia eficaz toda la tierra. Y las lecturas de la Misa de hoy nos invitan a considerar la fuente de esta renovación:

“Recibid el Espíritu Santo”, le dice el señor Resucitado a los primeros cristianos que estaban “encerrados en sí mismos y con miedo a los judíos”, porque la Cruz había sido para ellos un escándalo, esperaban otro Jesús y otro Evangelio. Y le abandonaron y huyeron. Eran los miedos de los primeros cristianos. “¿Cuáles son hoy nuestros miedos?

- con frecuencia nos invade un “desaliento paralizador”. Pasamos con facilidad de la esperanza al desconcierto y del desconcierto al desánimo. Nos falta la hondura para vivir en el Señor y en el Espíritu. Y nuestro corazón se ha entorpecido, se ha desalentado.

- sentimos también el dolor de la división y los enfrentamientos. Como a la comunidad cristiana de Corinto, utilizamos los “dones” del Espíritu (los carismas) para dividirnos y vivir fragmentados.

- la confusión y la perplejidad: no sabemos cómo edificar la Iglesia con el paso de la vieja cristiandad, y cómo evangelizar en un mundo secularizado donde los hombres no se entienden, como en Babel, porque han abandonado a Dios.


4.- También nosotros, como los primeros discípulos, con nuestros miedos, nuestras divisiones, nuestros desalientos y perplejidades, nos hemos reunido en el Cenáculo de nuestra Catedral, con María, la Madre de Jesús, para acoger el fuego de Pentecostés y la fuerza del Espíritu. Convencidos de que sólo el Espíritu

“es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos del pueblo para hablar con palabras como Jesús delante de los Jueces”

Hacemos nuestra la oración del Salmo 103:

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra”.

Con la esperanza y el deseo de que el Señor se ponga en medio de nosotros, que nos haga descubrir en sus manos y en su costado los signos de un amor crucificado y victorioso, que exhale su aliento sobre nosotros y oírle decir: “Recibid el Espíritu Santo”.

Así nos llenaremos de alegría y podremos anunciar las maravillas de Dios a nuestro pueblo.


5.- En nuestros desalientos necesitamos el Aliento del Espíritu que es:

• amor derramado en nuestros corazones,

• luz encendida en nuestros ojos,

• palabra puesta en nuestros labios, y

• entrega ofrecida en nuestras manos abiertas.

Sólo la fuerza del Espíritu será capaz de rehacer la firme y ancha comunión de la fraternidad apostólica, superando las divisiones y los enfrentamientos para formar un solo cuerpo en el que los diversos carismas y movimientos estén al servicio del bien común. Porque todos los dones proceden de Dios y se ordenan al servicio de una única Iglesia, donde debe resplandecer la colaboración mutua, la concordia, la caridad y el orden.

La fuerza del Espíritu, capaz de poner en pie a la Iglesia en medio de las plazas y de levantar testigos en el pueblo, nos conducirá a un nuevo arranque misionero al estilo de la comunidad apostólica del primer Pentecostés.

Pentecostés es la fiesta de nuestra vocación a la santidad, que nos invita a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios para superar nuestros desalientos.

Pentecostés es la fiesta del Espíritu capaz de hacernos vivir la fraternidad apostólica en una Iglesia-comunión, frente a nuestras divisiones.

Y en medio de nuestras perplejidades y desconciertos, el Espíritu puede hacernos testigos e implantarnos en la misión.

En la Exhortación Apostólica “La Iglesia en Europa”, que nos  presenta a “Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de Esperanza para Europa”, el Papa insiste en que “es necesaria la presencia de laicos cristianos que, en diversas responsabilidades de la vida civil, de la economía, la cultura, la salud, la educación y la política, trabajen para difundir en ellas los valores del Reino” (IE, 99).

El laicado, ha repetido el Santo Padre en diferentes ocasiones, es un “gigante dormido” que puede transformar la sociedad. Pero su presencia transformadora requiere ciertas actitudes absolutamente necesarias para hacerlo fecundo:

- la primera, su comunión afectiva y efectiva con la Iglesia, son sus enseñanzas, con sus aportaciones positivas y con sus pecados. Desde la desafección y la crítica amarga y corrosiva, no es posible ser testigos de la Buena Nueva. “La espiritualidad de comunión –como nos recuerda el comunicado que publicamos ayer- es la savia que refuerza todo el ardor evangelizador y el esfuerzo pastoral”.

- la segunda, su “intensa vida espiritual”. Sólo la “experiencia honda de Dios” que transforma la vida de las personas, nos permite hablar con la autoridad moral de quienes “han visto y oído”.

- y tercera, una preparación intelectual rigurosa que sea capaz de dar razón de su esperanza y dialogar con el hombre de hoy. “La llamada a la formación es hoy más urgente que nunca”, decía el comunicado del Consejo Pastoral Diocesano.

Conclusión:

Los Hechos de los Apóstoles certifican que la venida del Espíritu Santo rompió las puertas del miedo de la primera comunidad cristiana.

Esta misma experiencia pedimos para nuestras comunidades cristianas en este día de Pentecostés:

- que el Espíritu nos haga hombres de esperanza y constructores de esperanza.

Somos hombres de esperanza porque creemos que el Espíritu Santo se halla presente en la Iglesia y en el mundo aunque la gente no lo sepa.

“La esperanza cristiana no es un sueño, sino una manera de hacer que los sueños sean realidad. Bienaventurados aquellos que tienen sueños y están dispuestos a pagar el precio para que se conviertan en realidad”.


+ Antonio Dorado Soto,
Obispo de Málaga

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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